Centro de la Oficialidad Andalusí
La vida diplomática del Califato, muy cuidada en toda su
historia, alcanzó su cumbre en Medina Azahara al contar con impresionantes perspectivas y
magníficos salones de recepción. A los nueve años de iniciadas las obras, ya recibió
Abderramán III una nutrida embajada de jefes berberiscos que llegaba a mostrar su
sumisión al poder musulmán.
Entre las recepciones más relevantes
que tuvieron lugar en la medina está la de los emperadores bizantinos, dado que los
califas nunca dejaron de pensar en volver a ocupar los países orientales que gobernaron
sus antepasados. Las visitas de representantes de estos territorios dejaron en la Córdoba
musulmana numerosas obras de ciencia clásica, entre las que cabe citar un ejemplar del
«Dioscórides», la gran enciclopedia médica que poseía lujosas ilustraciones y una
cubierta repleta de piedras preciosas. Las visitas provenientes de Constantinopla también
dejaron ricos materiales para la construcción y decoración.
Las grandes recepciones en Medina
Azahara también fueron para los altos dignatarios cristianos, como Sancho el Craso u
Ordoño IV.
La medina era un referente de la
ostentación arquitectónica y floral y servía para mostrar el desarrollo califal a los
visitantes oficiales. Junto al lujo de los ornamentos, hay que reseñar la vitalidad de
sus parques y jardines. Los textos reflejan la existencia de avenidas de cipreses,
rosaledas, arriates de nardos y muchas plantas exóticas procedentes de lejanos países.
Junto a esta profusión de especies vegetales, Medina Azahara acogía en recintos seguros
a animales procedentes de África y Asia. El paso de jirafas y elefantes, cebras y
avestruces destinados al parque del califa fue muchas veces un espectáculo popular que
recogen los cronistas.
Centro de la actividad política y de
la riqueza expresiva de Al-Andalus, que el paso del tiempo y las agresiones humanas no han
permitido conservar hasta la actividad.