Si Ponce fuese transformable a términos económicos, diríamos que es un valor sostenible. Válido para todas las teorías. Sin convulsiones. Siempre proporcionando alegrías a sus inversores. Durante veinte años ha soportado sin recesión todos los envites de figuras y figurantes que le han echado un pulso y el resultado es Ponce en estado puro.
Lo de Morante es como el cupón de la ONCE, tienes que jugarlo a diario, porque puede ser que si alguna vez te olvidas, toque, y ese día llorarás tinta porque el premio va de gordo. Hoy, maestro en su segundo.
Hace unos años, en un precioso pueblo manchego llamado Almagro presencié una de las tres mejores faenas de mi vida. La realizó Manzanares padre. Las otras de Camino y Finito. Pero esta que ahora recuerdo fue «prima inter pares». Tan es así que al finalizar el festejo, espontáneamente, le dije al torero: «Maestro, cuando usted se retire no volveré a los toros». Al cabo de los años, como en campaña, he de comerme mis palabras, la culpa la sigue teniendo Manzanares. Otro. Pero en el que se vislumbra capacidad de repetir (¡Anatema!), y aún de superar aquella recordada faena. Y es que en esto del toro, como en cualquier expresión de arte, todo es cíclico y renovable. No se puede ser determinista, y menos agorero. Se fue El Gallo y vino Manolete. Y así será siempre. Lo de Manzanares hijo, para soñar. No sé por qué, ayer intuí una sombra; un espectro de señorío y clase, no aprendida sino innata. Debió ser el reflejo de un ganadero docto que tenía nada de señorito y todo de señor.



