Cine

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Un secundario siempre en primer plano

Se apagó la voz de una figura de reparto, de un actor de 92 años que brilló en teatro, cine y televisión con su humor, ironía y compromiso social

Día 15/10/2010 - 10.50h
Le hacíamos inmortal. Como Quevedo, era un caballero que trasnochaba de día, un tipo genial que se aprendía los papeles y no tropezaba con los muebles, un «principal», nada de secundario, del cine español de los últimos sesenta años. La muerte le atracó amaneciendo, que no es poco: a las 7,30 de la mañana de ayer se llevaba a Manuel Alexandre a los 92 años. Su capilla ardiente estará abierta hoy, de 10 a 17, en el Teatro Español. Será incinerado en el Crematorio de la Almudena. Murió en la San Camilo por un shock séptico. Llevaba hospitalizado desde septiembre a causa de un cáncer. Era Goya de Honor (allí desterró la palabra guerra) y poseía la Gran Cruz de Alfonso X El Sabio.
EFE
Nacido en el Madrid canalla de principios de siglo, de habitaciones desvencijadas y Cristos de saldo, un noviembre de frío plateresco del año 1917, Manuel Alexandre aparcaría el motocarro del Periodismo y del Derecho al estallar la Guerra Civil luchando en el batallón del general Miaja contra la toma de Madrid por el bando Nacional.
En una urbe canina y convulsa, de estraperlo y amores de racionamiento, de mendigos merendando frío en las esquinas, le fichan como actor al recitar la «Oriental», de Zorrilla. Y desde allí, al fondo, sin molestar, sin hacer ruido, ha rodado 312 películas (con parada, frase, escena y fonda en todas las obras maestras de nuestro cine), televisión y teatro. Su primer director fue Luis Lucia con «Dos cuentos para dos». Su última escena la protagonizó con China Zorrilla, en «Elsa y Fred». Existe una versión teatral que ha dado vueltas y se estuvo pensando seriamente en poner en pie en el Teatro Marquina, con Alexandre & China Zorrilla.
(«¡Estoy disponible, guapa!» «No me extraña nada joven». «¿Has visto cómo se me dan, Castrillo?») Y no se le daban nada mal. Manuel Alexandre era un truhán y un señor, un apasionado de las mujeres y de los percebes, por este estricto orden, un incondicional del amor y de las tertulias de café, a las que le incorporó su «hermano» Fernán-Gómez cuando Madrid era un «nido de espías». Ellos expiaban carajillos, cortados y licores en el Gijón, mientras iban de mesa en mesa con un brillo primaveral en los ojillos al ver a las muchachas en flor de manga corta. En aquellas tertulias, «Manolito» Alexandre estaba ora quieto ora clerical, o de profesor, o de fraile de paisano, o de catedrático de rezos laicos… escuchando a García Nieto, Cela y Fernán-Gómez. Sorbía Alexandre las letras en la comisura de sus labios, entre humedades de caverna y a la luz de unas lámparas de gas que confundían el aire.
Inalcanzable
«¿Tú ya has pensado lo que quieres?», le pregunta el «cerebro» de «Atraco a las tres», Galindo (López Vázquez). Y Benítez recita su lista de «reyes godos»: «Ponme cuatro o cinco trajes, y un abrigo, y unos zapatos de ante, y camisas, y un billetero de cocodrilo ¡con un billete de mil pesetaaaaassss!»
Alexandre era esa vocecita de un cine que ya no se gasta. Admiraba a un gran actor que tenía una voz grave, pero dolida, y decidió ironizarla. Cayó gracioso el primer día. Se rieron mucho, y decidió seguir. («Le advierto que yo, en bajito, también tengo mi público») En bajito, y en altito, Alexandre era inalcanzable: como el cojo Julián Alonso que plácidamente descuidaba dinero a su hermano, birlaba salchichones a una viuda mediopensi[/14CAP6]onista, o sis[/14CAP6]aba una triste cesta de Navidad. Se alió a Berlanga para darle la bienvenida a Mr. Marshall, se alistó con Bardem para pasear por la «Calle Mayor», se perdió con Cuerda por «El bosque animado», y se preguntó con Mercero «¿Y tú quién eres?».
El mayor disgusto de su vida se lo llevó cuando, en el teatrillo de los sueños, le espetaron: «No te hagas ilusiones, con tu figura a ti no te darán papeles de galán o dramáticos, te harán hacer un papel único a la fuerza». Le resultaba incómodo hacer gracias, o perseguir en calzoncillos a las suecas en la España del desarrollismo; él quería ser un tipo duro. Y esculpió, en celuloide y teatro, ironía, humor, cine social, compromiso, venganza, amores incomprendidos, Max Estrella, seres atemorizadillos, quejosos, tiernos, modestos, soberbios... y hasta Franco. «En el guión, querían llevar a Franco, o sea yo, medio muerto y abrirle la tripa. Decliné el honor».
Olvidado en vida, en 2004, junto a Agustín González y López Vázquez, pasaron de estar los lunes al sol a dar una lección magistral de vida en «Tres hombres y un destino». Nada de métodos «Stanislavski», teatro puro en vena.
(«Hay que ver lo bien terminadita que estás» (cortejando a Gracita Morales). «No me había dado cuenta hasta ahora, ¡perversaaaa!». Y se apagó la voz de uno de los últimos cómicos, esos héroes que duermen vestidos, viven desnudos, beben la vida a tragos, y son adorados y calumniados como dioses de barro. ¡Adiós, buen mozo!
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