José Guerrero siempre tuvo a gala el ser de un tiempo y un lugar. Es hermoso que la memoria de este gran pintor, de este pintor esencial, que construyó su identidad sobre un ir y venir entre Andalucía y Manhattan, se haya perpetuado en su Granada natal, justo enfrente de la torre de la Catedral, torre en lo alto de la cual tuvo su primer estudio. Es hermoso que el Centro Guerrero esté ahí. Fantástico, por lo demás, que en lugar de ser un mausoleo —como son tantas instituciones de este tipo—, haya sido un sitio vivo, lugar de memoria (exposiciones sobre Willem De Kooning, sobre Sean Scully, sobre Miguel Ángel Campano, sobre «el efecto Guerrero» en la pintura española de los años de la Transición, ahora mismo sobre el cineasta experimental José Val del Omar), y plataforma para la cultura más contemporánea.
Todo esto convertía el Centro, que además ha sacado la obra del pintor fuera de España, y ha coeditado con Telefónica su Catálogo Razonado, casi en un milagro. Milagro que estuvo a punto de terminar el año pasado, cuando a consecuencia de un nuevo reparto del poder, en el área de Cultura de la Diputación de Granada entraron unos políticos populistas y torpes, que quisieron diluir la actividad del Centro José Guerrero en una Fundación Granadina de Arte Contemporáneo, es decir, en un ente más generalista, y que prodigaron las zafias muestras de desafecto hacia la memoria del pintor, y de desconfianza hacia sus herederos y hacia Yolanda Romero —la directora ¿por cuánto tiempo? del Centro—, y hacia quienes (María Corral, Eduardo Quesada Dorador, y el firmante de estas líneas) hemos sido miembros desde el principio de la comisión asesora. Milagro que ahora, cuando todo parecía de nuevo encauzado, esos políticos populistas y torpes, volviendo a la carga, parecen dispuestos a convertir definitivamente en mero recuerdo, a base de… ¡ultimatums!, una palabra inaudita en el campo de la cultura, y más a la hora de tratar con unos herederos que siempre han demostrado ser generosos, y que lo único que desean es que exista una Fundación Guerrero, y sobre todo que esta no quede a la merced del capricho de los políticos, y especialmente de políticos como estos, populistas y torpes. Milagro que cuantos hemos tratado y querido al inolvidable Guerrero, y cuantos sin haberlo conocido admiran su pintura tan viva y hermosa, y cuantos se han identificado con el modo de administrar su legado desde el Centro que lleva su nombre, o lo llevaba —qué tristeza, qué depresión la posibilidad de que en unos días haya que hablar de todo esto en pasado—, tenemos la obligación de defender, porque Guerrero no se merece esto, y sería una barbaridad que Granada se quedara, como está a punto de suceder, sin su legado.
Bonet es miembro de la Comisión Asesora del Centro José Guerrero de Granada
