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«Espera a que pasen 25 años de mi muerte»

Tal y como prometió, el biógrafo de Hollywood, Donald Spoto, retrata a Grace Kelly cinco lustros después de su accidente

Día 26/03/2011

Todo empezó en la redacción de la revista «Paris-Match» cuyo editor jefe, Gaston Bonheur, buscaba «un enfoque interesante» para informar del Festival de Cine de Cannes de 1955 y así vender más ejemplares. Contaban con la asistencia de Grace Kelly, que acababa de recibir el Oscar a la mejor actriz por «La angustia de vivir», pero «su presencia por sí sola no bastaría para atraer a una gran masa de lectores», pensaban. Bonheur preguntó al jefe de la sección de cine, Pierre Galante, si sería posible concertar un encuentro entre la actriz y el Príncipe Rainiero de Mónaco para ilustrar un titular del tipo: «Reina de Hollywood conoce a un Príncipe auténtico».

Los periodistas buscaron un hueco en la agenda de la actriz para que «conociera Mónaco, donde le presentarían al Príncipe», e hicieron las «oportunas llamadas a Palacio». Les ayudó el hecho de que Galante estuviera casado con otra actriz, Olivia de Havilland, y la casualidad de que el matrimonio coincidiera con Grace Kelly en el tren en el que viajaron desde París a Cannes. «Paris-Match» logró las fotos con las que aspiraba a vender ejemplares como rosquillas y nadie esperaba nada más del corto encuentro entre el Príncipe y Grace.

Así lo relata Donald Spoto, biógrafo de Hitchcock y de los grandes talentos de Hollywood, en su última obra, «Grace Kelly» (Lumen). Amigo de la actriz, Spoto pasó muchas horas hablando con ella, pero le prometió que no revelaría nada de lo hablado hasta 25 años después de su muerte. «He cumplido su petición», afirma.

Si un accidente de coche no hubiera acabado con su vida en septiembre de 1982, Grace Kelly tendría ahora más de 80 años y este libro no se habría publicado.

Pero ¿qué ocurrió después de ese corto encuentro provocado por unos periodistas avispados que sólo pretendían vender más revistas? Cuenta Spoto que, tras regresar a Estados Unidos, Grace envió una carta de agradecimiento al Príncipe de Mónaco, que se cruzó con otra de Rainiero a la actriz. Y así empezó «un cortejo epistolar» que duró siete meses en el que, poco a poco, se fueron «abriendo más con cada carta» hasta que descubrieron sus afinidades. Ambos eran católicos, figuras públicas y se sentían incómodos con la fama e insatisfechos con sus vidas. Hasta entonces, Grace se había enamorado con frecuencia. No parecía experimentar sentimientos de culpa por haber mantenido diversas relaciones íntimas antes de contraer matrimonio, pero se sentía «vacía» y soñaba con casarse y tener una familia.

El chequeo del Príncipe

En aquellos momentos, Grace estaba rodando «El cisne» y se mostraba «ausente, callada y pensativa». Nadie sabía que el Príncipe de Mónaco la había pedido que se convirtiera en su esposa. Siete meses después de su único encuentro, Rainiero viajó a Nueva York, acompañado por su capellán y su médico personal. La versión oficial era que iba a realizarse un chequeo en el Hospital Universitario Johns Hopkins, pero se le vio entrar y salir del piso que la actriz se había comprado en la Quinta Avenida.

La familia Kelly, una de las más ricas y deportistas pero menos cultivadas de Filadelfia, recibió al Príncipe con el mismo desprecio que a los anteriores pretendientes de su hija. Su madre, a la que Grace debía sus refinados modales y su disciplina germana pero a la que nunca le interesó la geografía, hizo circular la noticia de que su hija iba a «casarse con el Príncipe de Marruecos».

El 19 de abril de 1956 aquella joven de 27 años, que había rodado once películas —y aún aspiraba a ser una gran actriz— dejó de ser Grace Kelly y se convirtió para siempre en Su Alteza Serenísima la Princesa Gracia Patricia de Mónaco. Según Spoto, «en contra de los rumores» su matrimonio «fue feliz», aunque hubo momentos en los que «hacían ver que estaban juntos, pero no era verdad».

Convertida en Princesa, consiguió aliviar el encorsetado protocolo palaciego monegasco, sufrió tres abortos y tocó la felicidad con el nacimiento de sus tres hijos, Carolina, Alberto y Estefanía. Pero nunca consiguió curarse de la nostalgia por el cine y, sobre todo, por el teatro. Poco antes de morir consiguió protagonizar una película, «Rearranged», hecha a su medida, que nunca se distribuyó. Tras el accidente mortal, Rainiero, entristecido, no permitió que se proyectara la película, cuyo original permanece bajo llave en las cámaras de Palacio.

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