Andrucha Waddington eligió a Alberto Ammann para encarnar a Lope de Vega antes de que se estrenara «Celda 211». En este filme el público descubrió a un joven actor argentino, afincado desde hace seis años en España —donde también vivió cuando era un niño—, y que logró gracias a su interpretación de Juan Oliver el Goya al mejor actor revelación.
Ammann confiesa que, aunque el papel de Lope «es un caramelo para cualquier actor», dudó mucho antes de aceptar. «Me lo pensé bastante —dice—. En primer lugar, por el propio Lope; segundo, las paranoias de si gustaría que un argentino hiciera ese personaje; y en tercer lugar, dudaba sobre qué podía aportar yo al personaje. La imagen de Lope es tan grande que uno se olvida de que fue un ser humano, de carne y hueso, y que transitó por la vida con un montón de dificultades, que conoció el éxito, el fracaso, el dolor, el amor, la traición... Y bajarlo a la tierra y verlo como un hombre de carne y hueso era una dificultad, y algo que me metía presión. Yo tenía dentro una especie de llama que me empujaba a hacer el personaje, y tuve que apagarla para pensar con cabeza antes de tomar una decisión».
—¿Ha buscado inspiración en biografías, en textos sobre Lope y en su propia obra, o su personaje está en el guión?
—Sí, he leído mucho, y también he buscado inspiración en la música, la pintura y la escultura que inspiraran y alimentaran la imaginación, pero está muy apoyado en el guión. La energía sí viene de la visión que tenemos de Lope, un hombre hambriento de amor, hambriento de éxito, hambriento de fortuna... Un hombre que quiere encontrar su sitio y que es capaz de pelear con quien sea por él. Algo que históricamente le causó muchos problemas.
—Lope fue un vividor en el más amplio sentido de la palabra...
—Fue alguien que se alimentó de la vida con buen apetito. Amó locamente, amó lo que hizo... Alguien que tiene una producción de ese calibre es una persona con una vitalidad... Tuvo catorce o quince hijos, seis mujeres estables, incontables amantes. ¡No sé cómo pudo hacer tanto...! Esa vitalidad desbordante fue también un reto, porque yo no la tengo. ¿Y cómo se acerca uno a un personaje tan singular? En buena parte por ese apetito del que hablaba antes, donde también entra la ambición, la soberbia... Se puede ver a través de sus cartas y sus escritos que era alguien muy orgulloso, muy ambicioso, y eso le llevó a grandes logros pero también a grandes conflictos.
—Parece imposible poder abarcar todos los aspectos de un personaje con tantos colores.
—No se puede contar todo, es imposible. Sobre todo con un personaje tan complejo. Esta película no es un biopic que cuente su vida. Y en cualquier caso siempre hay que obviar cosas. En esta película se han comprimido varios años de la vida de Lope, desde su vuelta de la guerra de las Azores hasta su destierro, en un período más corto.
—Para encontrar al personaje, ¿ha ido más Alberto Ammann hacia Lope o lo ha traido más hacia usted?
—Lo mágico es que todavía lo sigo buscando. De hecho ahora estoy leyendo una biografía titulada «El otro Lope de Vega», en una edición de 1947 que me pasó mi padre. Digo mágico porque aunque uno quiera cerrar al personaje hay algo en él que no me deja. No se le puede poner el cartel de «conseguido» a personajes como éste. Con una vida como la que tuvo Lope, lo que uno puede hacer es aprender de su experiencia, de una persona con tanta capacidad. Es lo que me admira de él: su ímpetu, su lucha, su capacidad de amar. Son asuntos inacabables y es difícil decir que se ha encontrado. Yo encontré muchas cosas por el camino y hoy sigo haciéndolo. Cosas que me enriquecen como persona. Por un lado frustra, pero también es un toque de atención para el ego propio. La experiencia humana es inabarcable y no se va a llegar nunca. Eso te libera de esa ambición de querer comprenderlo y saberlo todo, cuando lo importante es lo que uno acumula por el camino. He aprendido mucho de Lope y lo que me queda es mucho amor por él.
—¿Y personajes de esta envergadura le permiten a un actor sentirse libre, o por el contrario está más atado?
—Pueden pasar las dos cosas. Hay un punto en el que te pueden atar muchas cosas, desde no tener un buen día hasta una secuencia dificil... Pero hay que tener una actitud de disposición para encontrar esa libertad. Y tiene que ver con la confianza y la aceptación de lo que uno elige.
—¿Y después de «Lope», qué proyectos tiene en perspectiva?
—En enero está previsto que se estrene «Eva», una película de Kike Maíllo con Daniel Brühl y Marta Etura, y después rodaré «El sol oscuro», de Jorge Dorado, y una película en Chile, «Azahara», de Geraldine Guardia.








