De niño quería ser como Miguel de la Cuadra Salcedo, un aventurero nato, un trotamundos viajero, y digamos que se quedó a mitad de camino, en ese espacio intermedio del periodismo cotidiano, del que se cimenta en las pequeñas hazañas del día a día que también están llenas de grandeza y, cómo no, de miserias. En cualquier caso, Rafael Cremades, uno de nuestros rostros más familiares, siempre quiso ser reportero. Desde que jugaba con su padre a hacer entrevistas a famosos y a saber qué hay más allá del escaparate. «El periodismo se ajustaba bastante a mi interés por el mundo», declara a modo de definición simple y cabal del oficio.
—Hay que tener alma de aventurero para ser periodista.
—De algún modo sí. Querer descubrir el mundo y comprenderlo forma parte del hecho de ser periodista. Aunque el de periodista es un ejercicio en grave crisis.
—¿Qué lo amenaza?
—Empezando por la precariedad laboral. Un titulado gana hoy menos que lavando coches. Pero también porque los medios se han posicionado y están haciendo prevalecer su ejercicio empresarial frente al periodístico. El periodista ejerce una labor sagrada, como la de un médico, que tiene que lavarse las manos antes de operar. Su ejercicio es siempre el mismo: contar la verdad.
—¿Los periodistas se lavan las manos antes de ponerse a escribir?
—Tienen un problema grave con la autocensura. En las tertulias antes había personas de todo tipo. Ahora, desde un mismo lado se debaten las posturas de enfrente sin el de enfrente. Y en las plataformas TDT ni le cuento.
—¿Cómo resuelve usted el problema de la objetividad?
—Desde la honestidad. Objetivo no se puede ser. Somos sujetos y eso no se puede despegar del propio ser humano. Pero sí se puede ser honesto. Y se debe ser honesto.
—¿Ve muchos periodistas honestos?
—Sí, pero con muchas complicaciones para el desarrollo de su trabajo. La Junta Electoral, por ejemplo, decide hoy el tratamiento de las campañas y no por criterios periodísticos. Y hay que dejar trabajar a los profesionales.
—¿Usted ha podido ser honesto?
—Lo intento cada día. Esto es un ejercicio diario. No se puede bajar la guardia. Hay que comprender el mundo y no repetir lo que te cuentan. Contrastar las fuentes, hacer tu propia valoración, estar en la calle, hablar con la gente, y poner eso frente a la información dirigida. Hay que mantenerse en pie y no dejarse doblar.
Rafael Cremades (Córdoba, 1962) se puso en pie, periodísticamente hablando, muy joven. Estudió Ciencias de la Información en Madrid y pronto se internó por la jungla de las redacciones locales. Ha hecho de todo: prensa, radio y televisión. Y su nómina de empresas de comunicación es numerosa: Nuevo Diario, ABC, Diario 16, Diario Córdoba, Cadena Rato, Radio Mezquita, Canal Sur Radio, Canal Sur Televisión. Digamos, por tanto, que ha sido un todoterreno del periodismo hasta desembocar en la televisión, que es el medio que le ha reportado una mayor proyección pública y profesional.
—Decía el mítico reportero Kapuscinski que la suya no era una vocación: era una misión. ¿Cuál es la misión de Rafael Cremades?
—También decía que para ser periodista hay que ser buena persona. Yo quiero contar lo que pasa a mi alrededor y ser útil. Ahora estoy más en el mundo del comunicador que del informador, aunque una cosa se nutra de la otra. Quizás sea esa mi misión.
—También decía Kapuscinski que no es este oficio para cínicos.
—Hay mucho cínico en todo. El periodismo es el reflejo de la sociedad. Como la justicia o la política.
—Lleva 30 años en la brecha. ¿Ha perdido la inocencia?
—No, que va. Sí tengo algunas marcas ya, pero eso no me hace perder la capacidad de sorpresa u olvidar el niño que llevamos dentro.
—¿Qué le sigue sorprendiendo?
—La capacidad de la gente para lo bueno y para lo malo. Ver cómo hay personas que son capaces de dar lo que no tienen. Que adoptan a niños que de lo contrario lo estarían pasando muy mal. Eso me maravilla. También me sorprende la capacidad para hacer el mal. Por dinero, por interés, por relevancia pública. Yo quiero perseguir la felicidad, no el éxito.
—¿Lo consigue?
—A veces sí, a veces no. El éxito es que te quieran. Y me siento muy querido. Por mi familia y luego en la calle.
—Dígame tres secretos de un buen comunicador.
—Saber escuchar, saber preguntar, saber contar.
—¿Saber escuchar es lo más difícil?
—Posiblemente. Tendemos a la verborrea. El buen periodismo tiene mucho de empatía. De ponerse en los zapatos del otro. Saber quién es ése al que estoy intentando sacar su alma. Yo procuro propiciar una atmósfera en la que el entrevistado no me vea como alguien que le va a hacer daño sino alguien que le puede ayudar. Así se desbloquean muchos sistemas de autoprotección.
—¿Qué personaje le cautivó?
—Me siento muy orgulloso de haber hablado con Paco de Lucía. Y hace poco hablé con Valentina y el Capitán Tan. Me sentí como un niño. Valentina tiene 82 años. Y Félix Casas algo más. Me estaba invitando a comer y yo dije: «Dios mío, si era mi héroe de niño».
—Dígame los tres pecados de un mal comunicador.
—Nunca debes hablar de lo que no sepas. Tienes que saber de lo que hablas y para eso tienes que estar informado. Un loro de repetición no es un periodista. Hay que rumiar la información, masticarla, digerirla y luego contarla.
—¿Qué presión no soporta: la del «share» o la del director general?
—Cuando he hablado con mi director general ha sido siempre por motivos de satisfacción. La última cuando hice un programa con la parálisis facial. Fue algo que nunca olvidaré. La del «share» es muy dura y creo que nos equivocamos. La única presión a la que debemos someternos es a la del trabajo de calidad.
—¿Siente el aliento del «share» sobre su cogote?
—Sin duda. Pero es un error. Levantarte por la mañana y tener un buen número no es lo mismo que no tenerlo.
—¿La independencia es un valor escaso?
—Esa pregunta no se la puedo responder. Yo no soy nadie para decir si fulano o mengano es más o menos independiente.
—¿Dónde están los límites de la telebasura?
—Desde luego, no en el código penal. Están en el código ético. El dueño de las ondas no son las emisoras. Es el Estado, que concede a empresas la posibilidad de emitir. Hay un deber de información veraz, de entretenimiento, de servicio público. Eso sí: prefiero la telebasura a la censura. Pero debe haber un límite. No todo vale por el «share».
—La televisión nos retrata como sociedad.
—Sí. Que conste que se hace muy buena televisión. Qué le voy a contar de Andalucía Directo, que tuve la suerte de poner en órbita. Pasando por Los Reporteros, Tecnópolis, Redes, Hermano Mayor. Pero hay programas lamentables envueltos en papel de celofán. —¿Ha sido dueño de su currículo profesional?
—No, que va. Ha habido veces que he hecho programas que no me han gustado. Y he procurado dejarlos lo antes que he podido.
—¿Qué le queda por hacer?
—Todo. Me encantaría hacer un programa de viajes. Sueño con eso.