Jabulani significa «celebrar» en lengua zulú. Poco hay que celebrar con este balón. La única que está contenta con él es la FIFA, porque las críticas han llegado desde Dunga y Luis Fabiano hasta Casillas y Xavi, pasando por Julio César, portero de Brasil, que ha señalado que la pelota del Mundial «hace extraños cuando llega hacia tí». Su colega español, Iker, indicó que «parecía una pelota de playa», opinión que redundaba en su carencia de fiabilidad. La reducción de su peso hasta los 440 gramos ha creado un balón que es una bala. Ha sido fabricado para que haya más goles, como dice Jerome Valcke, secretario general de la FIFA. Los porteros están de acuerdo, porque la dirección de un disparo es imprevisible. Claudio Bravo, cancerbero de Chile, lo definía con sarcasmo: «Es un balón hecho para complicarle la vida a los arqueros, para marcar más tantos. Cuesta calcular la trayectoria, se mueve extraño».
Los atacantes tampoco están conformes. El italiano Pazzini tiraba a dar: «Es un desastre para los arqueros y para los delanteros. Saltas para cabecear un centro y de repente se mueve y fallas». Los intereses comerciales de los futbolistas han pervertido la polémica. Dunga, seleccionador brasileño, aconsejó a Jerome Valcke, el ejecutivo de la FIFA, «que se ponga unas botas y le pegue al balón». El directivo respondió con argucia: «Si Brasil pierde culpará al Jabulani. Si gana, se olvidará de ello».






