«Bicicleta, cuchara, manzana» tiene un propósito (hablar, comprender, atacar el alzheimer) y un descubrimiento, el del personaje realmente cautivador de Pasqual Maragall: el director Carles Bosch se ha dedicado durante muchos meses a atrapar la lucha que mantiene Maragall, su familia y su Fundación contra la enfermedad que le acosa desde hace algo más de dos años; probablemente tiene tanto material filmado que el haberlo conseguido filtrar en lo que muestra en la película es ya de por sí un milagro.
Aunque pueda resultar discutible meter en la misma botella la promoción y el corazón, el caso es que vista entera (ni medio vacía ni medio llena) es de una eficacia abrumadora: se siente tan cercano, cordial, temperamental y genial al político catalán como también cercana, amenazante y devastadora a la enfermedad degenerativa del cerebro... Y hay escenas, momentos, de una delicadeza casi poética y de una intimidad de entraña, con otros en los que los datos y la frialdad estadística te secan el sudor o las lágrimas. Pero, el hallazgo para el que lo desconociera no es lo terrible de la enfermedad, sino el sentido del humor, la ironía, la vitalidad y el ritmo de un señor con cara de juerga llamado Maragall, y el maravilloso aliño de los suyos.





