La ciudad de Madina Azahara es
el enclave elegido para recrear el tiempo, la cultura de los Omeyas en la Península
Ibérica. Aquí reside el encanto, la magia, de esta muestra, pues, al cabo, nos paseamos
por los escenarios originales del califato entre una amplia y cuidada recopilación de
objetos y piezas artísticas de la época, muchas de las cuales han sido expuestas con
anterioridad en París, pero que, por supuesto, no pudieron disfrutar de esta irrepetible
recreación ambiental. Madina Azahara es la única ciudad antigua que no ha sido absorbida
ni ha quedado encajada en el centro de un moderno espacio urbano, que conserva su
independencia frente a la sombra de una cercana megalópolis.
Pero, como ya hemos referido antes, no es Córdoba
donde se señala históricamente el origen del pueblo omeya. El viaje resulta algo más
largo: hasta los territorios del actual Oriente Medio, su capital era Damasco y sus
ejemplos artísticos más relevantes se localizan en esta urbe, su Mezquita Mayor; en
Jerusalén, la Cúpula de la Roca, y en Jordania, Siria y Palestina, los llamados palacios
del desierto. Hace apenas unos meses la organización Museos sin Fronteras presentó el
proyecto Los Omeyas. Los inicios del Arte Islámico, que se enmarca dentro de un
programa general, concebido por Eva Schubert, cuyo objetivo es recorrer todos los rincones
de las culturas alimentadas por el flujo de las mareas mediterráneas en los tiempos más
florecientes del Islam: sus variadas ramificaciones artísticas, estéticas e
intelectuales entrelazadas con otras gentes, dinastías y religiones que poblaron,
cultivaron este vasto territorio. Los anteriores trabajos presentados y que aún mantienen
su vigencia son, entre otros, El Marruecos Andalusí, Ifriquiya, trece siglos de
arte y arquitectura en Túnez y El Islam en Cataluña, bisagra cultural de una
región fronteriza. En su conjunto no se trata de unas exposiciones al uso, encerradas
entre las paredes de un museo, sino de un recorrido geográfico, a pie de tierra, por
diferentes zonas, monumentos y ciudades que configuran el espacio vital donde germinó y
se desarrolló esa cultura y ese arte en concreto. En realidad, este tipo de muestras son
un viaje, una visita en vivo y en directo al lugar de los hechos, y estos viajes son una
exposición, pues el concepto primigenio del mismo es éste. Por poner un ejemplo, el
«mapa», itinerario ha sido «dibujado» previamente por un comité científico, y se
puede seguir con un catálogo en mano, editado por Electa, cuya principal virtud reside en
los cuidados textos, en su amenidad, en las estupendas recreaciones de aquel momento y
lugar, y en el perfecto orden de las secuencias históricas que uno ha de seguir en esta
suerte de traslación en el tiempo. Sin necesidad de coger el avión, la lectura del mismo
resulta muy recomendable. La imaginación, si está bien adiestrada, puede hacer el resto.
En el caso de Los Omeyas: los inicios del arte islámico, el más reciente de todos
estos trabajos, lo ideal y soñado por todos hubiera sido que se hubiera podido englobar
toda la geografía palestina, todos los centros originales de esta cultura y este pueblo,
tanto en Siria, como en Israel y Jordania, pero la zona se ha visto concentrada o
reducida, según se mire, en este último país. Las razones políticas, las disputas
entre unos y otros de muy difícil resolución, lo han hecho imposible. Aunque, apuntemos
que la impronta omeya en Jordania trasluce una armónica convivencia entre la cultura del
Islam, las manifestaciones cristianas, bizantinas y grecorromanas. En sus comienzos, el
arte omeya muestra su mayor esplendor en la arquitectura y el territorio jordano es
sumamente rico en este tipo de manifestaciones, desde residencias palaciegas escondidas en
el desierto (Al-Qastal, Qasr-al-Muchatta, Hamman al-Sarah, Qasr al-Hallabat y Umm
Al-Yimal, entre otras) a mezquitas. Sin embargo, el capítulo que, sin duda, resulta más
interesante recoge la relación entre los Omeyas y sus súdbditos cristianos, cuyo reflejo
más evidente son la amplísima colección de mosaicos que se conserva en los enclaves
originales de Umm al-Rasas o en el museo arqueológico de Madaba y que dejan entrever las
peculiaridades de la iconografía bizantina y omeya. Al cabo, en esta extensa geografía
se aprecia un prodigio de convivencia cultural y artística.