Omeyas,
efectos secundarios

La inauguración de El esplendor de los Omeyas cordobeses
hizo que el 3 de mayo pasado fuera un día feliz para muchos ciudadanos de Andalucía. Me
van a permitir que aproveche la ocasión para agradecer a todos los miembros de la
Consejería de la que soy responsable el gran esfuerzo que han realizado para que eso
fuera posible, para que podamos ofrecer al mundo la exposición y cuanto la rodea. Hace ya
más de dos años que venimos trabajando en un proyecto que tenía una considerable dosis
de aventura. Hoy, quiero dar las gracias a todos, incluidas las entidades y
administraciones que colaboraron con nosotros para que la muestra viera felizmente la luz.
Hacerla en la misma Medina Azahara y
no en una sala de exposiciones convencional ha sido todo un reto. Pese a todo, hoy puedo
decir, a la vista del resultado y de la expectación levantada por la onda expansiva
propagada por los medios de comunicación españoles y extranjeros, que ha merecido la
pena. Sin duda, el hecho de que la ciudad califal recupere lo que en su día le fue
arrebatado, que sus muros vuelvan a albergar piezas realizadas específicamente para este
escenario es algo que tiene cierta magia. De alguna forma, Medina Azahara vuelve a estar
viva.
Como el Segismundo calderoniano fue
sacado del silencio campestre para reinar sobre su pueblo, los restos de esta ciudad,
enterrada todavía en buena parte bajo la tierra cordobesa, son llevados al centro del
escenario de la actualidad por medio de la exposición y del programa de actos que la
arropa. Durante cuatro meses rememorará los destellos del brillo califal con el que
reinó sobre todo el orbe en un tiempo en el que era el principal foco de sabiduría en
ámbitos como la política, las artes, la filosofía, las ciencias...
Bajo nuestra responsabilidad, bajo la
responsabilidad de todos los andaluces, quiero decir, está el conseguir que todo esto no
sea un destello fugaz y estéril. En nuestra mano está que el esfuerzo de tantas personas
no sea en vano. Basta con que nos ayude a comprender que cuando los sueños se miran cara
a cara y uno se pone manos a la obra cambian súbitamente de nombre y empiezan a llamarse
proyectos, planes, objetivos... Es tiempo de creer en nosotros, de creer que podemos hacer
de este cambio de milenio -como hicieron los Omeyas- un tiempo que merezca la pena
recordar.
«El esplendor de los Omeyas
cordobeses» cuenta con cerca de 300 piezas procedentes de más de 15 países y algunas de
ellas han salido por primera vez de los museos que las custodian. Vendrán a Córdoba
islamistas de todo el mundo, arqueólogos, historiadores, curiosos, turistas que querrán
ver con sus propios ojos las excelencias de la muestra que hemos proclamado a los cuatro
vientos. Creo que es legítimo que los andaluces se sientan satisfechos del trabajo que se
ha realizado. Al fin y al cabo, «El esplendor de los Omeyas cordobeses» está promovida
por una institución pública de la que todos los andaluces se pueden sentir partícipes.
La exposición es de todos y para todos.
La cultura constituye un valor en sí
mismo que, además, puede traer beneficiosos efectos secundarios. La posibilidad de
utilizarla como catalizador del debate entre los pueblos sobre cuestiones conflictivas
puede ser uno de estos efectos secundarios, al que habría que añadir otros como servir
de estímulo para diversos sectores de la economía y potenciar la imagen exterior de
nuestras ciudades, por citar tan sólo algunos ejemplos.
Una muestra de la relevancia que ha
alcanzado la exposición la constituye la presencia de Sus Majestades los Reyes de España
en la ceremonia de inauguración, en la que también estuvieron el presidente de la
Comisión Europea, Romano Prodi, y el presidente de Siria, Bachar Al Assad, cuya llegada a
Córdoba será su primera visita a Europa como jefe de Estado en unos momentos donde la
tensión en Oriente Medio da aún más valor a su viaje. Recordemos que los Omeyas
llegaron a Córdoba procedentes de Damasco, por lo que el eje que une las dos ciudades
constituye un cordón umbilical que une la capital andaluza con la cultura mediterránea.
No quiero despedirme sin invitar a
todos los españoles a visitar Córdoba durante estos cuatro meses. Sin duda les
resultará ilustrativo. Ya es hora de asumir que para buena parte de los peninsulares la
Edad Media no fue sólo cristiana, sino que también tuvo un componente árabe. Y más
aún, hay que desterrar de una vez para siempre las connotaciones negativas que esta
afirmación tuvo y tiene en nuestro país. Ningún pueblo inteligente se puede permitir
tanto resentimiento.
Al revés, aceptemos en su totalidad
nuestro pasado y asumamos que los que ahora cruzan a la desesperada el Estrecho desde el
Norte de África no son tan extraños. También los árabes de Damasco y los que vinieron
después fueron inmigrantes. De nada sirve una cultura que no nos hace más solidarios,
más humanos. Si recordar es sólo vanagloriarse sobre una cima solitaria que no queremos
compartir, entonces, maldita memoria. Que la exposición contribuya a que seamos más
generosos, que dé lugar al diálogo, esos serán sus mejores efectos secundarios.