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Damasco destino Córdoba

por Laura Revuelta

Pintura mural en la sala de Audiencia, del palacio de Qusayr'Amra, en Jordania

Pintura mural en la sala de Audiencia, del palacio de Qusayr'Amra, en Jordania

Sin ni siquiera estar inaugurada la exposición El esplendor de los Omeyas cordobeses ya se habían escrito ríos de tinta sobre ella. Y, cuando apenas son tres días los que lleva abierta, sin duda, se atisba en el horizonte que asistimos a uno de los acontecimientos culturales de este año, de los que cuentan con todos los beneplácitos, de la crítica y del público, al que acudirán como moscas a la miel para apreciar las excelencias de esta dinastía que llegó a España después de haber sido abatida por los Abbasíes, en sus territorios de origen: Siria, Jordania, toda Palestina.

La ciudad de Madina Azahara es el enclave elegido para recrear el tiempo, la cultura de los Omeyas en la Península Ibérica. Aquí reside el encanto, la magia, de esta muestra, pues, al cabo, nos paseamos por los escenarios originales del califato entre una amplia y cuidada recopilación de objetos y piezas artísticas de la época, muchas de las cuales han sido expuestas con anterioridad en París, pero que, por supuesto, no pudieron disfrutar de esta irrepetible recreación ambiental. Madina Azahara es la única ciudad antigua que no ha sido absorbida ni ha quedado encajada en el centro de un moderno espacio urbano, que conserva su independencia frente a la sombra de una cercana megalópolis.

Pero, como ya hemos referido antes, no es Córdoba donde se señala históricamente el origen del pueblo omeya. El viaje resulta algo más largo: hasta los territorios del actual Oriente Medio, su capital era Damasco y sus ejemplos artísticos más relevantes se localizan en esta urbe, su Mezquita Mayor; en Jerusalén, la Cúpula de la Roca, y en Jordania, Siria y Palestina, los llamados palacios del desierto. Hace apenas unos meses la organización Museos sin Fronteras presentó el proyecto Los Omeyas. Los inicios del Arte Islámico, que se enmarca dentro de un programa general, concebido por Eva Schubert, cuyo objetivo es recorrer todos los rincones de las culturas alimentadas por el flujo de las mareas mediterráneas en los tiempos más florecientes del Islam: sus variadas ramificaciones artísticas, estéticas e intelectuales entrelazadas con otras gentes, dinastías y religiones que poblaron, cultivaron este vasto territorio. Los anteriores trabajos presentados y que aún mantienen su vigencia son, entre otros, El Marruecos Andalusí, Ifriquiya, trece siglos de arte y arquitectura en Túnez y El Islam en Cataluña, bisagra cultural de una región fronteriza. En su conjunto no se trata de unas exposiciones al uso, encerradas entre las paredes de un museo, sino de un recorrido geográfico, a pie de tierra, por diferentes zonas, monumentos y ciudades que configuran el espacio vital donde germinó y se desarrolló esa cultura y ese arte en concreto. En realidad, este tipo de muestras son un viaje, una visita en vivo y en directo al lugar de los hechos, y estos viajes son una exposición, pues el concepto primigenio del mismo es éste. Por poner un ejemplo, el «mapa», itinerario ha sido «dibujado» previamente por un comité científico, y se puede seguir con un catálogo en mano, editado por Electa, cuya principal virtud reside en los cuidados textos, en su amenidad, en las estupendas recreaciones de aquel momento y lugar, y en el perfecto orden de las secuencias históricas que uno ha de seguir en esta suerte de traslación en el tiempo. Sin necesidad de coger el avión, la lectura del mismo resulta muy recomendable. La imaginación, si está bien adiestrada, puede hacer el resto. En el caso de Los Omeyas: los inicios del arte islámico, el más reciente de todos estos trabajos, lo ideal y soñado por todos hubiera sido que se hubiera podido englobar toda la geografía palestina, todos los centros originales de esta cultura y este pueblo, tanto en Siria, como en Israel y Jordania, pero la zona se ha visto concentrada o reducida, según se mire, en este último país. Las razones políticas, las disputas entre unos y otros de muy difícil resolución, lo han hecho imposible. Aunque, apuntemos que la impronta omeya en Jordania trasluce una armónica convivencia entre la cultura del Islam, las manifestaciones cristianas, bizantinas y grecorromanas. En sus comienzos, el arte omeya muestra su mayor esplendor en la arquitectura y el territorio jordano es sumamente rico en este tipo de manifestaciones, desde residencias palaciegas escondidas en el desierto (Al-Qastal, Qasr-al-Muchatta, Hamman al-Sarah, Qasr al-Hallabat y Umm Al-Yimal, entre otras) a mezquitas. Sin embargo, el capítulo que, sin duda, resulta más interesante recoge la relación entre los Omeyas y sus súdbditos cristianos, cuyo reflejo más evidente son la amplísima colección de mosaicos que se conserva en los enclaves originales de Umm al-Rasas o en el museo arqueológico de Madaba y que dejan entrever las peculiaridades de la iconografía bizantina y omeya. Al cabo, en esta extensa geografía se aprecia un prodigio de convivencia cultural y artística.

 

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