«Porque sin ser elegío / en las urnas como arcarde / yo fui quien más te ha querío. / ¡Con eso tengo bastante!». Quién sabe si el candidato a la releeción, veterano en Capitulares y sin embargo neófito como cabeza de cartel de Izquierda Unida, no estuviera ya pensando un epitafio político parecido si el domingo la aritmética le birla el bastón de mando que apenas ha disfrutado dos años. Ayer a Andrés Ocaña se le preguntó por la canción de autor que cultivó de joven y por el caribeño bolero, aunque no por la copla ni por el torrente arrebatado de desamor y celos de Rafael de León en que se inspiran los versos de más arriba. Tal vez habría venido al pelo cuando casi entró en una disputa por cuenta de quién quería más a Córdoba, si él o Nieto, con el Centro de Congresos como fondo.
Ayer no había a mano un «amorómetro» que midiese el cariño de estos dos aspirantes que, como más de uno de los que nos sentábamos en la mesa, no necesitaban nacer en Córdoba para quererla, pero la comparación era sugestiva y en ella se imaginaba uno a los dos machos, cabeza contra cabeza, en pugna por los favores de la dama; el instinto de supervivencia, la soberbia y la humillación.
En esta partida en la que tantas veces se juega moviendo por mano interpuesta, Andrés Ocaña se comportó ayer más como un rey enrocado, como el viejo león que persiste en defender el territorio que tanto le costó ganar, a ratos casi acechado por las evidencias y un momento hasta crecido por el rugido de la promesa tierna de una Capitalidad Cultural que evite que el joven de melena brillante lo acabe desterrando.



