William M. Ramsay aconsejaba votar al hombre que promete menos; será el que menos te decepcione, sentenciaba no sin cierta lucidez. Si hemos de atender a dicho aserto, Juan Pablo Durán, candidato del PSOE, no es del todo mala opción. Lo más saludable de su discurso es su reconocimiento —no absoluto, pero visible— de la situación que atraviesan las arcas municipales. Preguntado por el que suscribe acerca del calificativo que le aplicaría, y tras una amplia sonrisa, se tomó su tiempo antes de responder: «preocupante pero no alarmante». Convendrán conmigo en que si un aspirante a la vara de mando usa ese adjetivo en plena campaña es como para alarmarse. Esto deben saberlo los cordobeses. La herencia económica del cogobierno no se lo pondrá fácil a los que vengan.
Con todo, se agradece la sinceridad en el diagnóstico, por matizada que resulte. Y es su apelación a la austeridad lo más atractivo (siquiera sobre el papel) de un discurso cargado, como no podría ser de otro modo, de buenas intenciones y palabras reconfortantes. De trato afable, ponderado en su verbo, se intuye no obstante en él un fondo coriáceo, diestro para adoptar las decisiones letales que exige la partitocracia en que vivimos. Su vindicación de la figura de Zapatero sonó desvaída, puro compromiso; la propia de alguien incapaz de alardes o salidas de tono fuera de lo que dictan las consignas. Como el leonense, se diría que presume de «talante» y es idóneo para pasar desapercibido hasta el momento preciso; salvadas las distancias y sin ánimo de ofender a un candidato que —y ya es mucho— reúne unos mínimos.