Aparte del doble colmillo afiladísimo de Ricky Gervais, en la pasada ceremonia de los Globos de Oro lo que más destacó fue una menuda y triste figura, cuyo vestido ceniciento salpicado de margaritas se llevó algunas de las calabazas más redondas de los gurús de la moda de turno, y cuya apariencia, cruce entre la última Nicole Kidman y la primera Jean Seberg, era incapaz de contener la soledad que seguía instalada en su rostro desde hace algo más de mil y una noches. Se trataba de Michelle Williams, nominada como mejor actriz por el duro y explícito drama «Blue Valentine», reconocimiento que seguramente es una de las pocas alegrías que se ha llevado desde que un 22 de enero de 2008 falleciera Heath Ledger debido a un cóctel farmacológico explosivo para combatir su insomnio y depresión, según determinó la autopsia. Aunque Michelle y él llevaban separados varios meses, la prensa se lanzó en colgarle el título de «viuda de América» debido a su juventud y, sobre todo, a Matilda Rose, la hija de dos años de ambos.
Recuerdo imborrable
«Resulta muy difícil criar a Matilda sola. En nuestra vida hay un gran vacío imposible de llenar, aunque lo intenté. Pero nada encaja en ese hueco», comentaba Williams recientemente en la revista «Marie Claire», en cuya portada aparece sonriente y animada. Y es que, aunque no ha dejado de trabajar en filmes como «Shutter Island» de Scorsese, «Mamut» de Lukas Moodysoon o «Synecdoche, New York» de Charlie Kaufman, y acaba de interpretar a Marilyn Monroe en «My week with Marilyn», el recuerdo de Ledger y las trágicas circunstancias de su muerte son una carga muy difícil de sobrellevar, a pesar de la actriz de Montana lo intentó saliendo durante año y medio con el cineasta Spike Jonze.