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Fernando Penco: «Lo de Capa ha sido una historia maravillosa»

Una pura casualidad lo metió de cabeza en una trepidante aventura con la mítica foto de Robert Capa de fondo. Arqueólogo y escritor, Fernando Penco es ante todo un espíritu inquieto

Día 13/05/2012

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Un día de 2007, Richard Whelan, biógrafo de Robert Capa, publicó una fotografía inédita de la serie que acompañó a la imagen más influyente del periodismo de guerra: «Muerte de un miliciano». La fotografía recogía a una fila de guerrilleros en posición de disparo sobre un valle cerrado por lomas, supuestamente en el término municipal de Cerro Muriano. Fernando Penco acabada de comprar el libro de Richard Whelan en el Museo Reina Sofía de Madrid, adonde había acudido para entrevistarse con directivos de Magnum, la legendaria agencia de fotografía donde trabajó Capa. Penco miró fijamente la fotografía, examinó el paisaje, levantó la mirada y exclamó: «Esto no es Cerro Muriano». Uno de los grandes iconos de la historia del fotoperiodismo estaba a punto de desvanecerse. Ni la loma sobre la que cayó abatido el joven miliciano era el Cerro de la Coja ni el soldado era Federico Borrell, como se había creído durante setenta años.

Fernando Penco: «Lo de Capa ha sido una historia maravillosa»
rafael carmona

Desde aquel día, Fernando Penco y otros tres investigadores españoles iniciaron una carrera endiablada por identificar el enclave que figuraba en la nueva fotografía publicada por Whelan. José Manuel Susperregui, periodista y profesor de la Universidad del País Vasco, y Penco mantuvieron durante los primeros meses de 2009 un pulso rocambolesco por descifrar el enésimo secreto de una fotografía que ya es un mito. Los dos dieron con la tecla casi al unísono. Susperregui mandó la imagen a todos los ayuntamientos de Córdoba y un profesor de la Subbética lo puso sobre la pista de las Dehesillas, en Espejo. Penco, junto con el fotógrafo Juan Obrero, identificaron sin ningún género de dudas el 9 de mayo de 2009 la perspectiva exacta de la instantánea realizada en septiembre de 1936. La estrambótica historia la cuenta Fernando Penco en un libro aparecido el pasado año bajo el título de «La foto de Capa».

—Menuda carrera con José Manuel Susperregui.

—Fuimos todos compañeros de un mismo barco. Él hace un trabajo extraordinario, que yo valoro. Pero no da con el sitio exacto y eso es fundamental para desmontar la tesis de Federico Borrell. Yo no descalifico a nadie. Sólo cuento una carrera de velocidad en la que estuvimos cuatro investigadores.

—Su libro, ¿es un trabajo de investigación o un ejercicio de desagravio?

—Es la necesidad de contar una investigación que duró año y medio. No fue reconocida y tomé la decisión de escribir un libro.

—¿Qué luz le llevó a Espejo?

—Seguíamos el rastro del anarquismo desde hacía dos o tres meses. A Robert Capa les llama la atención los anarquistas. El mismo miliciano de la fotografía es de la CNT. Así que Juan Obrero y yo recorrimos Bujalance, Castro del Río y Espejo. Fue Juan quien vio el encuadre cuando llegamos a la carretera que une Castro con Espejo y contemplamos el picacho de la Sierra de Cabra. Paramos el coche, nos bajamos y buscamos el lugar exacto.

—¿Quién pisó por primera vez las Dehesillas?

—Juan Obrero y Fernando Penco. Sin duda. El 9 de mayo de 2009 por primera vez.

—José Manuel Susperregui ya había estado allí.

—No en el lugar exacto. Él está en el entorno y ubica la fotografía en Castro del Río, aunque después la cambia por Espejo. Es absurdo discutir esta pequeñez. Lo de Robert Capa ha sido una historia maravillosa de mi vida.

—¿Qué sintió cuando vio la publicación de Susperregui?

