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TODAS QUIEREN SER COMO ELLA

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Mito, icono, póster y hasta estampado textil, este símbolo sexual sigue siendo un lugarcomún del que tirar

Día 19/11/2011

Michelle Williams debía de ser de las pocas actrices que no se habían disfrazado de Marilyn Monroe. Posar a lo Marilyn es un clásico. La rubia acapara todos los tópicos de un ídolo de la cultura popular en el siglo XX. Es mito, icono y póster, en competencia con Audrey Hepburn. Audrey gusta a las mujeres; Marilyn, a los hombres. La mayoría de los fotógrafos y la mayoría de los que hacen las producciones en las revistas son hombres. Por tanto, es más fácil que tengan la gran ocurrencia de convertir a su modelo en una copycat de Marilyn. También es verdad que, pese a ser ambas únicas, es más fácil hacer de Marilyn. No porque sea vulgar, sino porque en Audrey casi no hay atrezzo, a no ser que te vistas de Holly Golightly en «Desayuno con Diamantes» (papel inicialmente pensado para Marilyn Monroe). O sea, con vestido negro, perlas, moño, boquilla larga y hasta gato en el hombro.

Hay obsesión por ambas, pero el caso de Marilyn es más novelesco. En la estrella americana hay infancia difícil, abusos, éxito, DiMaggio, sexo, Arthur Miller, Nembutal, tristeza, Demerol, kennedys, Seconal, Truman Capote, champán, Chanel nº 5 y una muerte prematura llena de misterios. Llena también de sórdidos detalles del sueño americano, según FrançoisForestier en «Marilyn y JFK».

Eterna fascinación

Cincuenta años después de su muerte, MM sigue siendo objeto de fascinación. Es el arquetípico sex symbolamericano. Jackie Kennedy, otro icono (y otro retrato de Warhol), dijo de Marilyn Monroe que perduraría eternamente. Y eso que había sufrido cómo su marido se acostaba con MM (y con otras muchas). También lo había sufrido Simone Signoret durante el rodaje de «El multimillonario». Bueno, algún tipo de consuelo debe de haber en que tu marido te la pegue con Marilyn Monroe. En todo caso, Marilyn envidiaba a Simone Signoret por su reconocimiento profesional, por sus amigos, por su activismo político, por su largo matrimonio y por su hija.

«Nunca conseguiré el papel adecuado, nada que me guste verdaderamente. Mi físico está contra mí», decía Monroe a Truman Capote. A Norma Jeane le encantaba salir hecha un adefesio acompañando a Shelley Winters. Con pinta de chacha. La gente la empujaba para conseguir un autógrafo de la Winters y ella adoraba esa sensación, aunque fuera por un rato. Volviendo a Capote, en el mismo texto («Una adorable criatura») el escritor cuenta lo que le decía la actriz Constance Collier, que al final de su carrera fue maestra de arte dramático. De las dos Hepburn, de Vivien Leigh y de Marilyn Monroe, de la que no sabía nada cuando Capote se la presentó, salvo que era «una especie de estallido sexual de color platino que había adquirido fama universal». De la escuela de arte dramático de Copacabana («Eva al desnudo») a la Collier, que enseguida la captó: «Tiene algo. No creo que sea actriz en absoluto, al menos en la acepción tradicional. Lo que ella posee, esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia deslumbrante, se perdería en un escenario. Es tan frágil y delicada que solo puede captarlo una cámara. Es como el vuelo de un colibrí: solo una cámara puede expresar su poesía. Pero el que crea que esta chica es simplemente otra Harlow o una ramera, o algo por el estilo, está loco».

El gran impacto

Lo creyeran o no, cuando murió, el impacto fue tremendo. Marlon Brando recordaba que todo el mundo paró de trabajar, que todos tenían la misma expresión, el mismo pensamiento: ¿cómo puede haberse suicidado una chica con éxito, fama, juventud, dinero, belleza...? Que nadie podía entenderlo porque esas eran las cosas que todo el mundo quería, y no podían entender que la vida no fuera importante para Marilyn Monroe. O que su vida fuera otra cosa. Y eso que, según Joshua Logan, que la dirigió en «Bus Stop», era una de las personas menos apreciadas del mundo.

Apreciada o no, una vez muerta, el objeto de deseo se convirtió en obsesión. Y la cosa no cesa. A «My week with Marilyn», la película de Michelle Williams que acaba de estrenarse en EE.UU., hay que añadir, otra vez, a Lindsay Lohan, que vuelve a hacer de Marilyn en «Playboy». Por un millón de dólares. En enero la veremos desnuda homenajeando las fotos que Tom Kelley hizo a Marilyn en 1949 (publicadas en el primer «Playboy» de 1953). Marilyn cobró 50 dólares.

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