Los jugadores de la selección mantean a Iniesta durante la celebración del título en Madrid
Los jardines del Palacio de La Moncloa sirvieron por unas horas como microestadio rojigualda. Allí estaba casi toda la plana del Gobierno, desde la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, quien hablaba animadamente con su par de Cultura, Ángeles González-Sinde, hasta la vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, que se dejaba fotografiar por los presentes abrazada a un Miguel Ángel Moratinos muy sonriente.
Un millar de hijos de funcionarios invitados para dar la bienvenida de la selección se dejaba mojar por los rociadores del parque para combatir la tarde calurosa mientras entonaba el rosario de cánticos y sonaban las vuvuzelas, que ya son parte de este Mundial. La espera fue larga, pero valió la pena.
El hijo de Del Bosque, feliz
Finalmente, pasadas las seis y media de la tarde, llegaron los 23 jugadores a La Moncloa en un bus descapotable. Los niños comenzaron a cantar «campeones, campeones», mientras el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, saludaba a Álvaro, el hijo de Vicente del Bosque, que levantó la copa ante los aplausos.
Ya en la carpa, Íker Casillas cedió el máximo trofeo del fútbol mundial a un Zapatero distendido. De inmediato, los pequeños comenzaron a cantar «que bote el presidente, que bote el presidente». Y el presidente, ante la insistencia del los «bajitos», se puso a saltar con copa en mano. Tras unas breves palabras de Del Bosque, el capitán del equipo agradeció a todos los españoles y cerró su tímida aparición al grito de «Viva España».
En cambio, Rodríguez Zapatero no escatimó palabras: «Esta copa la han ganado ellos, pero es de todos los españoles». Y agregó: «Han ganado por esa buena actitud y por saber estar en el campo y fuera del campo como muy buena gente». Luego quiso dar la palabra a Andrés Iniesta, quien se mostraba vergonzoso. Sobre él dijo «No hay mejor referente para nuestra juventud que con orgullo viste la roja y defiende la bandera que ellos defienden». Iniesta cerró el acto, como debía ser. «Si lo sé no marco el gol», bromeó ruborizado. Pero ahora sabe que ese minuto 116 es historia en grande.
