Los huelguistas se comportaban como si El Corte Inglés fuera Stalingrado. El «ejército rojo» de piqueteros velaba armas desde las 9.30 horas en los soportales del acceso principal al centro comercial. Vieron donde pudieron el Volga de sus fabulaciones: en las puertas acristaladas tras las que se arremolinaban circunspectos varios directivos de la empresa que fundó Ramón Areces. No había una amanecida brumosa, ni barcazas en la orilla, ni un fusil para cada dos, ni tampoco nazis a la otra orilla. Pero ellos sabían que el enemigo estaba al otro lado del río, que entre las escaleras que se veían desde los escaparates reside el pecado capital del consumo, el compendio de todos los males del capitalismo. El batallón de antisistema, compuesto por unas 150 personas, llevaba su tantán de guerra: un conjunto musical que animaba el ambiente al ritmo de la batucada. Faltó que repartiera daiquiris. Entre los danzantes se contaban algunas caras conocidas —el parlamentario andaluz de IU José Manuel Mariscal, y el secretario provincial de UGT, Antonio Fernández—, que dieron un ejemplo más de civismo al informar a los clientes del gran almacén a ritmo de timbal de que nadie podía entrar porque ellos así lo habían decidido. Conocido es el aprecio del stalinismo por las libertades públicas.
Ondeban banderas de UGT, de CC.OO. y la CNT, estas últimas portadas por jóvenes góticos con capuchas negras. Llegó la hora fijada para el abordaje, las 10.00, y la danza de guerra sonó con fuerza. Al menos diez agentes de la Policía Nacional con cascos y escudos —«éstos son los piquetes del patrón», bramaban los congregados— formaron una barrera delante de la entrada al edificio para evitar altercados. Pero los hubo. Dos sindicalistas le lanzaron huevos a un policía y fueron detenidos. No se escuchó reproche alguno de los prebostes de los sindicatos, que tampoco reprendieron a tres o cuatro afiliados que, en un gesto de valentía, se pusieron gallitos con una mujer que salía sola de El Corte Inglés con una bolsa. «Fascista», le gritaron. La víctima del improperio no se arredró: «Oiga, que yo soy una señora», respondió alzando el dedo. La tensión no cesó hasta que comenzó la manifestación central de la jornada, a media mañana.
Para entonces, la mayoría de las franquicias del Centro y el pequeño comercio ya funcionaba con normalidad a pesar de las dudas iniciales de algunos propietarios. «La jornada ha transcurrido sin incidentes», aseguró ayer por tarde el presidente de Comercio Córdoba, Rafael Bados. «Sólo ha habido problemas puntuales, como el sellado de algunos establecimientos del centro, pero poco más», añadió.
En los barrios más comerciales de la ciudad, como son La Viñuela, Ciudad Jardín y Santa Rosa, apenas se notó la convocatoria de huelga. Fueron muy pocos los locales que decidieron no abrir. Lo resumía al final de la mañana el dueño de una zapatería cercana a Jesús Rescatado que prefirió preservar su identidad: «El que no ha abierto lo ha hecho por temor a tener algún problema con los piquetes, pero muy pocos por convencimiento propio». Para convencer ya estaba el ejército rojo de los piqueteros.




