No apuntaba buenas maneras el día, que se despertó gris plomizo en su cielo y más fresco que de costumbre en El Arenal. Aunque corrigió la trayectoria que había iniciado pasadas las cuatro de la tarde y dio paso a una jornada que se tornó calurosa si no por el sol, que no asomó en ningún momento, sí por el bochorno que provocó la humedad, notable sobre todo debajo de los toldos de las casetas.
El público fue a la Feria más tarde de lo que lo ha estado haciendo los primeros días, quizá porque se aventuraba más larga la noche o quizá por la lluvia, que no fue abundante pero sí constante y molesta durante algunos momentos sin llegar a formar charcos ni estropear el albero.
Las primeras gotas, que luego fueron más y más grandes, decoraron el recinto con paraguas que se abrieron por primera vez este año, a pie y también para pasear en coche de caballos, dando lugar a estampas peculiares.
En el reloj, las dos y media, y la lluvia que persistía era algo más que chispear sin llegar a chaparrón. Las casetas permanecían semivacías o sin clientes en muchos casos aunque con las mesas decoradas para los almuerzos de familias y grupos de amigos que tomaron el testigo a las recepciones de empresa y de instituciones.
Los premiados por el Ayuntamiento volvían de la caseta municipal con los diplomas que acreditan a sus carpas como las más bellas o las más populares y el Paseo de Caballos comenzaba a nutrirse de bellos ejemplares en los que se vieron pocas mujeres montadas a la grupa, aunque ayer era el día que el sector ecuestre había denominado como el de parejas a caballo. Eso sí, las que fueron de la cintura de los hombres no desmerecieron. A veces es mejor poco pero calidad.
La lluvia continuaba muy leve. Los jinetes cubrían con un forro sus sombreros para que no se estropearan y quien no previó el leve chubasco se tapaba como podía con ropa o mantoncillos de flamenca hasta llegar a las casetas.
Para eso sirvieron al principio los abanicos de cartón publicitarios que jóvenes vestidas de corto repartían en la portada sin pensar que pudieran servir de mucho dado el fresco y el leve viento que corría a sus anchas entre los cocoteros de esta zona, la más bella de toda la Feria por la que entraban cordobeses y turistas españoles. También «guiris» asombrados por el espectáculo de farolillos, volantes y lunares, unos mejor «plantaos» que otros, aunque, en general, muchos más que en los días previos, como también fueron numerosos los coches de caballos a partir de las cinco, ya sin lluvia.
Uno, dos, tres... siete, ocho... diez, once, doce venían por la calle Enmedio abriéndose paso entre la bulla y adelantando, en peligrosas maniobras en algunos casos, a los que permanecían parados mientras bajaban o subían sus ocupantes.
Unas horas antes habían hecho su colorista entrada por el Puente del Arenal los coros rocieros que llegaron caminando desde la Calahorra al ritmo de panderetas, palmas, castañuelas, tamboriles y guitarras. En sus voces, femeninas más que masculinas, las sevillanas de siempre vinieron a la Feria aún medio dormida como agua de mayo, aunque aquí no esté muy bien vista ese agua.
Fueron ellos quienes inauguraron el primero de los días grandes de la Feria, que, si el miércoles iba al trote esquivando el botellón, desde ayer galopa aunque con la vista puesta en las nubes.




