Brasil y Portugal se clasificaron ayer, por ese orden, para los octavos de final del Mundial de Sudáfrica al empatar sin goles en un partido bronco, tedioso e insustancial en el que acabaron abucheados por los 63.000 espectadores que interpretaron en las gradas del magnífico coliseo de Durban el único espectáculo de la tarde. Los impostores del juego «feíto» traicionaron sus señas de identidad imaginativas, fantasistas y creativas en un choque con más músculo que cerebro, más industria que técnica y más estopa que samba.
El encuentro nulo, en todos los sentidos de la palabra, apenas sirvió para que Carlos Queiroz igualara el récord de 19 partidos sin perder de la selección portuguesa, establecido por el brasileño Luis Felipe Scolari entre 2005 y 2006. La serie en curso comenzó precisamente después de la derrota por 6-2 encajada ante Brasil, el 19 de noviembre de 2008, en un amistoso en Brasilia, que era su anterior enfrentamiento. Si era una cuestión de orgullo más que de venganza, como había anunciado la víspera el técnico del combinado luso, el gallo portugués ya no sirve ni de souvenir para mudar de color con los cambios del tiempo.
Titularidad de Pepe
Queiroz apostó como medio centro por el central madridista Pepe, que sólo tenía en las piernas los 16 últimos minutos del amistoso disputado el pasado 8 de junio contra la selección de Mozambique (3-0). El estreno mundialista supuso la reaparición oficial y el término de un restablecimiento contra el reloj después de la operación a la que fue sometido el pasado 15 de diciembre a causa de una ruptura del ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha en un partido de Liga ante el Valencia en el estadio de Mestalla.
A los seis minutos, Luis Fabiano le marcó los tacos en la pierna mala para rememorarle la dureza inmisericorde de la elite. Tal fue su insistencia en el recordatorio que al cuarto de hora el ariete sevillista ya se había ganado una cartulina amarilla por otra fuerte entrada intimidatoria a un reaparecido al que a partir de entonces se le notó cierta prevención a meter la pierna. Pero no para lesionar con un pisotón en el talón de Aquiles a Felipe Melo, que tuvo tiempo de llevarse una amonestación al vestuario por vengarse antes de ser sustituido por Josué a un par de minutos del descanso.
Las peripecias de Pepe por el territorio comanche de las patadas ilustran la violencia, agresividad y juego sucio de un duelo reñido con la hermandad lusófona. Pareciera que Portugal y su antigua colonia, independiente desde 1822, tuvieran viejas cuentas que ajustar en continente neutral. Cuando los dos equipos se fueron a los vestuarios al término del primer periodo, el colegiado mexicano Benito Archundia ya había exhibido siete tarjetas amarillas, algunas anaranjadas de tanta proximidad cromática al rojo, sin contar las que perdonó.
La mejor ocasión
Alguien debió explicar en la caseta a los contendientes que ya no hay indulto general al acabarse las liguillas y que las amonestaciones valen para octavos porque los ánimos se calmaron en la segunda parte. Aunque Meireles rasgó con sus tampones la camiseta de Julio César pisoteado en el suelo nada más desbaratar la mejor ocasión lusa a lo largo del fraude que fue el partido de ayer.
Pepe, que aguantó una hora larga en la riña barriobajera, fue uno de los seis futbolistas de perfil defensivo alineados en el conservador dispositivo de Queiroz que dibujó sobre el césped un 4-1-4-1 delator de sus temores. Sacrificó a Simao, autor de un buen partido en el exuberante 7-1 a Corea del Norte, para taponar con Fabio Coentrao y Duda escalonados las incursiones de Maicon y Dani Alves por el pasillo derecho. Por los pagos del emperador Lucio abandonó a Cristiano Ronaldo a sus obsesiones y placeres solitarios.
Hasta Dunga, que había dejado en el banquillo a Robinho, un fijo hasta ahora en sus alineaciones titulares, se desgañitó a aspavientos desde la banda ante la desastrosa actuación que ofrecían los suyos. El puesto del ex madridista, ahora cedido al Santos por el Manchester City, fue ocupado por Nilmar. El delantero del Villarreal dispuso de la mejor ocasión auriverde al estrellar a la media hora en la madera un balón servido por Luis Fabiano, su pareja en la punta del ataque.