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Arquitectura religiosa

La Mezquita,
icono del nacimiento de Al-Andalus

Crisol de culturas y símbolo de las transformaciones sociales de la Córdoba de los omeyas. Bajo estas premisas se ha de abordar el análisis arquitectónico, religioso y social de la Mezquita de Córdoba, una de las obras arquitectónicas de mayor proyección de la dinastía omeya en Occidente.

Antes de convertirse en capital del emirato omeya en 756, Córdoba era la sede del único superviviente de esta dinastía, desterrada de Damasco, Abderramán I. Treinta años sirvieron para levantar sobre los vestigios de la basílica visigoda de San Vicente uno de los símbolos espirituales y políticos más relevantes de Al-Andalus, la Mezquita Aljama.

La Mezquita de Abderramán I recupera el plano, de exquisita sencillez, de las grandes mezquitas califales omeyas y que había puesto por vez primera en marcha en el siglo VIII en Damasco el califa al Walid. El templo musulmán cordobés original se articulaba en torno a una sala de oraciones hispóstila —situada bajo una cubierta soportada por columnas— compuesta de once naves orientadas hacia la quibla, punto que se dirigía hacia La Meca y que marcaba la dirección de las oraciones.

Al contrario del modelo original de Damasco, las naves de la Mezquita de Córdoba están alineadas perpendicularmente y no paralelamente al muro de la quibla. La nave central, un poco más amplia, formaba una calle triunfal hacia el mihrab, estructura situada en el muro de la qibla que conmemora el emplazamiento ocupado por el profeta cuando dirigía la oración.

Arcos característicos del templo

La gran originalidad del templo religioso es su alzado, vertebrado por unos bloques de imposta de los que surgen los arcos de herradura de medio punto, con dovelas alternadas de piedra caliza blanca y de ladrillos. Sobre esta primera hilera se superpone una nueva estructura de arcos, esta vez de medio punto. Esta disposición de estructuras superpuestas fomenta la percepción de espacio infinito, acompasado por el eco de los arcos rojizos. Las dovelas con colores alternados eran muy frecuientes en Oriente Próximo, tanto en el mundo bizantino como en el islámico.

El arco de herradura, que ya existía en la India y se esbozaba en la Mezquita Mayor de Damasco —tierra original del emir Abderramán I—, permanecerá después como la marca distintiva de la arquitectura de España y del Magreb.

Lejos de permanecer ajena a los movimientos sociales y políticos de Al-Andalus, la Mezquita se verá modificada para dar respuesta a la cada vez más importante presencia musulmana en la ciudad. Su primera ampliación fue ordenada por el emir Abderramán II en los años centrales del siglo IX. La pared de la qibla fue demolida y cada nave prolongada por ocho columnas. Sólo los capiteles señalan una evolución con respecto al período anterior. En ocasiones, estos elementos decorativos y de apoyo son fieles copias de la antigüedad, aunque también se presentan bajo modelos visigodos. Se observa un excelente tratamiento de la ornamentación vegetal que presenta cierta rigidez por las hojas con nervaduras verticales.

Destaca, además, en una etapa constructiva posterior, la edificación del alminar y la fachada del oratorio orientada al patio encargada por el primer califa cordobés, Abderramán III. Esta actuación queda, en cierta manera, oscurecida por la gran obra de este líder musulmán, la ciudad de Medina Azahara, complejo arquitectónico al que dedicó buena parte de su vida.

La Mezquita experimenta su mayor embellecimiento artístico gracias a la reforma encargada por Alhaken II, que incorpora arcos de lóbulos amplios y majestuosos, además de cuatro linternas o cimborrios cubiertos por cúpulas que señalan las partes principales del templo y acrecientan la entrada de luz. Esta riqueza ornamental de la ampliación de Alhaken II tiene su fundamento en el uso del mármol, la instauración de los mosaicos policromos, el empleo de arcos entrecruzados y de lóbulos con sus dovelas cubiertas de finos ornamentos pintados y dorados. Esta actuación de mejora decorativa tiene como gran beneficiario al mihrab, cuyo anterior emplazamiento es transformado en una sala rodeada por combinaciones de distintos arcos —lobulados, mitrales, cruzados— coronada por una cúpula abovedada de piedra, con bovedillas de diversas conchas. Todo ello forma una fantástica antecámara a la nueva sala de oración que tiene su propia atmósfera como consecuencia de la relevancia que cobra tras el refinamiento de su decoración.



El mirab de la Mezquita de Córdoba presenta una interesante decoración epigráfica

Además, el segundo califa omeya agregó once naves, sostenidas por columnas de mármol rosa y azul, rematadas por varios capiteles derivados del orden corintio con hojas lisas de aguja y cubiertas con techos de madera labrada y pintada.

Sin embargo, la ampliación más importante, en lo que a extensión se refiere, corresponde a la etapa de Almanzor. Iniciada en torno a 991, esta actuación sobre la Mezquita se hizo necesaria por el importante incremento de la población de Córdoba como consecuencia de la inmigración de las tribus beréberes llegadas del litoral africano. La ciudad creció enormemente, los arrabales y sus alrededores fueron insuficientes para albergarlos y la Mezquita no disponía de espacio para acoger a todos sus fieles. La mencionada ampliación se llevó a término a lo largo del costado Este de la Mezquita para lo que se hubieron de expropiar las casas colindantes. Suprimidos los estribos del muro oriental hasta el nivel del pavimento interior y desmontada gran parte de la decoración exterior de la fachada, se abrieron once grandes vanos con dobles arcos de herradura de mayor anchura a los que había utilizado Alhaken como entrada a su anterior reforma. En esta ocasión se añaden ocho naves en sentido longitudinal, lo que eleva a diecinueve el número de naves, quedando descentrados el mihrab y la primitiva nave axial. Este dato viene a refrendar la envergadura de la actuación encargada por Almanzor, que ordena construir ocho naves para poder acoger a la importante comunidad islámica de su época, que no tenía suficiente espacio para la oración en las once naves construidas en las anteriores ampliaciones.

REDUCCIÓN DE LA BELLEZA

Como dato interesante de esta obra, hay que reseñar que el arquitecto parece prescindir a conciencia de todo elemento que pudiera hacer competencia al edificio precedente. Se reduce la nobleza y suntuosidad del muro de fachada al patio, se prescinde de cualquier elemento ornamental en la prolongación de la quibla y se omiten las estancias que hubieran ampliado las del Tesoro. Estas carencias son las que han permitido afirmar a algunos expertos que esta ampliación responde al temperamento dictatorial de Almanzor y a su afán de ganar un prestigio no menor al de los califas. Mientras que en superficie fue la más importante intervención, pues casi la duplicó, la calidad no importaba. Los expertos consideran que un gesto propagandístico no se detiene en sutilezas sino que busca hechos espectaculares que sean capaces de captar la atención de los súbditos.



La Mezquita vista desde el puente de San Rafael

En lo que concierne a los arcos, hay que destacar que se tomaron como modelo las arquerías de la ampliación de Alhaken II. Todas las dovelas son de piedra, estuvieron enlucidas y se pintaron de blanco y rojo para fingir el formato de los primitivos. Además hay que reseñar el empleo del arco pentalobulado junto a la fachada del patio y en los arcos pequeños que se situaban sobre los pilares interiores.

 

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