Asimple vista, podríamos decir que lo que separa a Ocaña de Durán (a la esencia del sucedáneo) es el iPad. El primero se dispone a hacer la revolución con bolígrafo y libreta, mientras que el segundo prefiere una simple reforma en soporte digital. ¿Llegarán al mismo destino? Nunca lo sabremos. Pero entretanto, podemos suponer que la hinchada proletaria de Ocaña no vería con buenos ojos que su líder doméstico cabalgara a lomos de Apple hacia la utopía comunista. O dicho de otro modo: el bolígrafo Bic es una herramienta manifiestamente más obrerista. Dónde va a parar.
Pero, claro, si usted hace una sencilla prueba socioeconómica de los dos candidatos se le descuadra el cliché. El señor Durán (la izquierda acomododa) lleva en el bolsillo veinte céntimos, mucho menos que el señor Ocaña (la izquierda currante), que se ha echado a la cartera cuarenta euros. De lo que podríamos deducir (maliciosamente) que el poder y la pasta van siempre de la mano.
En cualquier caso, ambos (y hoy suponemos que Nieto también) se han lanzado a una febril carrera por captar empresas e inversiones para Córdoba. Que es lo mismo que cazar votos y actas de concejal, o viceversa. Pues vale. Lo que nos ha llamado poderosamente la atención es la extravagante afirmación de Ocaña: «Yo no soy calderoniano». ¿Y a santo de qué el arrebato seudoliterario del alcalde? Muy fácil. Ésa es la respuesta que el todavía regidor nos ha dado cuando se le preguntó si se sentía traicionado por Rosa Aguilar y su célebre espantá de Capitulares. ¿Yo traicionado? Pues ya saben: si quieren encontrar la respuesta lean a Calderón de la Barca.
Como también hay que leer mucha literatura del Siglo de Oro para entender estas palabras dirigidas a los objetores del Palacio del Congreso: «Hay personas que aman a Córdoba mucho menos que yo». Mucha literatura del Siglo de Oro o mucho tango, más bien.
Fue entonces cuando nos anunció que era partidario del principio de transitoriedad en la vida política. ¡Cáspitas!, señor Ocaña, pero si cuando termine su próximo mandato habrá redondeado veinte años en la vida pública. Pero, claro, veinte años no son nada. Que diría el inefable Gardel.