—Me mandó el artículo y me llamó Patricio Hidalgo, investigador de la Guerra Civil, para decirme que la fotografía estaba hecha en Castro del Río. Yo le dije: «Está hecha en Espejo». «¿Cómo?», me preguntó sorprendido. A partir de ese momento Susperregui se olvida de Castro del Río y habla de Espejo. Y ahí está la clave. Yo no acuso a nadie. Pero esto es el pan nuestro de la investigación.

Fernando Penco Valenzuela (Córdoba, 1966) ha vivido con verdadera pasión este culebrón enrevesado que tiene tintes de «thriller» de suspense. No para de hilar fechas y abrir sobre la mesa revistas, libros y documentos que, según afirma, demuestran la veracidad de sus investigaciones. El de Robert Capa ha sido uno de los charcos en que se ha metido a lo largo de su vida por obra y gracia de su espíritu aventurero. Ha escrito cuatro libros, filmado un documental de televisión, excavado en decenas de yacimientos arqueológicos y promovido no sé cuántas peripecias más.

—¿Cómo cayó en brazos de Robert Capa?

—Fue casualidad. Yo trabajaba en el Museo del Cobre, que está en el Cerro de la Coja, donde se pensaba que estaba hecha la fotografía de Robert Capa. Hay dos tipos de artistas: los que crean su obra basándose en la realidad y los que componen su propio universo.

—¿Quién era Robert Capa?

—Un poeta de la fotografía, que además tenía los dos estigmas del siglo XX: era comunista y judío. Conoce a Gerda Taro en París cuando huía del nazismo y se embarcan en la Guerra Civil española, donde creían que podía darse un comunismo no dictatorial fuera de la órbita de Stalin. Venía pagado por un periódico que le presiona para que haga una fotografía impactante. Entonces, se desplaza a Córdoba y hace «Muerte de un miliciano», que es un milagro de la fotografía. Rompe los esquemas y hace una cosa completamente nueva. Como el «Guernika», de Picasso, o el «Ulises», de James Joyce.

La entrevista tiene lugar en un pequeño estudio del que dispone en la calle Cruz Conde. Un habitáculo austero, desnudo y desordenado. Hay una mesa atestada de libros y una estantería también repleta de volúmenes que parece haber leído concienzudamente. «En el Quijote está todo», dice enfáticamente. «Es un libro brutal». Pero también cita a Homero, Heráclito, James Joyce, John Dos Passos, Ernest Hemingway y media docena de escritores más, la mayoría autores de libros de viajes.

—Es usted director del Museo del Cobre, escritor, historiador, arqueólogo y ha investigado la foto de Capa. ¿Hiperactividad o dispersión?

—Es la curiosidad, la necesidad de conocer. La investigación de la fotografía de Robert Capa ha tenido mucho de arqueológica: he usado la misma metodología.

—Y después de Capa, ¿qué?

—Ahora tengo un proyecto fascinante. Un encargo que me ha hecho Almuzara para investigar sobre la antigüedad, concretamente el primer milenio antes de Cristo.

—Ha escrito también sobre el Guadalquivir. ¿Qué dice el río de nuestra historia?

—A través del río Guadalquivir llega Homero, Platón, el conocimiento. Sobre todo, durante la época del islam español.

—Un arqueólogo en Córdoba viene a ser algo así como un buscador de oro sobre una mina de metales preciosos, se supone.

—Los arqueólogos tenemos un problema: la vida del arqueólogo es corta y la de un yacimiento arqueológico muy larga.

—¿Qué nos queda por saber de Córdoba?

—Todo. Córdoba es una ciudad fundamental en la historia de Occidente.

—¿Qué perdimos en Cercadilla?

—Un gran yacimiento arqueológico.

—¿Y qué se ganó?

—Algunas tesis doctorales. Estuve un año allí trabajando y lo dejé por convicción. Ahora soy incapaz de ubicarlo entre la mole de la estación.

—¿Qué error cometimos?

—Que tenía que pasar el AVE por narices. Hemos acabado con un yacimiento que aún no sabemos qué es. Yo iría por las tesis de edificio religioso y no tanto un palacio. Pero eso es otro debate.

—¿Por qué hay que conservar las piedras?

—Tenemos que ver las piedras no como un problema sino como un beneficio. Sin nuestra historia, Córdoba no sería gran cosa.

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