Córdoba

Córdoba / TOROS

Manzanares interpreta el dulce sueño

Día 27/05/2011 - 10.04h
Manzanares interpreta el dulce sueño
RAFAEL CARMONA 
Manzanares mientras imprime temple, ayer, al primero en su lote

El dulce sueño es la ilusión que todos los mortales tienen cuando desean algo al entrar en la cama. Es el anhelo que se medita en positivo sobre una realidad aparentemente inalcanzable. Es el movimiento afectivo que se muestra por algo que no se posee. Afortunadamente, los sueños se cumplen.

La tarde del 26 de mayo de 2011 pasará a la historia de la plaza cordobesa por un torero en estado de gracia, José María Manzanares, que hizo soñar a 15.000 personas a la vez. La acción que desplegó su concepción taurina frente a dos reses con justas condiciones de acompañar se convirtió en el perfecto y dulce sueño de la afición. Manzanares consiguió poner de acuerdo a todo un público que salió toreando del coso. Sus dos intervenciones merecen cuantos halagos se puedan emitir desde cualquier mentidero taurino. Franco, puro, estético, plástico, hondo, templado, armonioso, inteligente, agradecido... La conjunción perfecta para dos reses que recibieron la fortuna de ser toreadas por semejante diestro.

El torero alicantino recibió al primero de su lote, un animal que se frenó en los primeros lances, con gusto en el toreo a la verónica. Muy justito de fuerzas, apenas se fue sin puyazo alguno, amén de una voltereta a cámara lenta durante la lidia. Tras un buen tercio de banderillas, sobre todo las últimas, a cargo de Curro Javier Amore, el animal se vino un tanto arriba con arrancadas que desmintieron su salida. El diestro, sabedor de que había que concederle sus pausas, se fue decidido con la derecha para templar desde el primer muletazo midiendo los tiempos entre el cite, el paso y el término.

Manzanares ligó sin que su muleta recibiera tope alguno con ninguna de las partes del astado. Hubo después una segunda tanda donde sometió con mimo para que humillara y así incorporar al repertorio un molinete con mucho gusto. La faena se fue confeccionando con derechazos de largo trazo, pintureros estéticamente y profundos. Muletazos eternos, donde se paraban los relojes mientras la emoción llegaba a los tendidos. También con la izquierda, para luego recuperar la diestra y ligar tres últimos derechazos de extenso trazo y fina hondura. No quiso el alicantino dejar la oportunidad de engrandecer la lidia de su antagonista, por eso se dispuso para matar en el medio del platillo recibiendo. Dejó una estocada casi entera de bello y arriesgado corte. Dos orejas sin miramiento alguno. Y es que, para conseguir dos apéndices, no hace falta dar más de una treintena de pases. Inconmensurable faena e inconmensurable final.

No quedó ahí la cosa del hijo del maestro. Cuando todos pensaban que lo realizado era irrepetible, saltó el último. Un jabonero, muy del corte de la casa, al que se le practicaron los tres mejores tercios que se han visto hasta la fecha en Los Califas. El torero estuvo aseado con la capa y dispuesto, pero el toro se le quedaba por debajo. Buen tercio de varas, pero mejor brega. Tanto es así, que los tres subalternos de su cuadrilla, se vieron obligados a desmonterarse. Dato para la lista de efemérides.

Cogió de nuevo la muleta el alicantino. Primera tanda con una serie de tres templados y el pase de pecho. Muy seguro, muy firme. Otra con la misma mano donde tras hilar fino remató con un auténtico pase de pecho de pitón a rabo. De cartel.Cogió la derecha y repitió hazaña con despaciosidad. Inmejorable. Así provó con la zocata, donde el animal se empleaba menos. Algo más corto, pero también con temple. Retomó la diestra e inició la maniobra de despegue hasta la muerte de la res. Dos orejas. Es lo de menos. Quizá algo más generosas. Pero qué más da. El recuerdo de dos faenas por el precio de una tarde no se borrará nunca.

Actuó también Enrique Ponce, aunque con menor fortuna. Empeñado en dar buena lidia a su primero, concluyó una faena que vino a menos por la fuerza del animal, que llegó al último tercio ahogado en su falta de raza. Frente al cuarto, el de Chiva, voluntarioso, acabó enfadándose porque el animal no rompía llegando a desarmarle en una ocasión. Intervención digna aunque discreta en resultado.

Morante, por su parte, estuvo más dispuesto que en otras ocasiones. Después de dar muerte a un primero que no se empleaba, se intentó echar en lo alto de un segundo que no acometía amparándose en el zapatillazo tras intentar el toreo de gusto con el capote y dejar una media muy de su corte. Faena irregular e insípida.

Ayer se toreó en Los Califas. El listón está muy alto, tan elevado como la categoría de las faenas interpretadas por el que, ahora más que nunca, mejora al padre. Un dulce sueño del que no se quiere despertar.

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