«De aquellos años recuerdo el comentario de un buen padre español, que pensaba que “los japoneses nos han sacado la espinilla del 98”. Fue decapitado por ellos en el patio de la iglesia», contaba en 1964 el periodista José María Massip, sobre su estancia en Filipinas en 1945.
Sin embargo, episodios como este, que cayeron prácticamente en el olvido de la historia de España, se repitieron hasta el último segundo de la presencia nipona en el archipiélago. Una presencia que culminó con «uno de los capítulos más negros de la historia militar del mundo», del que se cumplen 65 años.
Se contabilizaron más de 100.000 muertos, de los cuales, más de 70.000 fueron deliberadamente ejecutados por los soldados japoneses
«Cuando perdieron todo se complicó y el trato a la población se volvió violento. Sus víctimas fueron tanto filipinos, como chinos alemanes, suizos o españoles. No podían tolerar que el resto del mundo se enterase de su humillación, así que se negaron a abandonar el país por las buenas y se produjo una matanza indiscriminada», contaba la escritora Carmen Güell, autora de «La última de Filipinas», el libro en el que relata, en primera persona, el testimonio de Elena Lizarraga, una de las supervivientes de origen español que sufrió las consecuencias del salvajismo nipón.
En pocos días, todo el pasado colonial español de Manila, presente en sus edificios históricos, fue arrasado y alrededor de 300 españoles de los 3.000 censados murieron brutalmente asesinados. «Muchos eran terratenientes que se habían quedado en Filipinas después de desaparecer como colonia», puntualizaba Güell.
«La piedad, la diplomacia, la previsión, la hermandad asiática no existieron. Sólo existió el horror de la guerra y el fuego», contaba Massip en el 64 sobre la sangrienta, devastadora y absurda retirada nipona del archipiélago, donde murieron más personas que con las bombas atómicas que caerían, cinco meses después, sobre Hiroshima y Nagasaki.
La victoria aliada sobre los japoneses tuvo, por lo tanto, un terrible coste material y humano en Manila, que pasó a ser, desde entonces, la segunda ciudad más devastada por los bombardeos durante la II Guerra Mundial, después de Varsovia. Y dentro de Manila, la zona sur de Malate y de Intramuros, habitada por muchas familias españolas, la más castigada de todas.
El fin de la influencia española
Elena Lizarraga fue herida de bala en cuello y piernas y con una bayoneta en la espalda a sus 21 años, mientras su padre y una hermana fueron asesinados
Elena Lizarraga, que en aquellos tristes días de 1945 fue herida de bala en el cuello, una buena cantidad de metralla se le incrustó en las piernas y a quien un soldado le hundió dos bayonetazos en la espalda que a punto estuvieron de matarla a sus 21 años, regresó pocos años después. El recuerdo de su padre y de su hermana pequeña Baby, que fueron asesinados, y la mutilación que sufrió otra de sus hermanas, Vicky, fue difícil de superar.
«Aún sigue sin entenderlo –concluye Güell sobre la tragedia de Lizarraga–. No tenía ningún sentido, ya habían perdido la guerra, no sacaban nada en limpio, pero se fueron matando y destruyendo para que no quedase nada en pie, ningún testigo de su derrota».