A pesar de haber arrancado su carrera con la fetén «Cube» y la aún mejor «Cypher», teníamos a Vincenzo Natali más perdido que Mr. Gumby en una convención de astrofísica comparada. Hasta que ese samaritano paquidérmico que es Guillermo del Toro le rescató y nos lo plantó en vísperas agosteñas con puntería, ya que este «Splice» remite, desde su pegotero subtítulo, a esa eterna serie B con mad doctor dentro que osa jugar con Dios a una partida de dados como si fueran negritos de Harlem, hasta que tal tuteo sale rana.
De hecho, ancas sí que tiene la criatura resultante del experimento de marras (y alas, y pulmones anfibios, y ojazos como El Dioni). Un humanismo gore y poético (ese baile a lo «Único testigo») y unos sentidos ramalazos al primer Cronenberg (sexo entre especies incluido) son lo mejor de esta entretenida función cuya mayor aportación a la bioética es apuntar cándidamente que, si Dios no quiere que seamos exploradores, no habernos dado el mapa.
