Diez millones de coronas suecas, más o menos 1.100.000 euros. Eso es lo que cobrarán este año los galardonados con el Nobel, los peor pagados de la historia de estos premios desde que Alfred Nobel los instituyó en 1901. La crisis, que no perdona a nadie, se ha cebado también con la fundación que administra e invierte el legado destinado a sufragar estos premios. Cuya dotación también baja o sube en función de los vaivenes del mercado.
La historia es más o menos conocida. Alfred Nobel inventó la dinamita, un invento que le hizo rico pero que también le hizo sentirse culpable por el enorme potencial bélico de su invención. Decidió entonces apaciguar su conciencia —y de paso hacer inmortal su fama— legando su fortuna para la entrega de unos premios anuales a los mejores de la Humanidad. A los que más hubieran ayudado al progreso de esta.
Y dice el testamento de Nobel: La totalidad de lo que queda de mi fortuna quedará dispuesta del modo siguiente: el capital, invertido en valores seguros por mis testamentarios, constituirá un fondo cuyos intereses serán distribuidos cada año en forma de premios».
El testamento es de 1895, antes de la Gran Depresión, y cuando aún no se conocían las turbulencias de que era capaz el mercado financiero. También antes de que se inventara la cultura de los másters del Universo o de que Oliver Stone captara el latido de Wall Street haciendo gritar a cámara a Michael Douglas: «¡La codicia es buena!». Inicialmente el capital dejado por Nobel se invirtió de forma bastante prudente y conservadora, de acuerdo con la voluntad de este de apostar por valores «seguros».
28% en fondos de riesgo Con el tiempo se vieron las limitaciones de esta política. Mientras todo el mundo parecía ganar dinero a espuertas, la Fundación Nobel ganaba unos dividendos esmirriados, que poquito a poquito fueron devaluando los premios, hasta que en 1950 el gobierno sueco abrió la mano y permitió inversiones algo más audaces. A día de hoy hay un 28 por ciento de activos invertidos en productos financieros como «hedge funds» (fondos de capital de riesgo), informa «The Financial Times».
Esto significa, entre otras cosas, que la crisis financiera del 2008 ha hecho crujir las vigas del Premio Nobel. Los activos de la fundación perdieron un 22,3 por ciento de su valor. Parte de las pérdidas se han recuperado desde entonces, pero otras no. No es extraño entonces que haga ocho años que no se actualiza el montante de los premios, cuando en tiempos era costumbre subirlos cada año. El próximo mes de abril, cuando haya que decidir las dotaciones del año que viene, no es imposible que se recalculen a la baja.
Michael Sohlman, director ejecutivo de la Fundación Nobel, se defiende de eventuales críticas alegando que una mala racha la tiene cualquiera, que la crisis la padece todo el mundo, gobiernos incluidos, y que si se ponen las cosas en perspectiva el legado para los premios vale hoy el doble de lo que valía a la muerte de Nobel.
Sohlman asimismo destaca que los premiados no suecos tienen la suerte de que la corona sueca se ha apreciado respecto a divisas como la libra esterlina. Tres de los premiados este año son británicos o viven y trabajan en el Reino Unido. Parece difícil evitar que se abra un debate público sobre cómo se gestionan exactamente estos venerables premios, cuyo manejo está sujeto a códigos éticos que no son del dominio público.






