LA próxima visita de Benedicto XVI a Barcelona ha generado efervescencia entre quienes tienen una actitud manifiestamente hostil hacia la Iglesia Católica. Con la excusa del dinero que la Administración pública va a destinar a la organización del viaje en tiempos de crisis económica, algo que no suele cuestionarse en tantas otras visitas de líderes internacionales, ha comenzado el «run-run» de fondo alimentado por diferentes grupos marginales, a los que muchas veces la prensa presta una atención excesiva teniendo en cuenta su limitada implantación social.
La experiencia del viaje del Papa a Gran Bretaña a mediados del pasado mes de septiembre puede ser aleccionadora de cara a la cita del 7 de noviembre. Las semanas previas, los diarios ingleses se hicieron amplio eco de las críticas vertidas por varios apóstoles del ateísmo y líderes del movimiento gay en contra de Benedicto XVI, que censuraban que éste, siendo jefe de una Iglesia, llegara a Gran Bretaña con los beneficios de jefe de Estado.
Sin embargo, lo que se preveía un viaje especialmente conflictivo, tenso e inoportuno, fue todo un éxito. Cuando los medios vieron los miles de personas que salían a la calle para saludar al Romano Pontífice, ya en la primera escala de Edimburgo y Glasgow, como luego en las de Londres y Birmingham, quedó claro que una parte importante de los británicos veían positivamente el viaje.
A partir de ese momento, la prensa ya no discutió el coste de los actos ni se paró a analizar si en tal o cual sitio había diez mil asistentes más o menos. Esperemos que en Barcelona haya el mismo sentido común entre los medios de comunicación.






