AFP
Un niño sudafricano toca una vuvuzela en Johannesburgo
En este Mundial de chichinabo algo sí están consiguiendo los sudafricanos, y es que el orbe entero esté deseando que les eliminen para ver si de una vez se meten las vuvuzuelas por donde les quepan. Es cierto que las autoridades estuvieron tentadas de prohibirlas en este Mundial, por desagradables, ruidosas, molestas y, sobre todo, por horteras, pero al final (tan duros ellos para lo que les convienes, es decir cuando se trata de poner multas y del maldito dólar para vivir mejor) se ablandaron y decidieron autorizarlas.
Pues es un infierno. Como los que las tocan no son Louis Armstrong pasan de ser un símbolo de fiesta a un símbolo del infierno. Pero bueno, si les hace felices, pase.
Pero lo que resulta intolerable fue lo que hicieron la noche previa a la batalla. Se apostaron enfrente de los hoteles oficiales y estuvieron desde la once de la noche a las ocho de la mañana tocándolas sin parar con el único objetivo de no dejar dormir a los visitantes, sólo por el placer de molestar y fastidiar.
Eran niños de entre cinco y quince años, no más, y no cejaron en su empeño. A todo esto, los de los hoteles no movieron ni un dedo en favor de sus huéspedes. Ni avisaron a la policía (que aquí no existe), ni a seguridad (que también brilla por su ausencia) ni a nadie. Ni se molestaron.
Por la mañana más de un periodista buscaba a los de las vuvuzelas para meterles un martillazo en la boca y sacárselas por la nuca. Hubo algún que otro plumífero salvaje que incluso les apuntó con el dedo y disparó. Se debía creer Clint Eastwood. Eso sí, que vengan ahora para pedir por los niños de África, que se van a enterar...
