Los sindicatos justifican a los piquetes por la violencia de los empresarios que amenazan para evitar la huelga
Día 04/04/2012 - 09.55h
LA Partida de la Porra fue el nombre con que se conoció a los matones que, bajo las órdenes de Felipe Ducazcal, se dedicaba, con el beneplácito institucional que hacía la vista gorda, a atacar a quienes criticaban la actuación del gobierno. Según se decía en la época, era la forma de combatir la generosa libertad de expresión que permitía la Constitución de 1869. Su actividad —palizas, destrozo de establecimientos, peleas callejeras y otras acciones violentas— se desarrolló en la agitada España del llamado Sexenio Revolucionario (1868-1874), que siguió al destronamiento de Isabel II. Las redacciones de los periódicos y los propios periodistas fueron sus objetivos principales. Algunas cabeceras no pudieron superar sus desmanes y hubieron de cerrar y en otras los periodistas trabajaban con pistolas encima de sus pupitres.
Conservo como un recuerdo de mi infancia que, cuando a primeros de mayo la chiquillería sacaba «santacruces» con el propósito de lograr un dinerillo de familiares, amistades y conocidos de nuestra familia, entonando aquello de «una perrillita para la santa cruz», uno de nuestros temores era que alguien quisiera «hacernos la partida de la porra». La defensa prevista ante esa posibilidad era armar a uno o varios integrantes del cortejo con garrotes de regular tamaño.
A veces se tiene la sensación de que muchas de las cosas que ocurren en España mantienen su esencia, revestida de nuevos ropajes. La actividad de Ducazcal y los suyos era ejercer la violencia contra quienes no pensaban como ellos, la misma que hemos visto en la actuación de algunos piquetes informativos —según los sindicatos, su misión es informar a quienes no se han enterado de la convocatoria de huelga y acuden a su puesto de trabajo—, en la huelga general del pasado 29 de marzo. No me refiero en modo alguno a los vándalos que aprovecharon la jornada para destrozar, también saquear cuando les fue posible, numerosos establecimientos del centro de Barcelona. Hemos visto piquetes que informaban incendiando neumáticos y otros objetos inflamables para impedir la entrada o salida de vehículos en fábricas y otros establecimientos. Piquetes que informaban con los bolsillos llenos de candados, silicona —unos botecitos sin importancia según un sindicalista cordobés— o cadenas. Piquetes muy numerosos concentrados a la puerta de establecimientos emblemáticos para insultar, abuchear y amenazar a quienes querían acceder a ellos. Piquetes que golpeaban -como hacía la decimonónica Partida de la Porra- a dueños, empleados y clientes de establecimientos como el que tenía como integrante a un conocido actor —es sólo un ejemplo— que amenazó al dueño de una cervecería que no estaba por hacer huelga, a los clientes que se encontraban en ella y la emprendió con los grifos de cerveza que terminaron arrancados.
Los sindicatos justifican la actitud de estos piquetes como contrapartida a la violencia ejercida por aquellos empresarios que amenazan y presionan a sus trabajadores para evitar la huelga. Hacen lo mismo que la chiquillería que blandía el garrote para defender la «santacruz» de quienes pretendían entorpecer violentamente el recorrido. Lo mismo que la Partida de la Porra decimonónica que la emprendía a mamporros o destrozaba lo que encontraba a mano. Hay cosas que no cambian.