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Córdoba / CAL Y ARENA

Toros modernos

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Ir a los toros no era una «diversión» como ir al cine, era ir a admirar cómo 70 kilos doblegan a 500

Día 05/06/2012 - 10.36h

Mi padre fue siempre un gran aficionado a los toros. De muchacho, se metió en uno de aquellos memorables trenes de principios del siglo pasado para ver en Madrid la presentación de Joselito. Me habló no pocas veces de las verónicas sin enmendar de Belmonte también el día de su presentación, y de muchas cosas más. Si yo le resumía una corrida de la Maestranza en «una oreja», decía «entonces ha debido ser estupenda…» Porque él era aficionado de toreo antiguo, del tiempo en que las orejas no figuraban en clasificaciones como si fueran las del fútbol. Creo que Belmonte no cortó ninguna por su superfamosa faena en la corrida del Montepío. La excelencia no necesita orejas.

Mi padre se salió dos veces de sendas corridas. Una porque no pudo aguantar la tensión al ver en el terreno en que se colocó Sánchez Mejías. La segunda y definitiva fue nada menos que en un mano a mano entre Manolete y Pepe Luis Vázquez. El aburrimiento le caló los huesos, se salió y ya no volvió nunca más.

Algo así me pasó hace años, los genes son los genes, «quien a los suyos se parece, honra merece». Era una corrida de Feria en Sevilla y al quinto toro los sustituyeron dos veces. Me fui y no he vuelto, pero sigo atento a lo que pasa en la Fiesta que ya no lo es. Me he perdido faenas sensacionales por aquí y por allí, pero las crónicas me ratifican en lo que pienso desde hace años: con las corridas no acaban los nacionalistas, ni los ecologistas, ni los defensores de los animales, sino los ganaderos, los toreros, los apoderados y los empresarios de las plazas. En suma, los comerciantes-financieros. Una crisis más antigua y tan previsible como «la crisis» por antonomasia, y con los mismos fundamentos: «la gente no importa», el «todo vale», los «famosos», los «platós»… En suma: la pérdida total de valores.

Acabaron con el toro. Hicieron un torito tan cortito, tan justito de fuerzas que recuerda al vestido del «María Manuela, ¿me escuchas?», que era «tan fino, tan transparente/ tan escaso y tan ceñío/ que a lo mejor por la calle/ te vas a morir de frío…» Buscaban el espectáculo bonito, las figuritas del torero ante la «jet»… y se encontraron con el aburrimiento total. ¿Se imaginan una carrera de caballos en la que estos no puedan llegar a la primera curva…? ¿Qué aún hay cogidas tremendas? No quiere decir nada: una masa de media tonelada es capaz de matar simplemente dejándose caer, y más cuando al toro le vale un simple derrote.

Eliminaron la razón del toreo: el dominio del hombre sobre la fuerza de la Naturaleza. Ir a los toros no era una «diversión» como ir al cine, era ir a admirar cómo 70 kilos doblegan a 500. Quizá lo peor que se ha podido hacer es hablar hasta la saciedad de la «Fiesta» nacional. La fiesta era la del pueblo donde había corridas, pero la corrida no es «divertida», y al tratar de que fuera así acabaron con ella.

Y si se acaba la «Fiesta», allá los que vivan de ella. Lo sentiré de veras por ese animal tan fabuloso que es el toro de lidia. No hay otro con mejor estampa ni ninguno que cause tanta emoción con sólo verlo… Como con tantas otras cosas, no hay derecho…

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