
Pilar Bardem, en «La vida empieza hoy».
Hitchcock, Buñuel y no muchos más (ya se sabe lo de Hollywood-Gomorra) llegaron a confesar su deseo de cumplir años para irse liberando de las cadenas y ataduras de una vida sexual para ellos torturadora y estrangulante. Por suerte para esta película, ni don Alfred ni don Luis se cruzaron en su camino (ya hubiese sido mala pata espacio-temporal), sino una Laura Mañá que, haciendo honor a su apellido (sin tilde, claro), ha aplicado más tacto que fuerza a una historia con peliaguda premisa. Porque, no nos engañemos, el concepto de sexo en la tercera edad es casi como la declaración de la renta: sabemos que está ahí, que seguramente es inevitable y tal vez salga positiva, pero mejor no pensar demasiado en ello.
Así, la directora barcelonesa ha cambiado imaginariamente el título de su ópera prima («Sexo por compasión») por un «Sexo por consolidación», lección magistral que imparte la terapeuta protagonista (espléndida como siempre Rosa María Sardá) a unos alumnos que, por circunstancias culturales e históricas, se quedaron en las clases teóricas. Como suele pasar en la vida real, lo jugoso del filme está en los preliminares, donde la vena cómico-dramática bombea su mejor caudal para mostrarnos el déficit de cariño del personaje de Pilar Bardem (en su mejor papel del siglo, como quien dice), las taras familiares que conducen a una doble vida o la picardía del jubilado con pañuelo en el cuello e hijo esclavizado (Eduardo Blanco haciendo de Eduardo Blanco, como debe ser). Lástima que algunos arquetipos muy subrayados y algunas escenas algo grotescas e incómodas empañen esta humilde pero noble y optimista demostración de que, con más veracidad que los viejecitos de «Cocoon», los nuestros también echan viagra al gazpacho de vez en cuando. Que no todo va a ser petanca y mirar obras.