El 11 de agosto de 1956 un accidente de tráfico no sólo acabó con la vida de Pollock, sino que mató la pintura que se había hecho hasta entonces. Imperaba en Europa el informalismo y el expresionismo abstracto en EE.UU. De 1957 a 1962, cuando el pop irrumpe con fuerza, pasa un lustro que no ha sido bien tratado por los historiadores, pues los artistas que despuntan no son demasiado cómodos. Acaba el modernismo y arranca el posmodernismo. ero, ¿qué e gestaba en esos años? Visitando en el Reina Sofía esta exposición obtenemos la respuesta. Aunque fue un momento imposible de categorizar, hubo un grupo ecléctico de artistas y una fecunda experimentación. Muertos (no literal, sino simbólicamente) Picasso, Miró y Kandinsky, hasta entonces reyes indiscutibles de la escena artística, se corona a un nuevo rey, Duchamp, y sus readymade, objetos cotidianos convertidos en obras de arte.
Abre la muestra un «Botellero» del artista que elevó el urinario a los altares del arte y se atrevió a poner bigotes a la mismísima Mona Lisa, saliendo indemne del sacrilegio. En estos cinco intensos años se retorna al objeto, el espectador se vuelve activo, el arte salta a las calles de París, Nueva York y Milán en performances, happenings... y los artistas exhiben en pequeñas galerías, muchas de ellas regentadas por mujeres (Iris Clert, Martha Jackson, Anita Reuben), huyendo de los museos. Paradójicamente ahora recalan en uno. En 1960, el crítico francés Pierre Restany agrupa a un puñado de estos creadores bajo el término «Nuevo Realismo»; creen que el arte debe intervenir en el mundo real. El grupo hasta firma una Declaración constitutiva del Nuevo Realismo, que cuelga en la exposición (en realidad cuelgan dos). Entre los firmantes, Arman, Yves Klein, Tinguely...
Bajo el título «Nuevos Realismos: 1957-1962. Estrategias del objeto, entre readymadey espectáculo», esta exposición es una de las mejores que hemos visto este año en el Reina Sofía. Su comisaria, Julia Robinson, ha reunido en la sala A1 del museo 230 obras de 29 artistas en un montaje espectacular. Dialogan n una sala los acromos (pinturas blancas) de Manzoni con los monocromos azules de Yves Klein, mientras la sala contigua está poblada de artilugios de Tinguely (la escultura se activa), que parecen sacados de «La guerra de los mundos». Ojo a su «Ballet de los pobres», una espectacular instalación que dará más de un susto al visitante cuando eche a andar por sorpresa. Uno de los espacios de la exposición está dedicado al célebre «Homenaje a Nueva York» que hizo Tinguely en el MoMA en 1960.
El vacío/lo lleno
Un poco más adelante conviven los espectaculares ensamblajes de Rauschenberg con los primeros empaquetados de Christo (mucho antes de que decidiera envolver edificios y puentes) y las acumulaciones de Arman. Si Klein representa el vacío, Arman es «lo lleno». Acumula bombillas, chapas de botellas y todo tipo de desechos en su
s llamativas obras. Muy espectacular, la reproducción exacta del escaparate de la galería Iris Clert que hizo Arman en 1960. Recorrió las calles de París recogiendo chatarra y la acumuló en el escaparate. Se han recreado en la exposición las calles parisinas y neoyorquinas con graffitis, panfletos políticos y carteles publicitarios rotos en sus paredes. En 1959, Claes Oldenburg, Jim Dine y otros artistas crearon The Judson Gallery en el sótano de una iglesia en Washington Square, resucitada en esta muestra.
En esos años Piero Manzoni convulsiona el arte con su «Mierda de artista» enlatada, presente en una sala junto a otras delicatessendel italiano más escatológico de la Historia del Arte, como el «Aliento de artista» (???). Las obras salen de la Sala A1 del museo para instalarse en otros espacios del museo. Por los pasillos del claustro nos topamos con «Yard», instalación de Allan Kaprow hecha con neumáticos. A partir de 1962, Warhol y Lichtenstein vuelven a romper la baraja: sus imágenes icónicas de cómics y estrellas de Hollywood multiplicadas dan otra vuelca de tuerca al arte. Pero ésa es ya otra historia...
