INFINITAMENTE peor que la frustración es la humillación. La frustración, por amarga que sea, consiente siempre mirar el lado brillante de la vida y silbar, como hacían los Monty Python. La humillación, sin embargo, corroe el alma, la inhabilita para la esperanza y para el buen humor, porque nunca es merecida. Y humillados estamos los andaluces, castellanos, aragoneses y canarios ahora que nos damos cuenta de que sólo hemos servido de comparsas en este tinglado inocuo montado a la mayor pujanza del separatismo euskaldún.
Momentos antes de anunciar el veredicto, ya lo dijo claro Gaulhofer, un tonto más con pajarita que, por su ansia infinita de paz, es capaz de ser neutral entre las víctimas y los verdugos: el proyecto de San Sebastián había emocionado al jurado «por el esfuerzo que ha hecho para superar su historia de violencia». Y añadía que su designación como capital cultural europea podría contribuir a la pacificación del País Vasco. Supongo que este personaje, desde su cultura alemana, recordaría la extraordinaria contribución a la paz que significaron las Olimpiadas del Berlín nazi de 1936, que tantos otros tontos de la época también presagiaron con el resultado conocido.
Deberíamos haberlo previsto, porque esta designación tiene unos antecedentes demasiado sugerentes para ser obviados. En el fondo es una consecuencia directa de la decisión del Tribunal Constitucional de legalizar Bildu y de permitir con ello que el entramado político de ETA se presentase a las elecciones municipales. El proceso negociador de Zapatero y Rubalcaba ha llegado a su delirante desiderátum. Los batasunos no hubieran soñado un escenario más grato a sus expectativas. La serpiente y el hacha podrán ser el logotipo de la cultura europea.
ETA va a ser ungida por Europa. Vamos a suponer que así se sacia el monstruo. Pero nunca hallaremos consuelo en la indignidad…



