Échate pa’llá

Aunque «Échate pa’llá» sea una expresión coloquial muy nuestra, yo prefiero la sencilla precisión de «La espuela de Ana», «El rincón de Ana», «La piquera de Ana» o simplemente «Lo de Ana», antes que ese lío morfofonológico que nunca queda bien por escrito. Pero la renombrada dueña tendrá sus razones -lo reducido del local es la más evidente- y no soy yo quien para enmendarlas. Más allá de ello, es verdad que el negocio hostelero en la plaza de San Miguel está mostrando una clara actitud invasora que incluso empieza a resultar inconveniente al paso de peatones. De hecho, los asistentes a bodas, bautizos, comuniones y sepelios que se celebran en la iglesia, deben aprender a sortear veladores -a veces ocupados- si quieren permitir que los cortejos ceremoniales tengan unas entradas y salidas decorosas. Tal es el la aglomeración -bastante desconcertada- de enseres que -debido a la inhumana ley antitabaco- ha provocado la obligada intemperie tabernaria.

El desconcierto es tan patente que, como no anden atentos, los ciudadanos que quieran sentarse en los veladores del Pisto, puede que lo hagan en los de La Esquina, mientras que los que están sentados en las mesas de este bar crean haberlo hecho en las del Aguacero. Por su parte, los clientes del Aguacero pedirán, con toda naturalidad, su comanda a Rafael, el atento camarero de Échate pa’llá, que, con pena y cortesía, tendrá que explicarles que se encuentran en el ámbito jurisdiccional del vecino. Porque sus mesas -como el propio nombre del establecimiento indica- han sido efectivamente desplazadas unos cuantos metros más allá, para dejarle sitio a la competencia y para que ésta, a su vez, posibilite mínimamente el acceso a la parroquia por la puerta del lado de la Epístola. Ya saben, esa que luce un arco de herradura con dovelas decoradas.

Lo cierto es que está todo un tanto revuelto. No en vano este espacio constituyó, en el pasado romano, el Foro de la Colonia Patricia. Y desde entonces continúa siendo lugar de encuentro de la mejor sociedad cordobesa. Como ejemplo, cabe decir que, justo a la vera de nuestra taberna y en frente del califal arco mencionado, tiene su despacho el señor Sánchez de Puerta, nuestro abogado estrella. Su placa orla por la izquierda la piquera de Échate pa’llá, lo que sin duda redunda en la brillantez de las tertulias que allí se suscitan.

Ana Gener, la propietaria del pequeño negocio, viene de la calle Caño y antes de la calle San Álvaro. Su itinerario ha estado determinado por un continuo proceso de adaptación a la crisis y a la nueva interpretación de la oferta tabernaria. En La Espuela de Ana contaba con un local espacioso y luminoso, de amplias cristaleras, pero se encaramaba a una altura temeraria y carecía de acera; por lo que el simple hecho de fumar se hacía especialmente incómodo para el cliente, y hasta peligroso para el viandante, que podía encontrarse en su camino una colilla lanzada desde la empinada escalera de acceso al bar...

Ana -bien secundada por Paco, su marido- optó, finalmente, por lo que opta todo el mundo ahora: un local pequeñito y barato, con piquera y terraza, de modo que la gente pueda fumar a sus anchas. Pero añadiéndole un buen tapeo y un exquisito vino. Se trata del que sirve Bodegas La Casilla, bajo la etiqueta de «Pagos de Abango». Ya sea en su versión de «tinaja» -o sea, mosto- como en la de fino, este caldo supera con creces la media de calidad de los que bebemos habitualmente en la ciudad. Incluso intuyo que habrá de ser premiado si se le promociona adecuadamente. En todo caso, es de justicia felicitar a José Jesús Bogas y a Nicolás Doblas, vinicultores de pura cepa, que nos han regalado este lujo al alcance. Y a Ana, por supuesto, que ha sabido reconocerlo. Además hoy es el día de Ntra. Sra. del Rosario, patrona de Moriles, y sabrán apreciarlo...