Otro partido en el que no hubo partido. Bueno, lo hubo, cinco minutos en los que el Racing se creyó que podría plantar cara, con ademán altanero y osadía sin límite. Pero no. Agarró el balón el Madrid y se acabó la historia. Es un problema serio enfrentarse al Real hoy por hoy. Si te vas arriba a disputarle el balón, a cara descubierta, lo más probable que te la rompa a contragolpes con la velocidad de sus hombres de arriba, de los cuatro, porq<CW-10>ue el póker es una bala. Si te quedas en líneas de cinco y cuatro, como hizo el Racing al final, el Madrid empieza a mover el balón y te hace un ocho igualmente, antes o después.
Mucho más si te dedicas a mirar contemplativamente cómo Xabi toca el balón, alza la cabeza, mira a un lado, a otro, se da la vuelta y al final, después de tres horas de meditación, dice "la voy a poner al siete ese que corre como un cohete, porque me apetece". Y claro, así le cayó la del pulpo a un Racing desmadejado. Dejaron que Di María contemplase el horizonte y su pase, precioso, de zurda, lo trincó Higuaín y firmó el principio del fin.
Los centrales del Racing, buena gente sin duda alguna, parecían trenes de mercancía ante los AVES blancos, que ayer iban con premura de tiempo, como si tuvieran que pagar multas.
Sin resistencia
En todo fue superior el Madrid, pero sobre todo en velocidad, con una o, mejor, dos marchas más que un Rácing demasiado estático, empobrecido por un ánimo muy poco lucido. En esas condiciones, Cristiano es letal. Ozil buscó carriles del ocho y del diez para asistir a su gente de arriba y la descoordinación santanderina hizo el resto. En menos de media hora Ronaldo les hizo un traje llegando con mucha antelación a los balones que los zagueros racinguistas, tan numerosos como inermes, observaban con cierta curiosidad.
Estuvo muy bien el Madrid, muy activo, vivo y con una intensidad mucho más sostenida que la que tuvo ante el Milán, al que dejó el balón durante media hora. No sucedió esta vez. La presión en banda de los de Mourinho fue impecable, allí donde podían estrangular con más facilidad el gaznate de los montañeses, que se ahorgaron, nunca mejor dicho, en una brizna de hierba. Sin salida, sin tener el balón y con problemas para recular, el Racing se cayó con todo el equipo mientras que el Madrid parecía desatado, enfebrecido como si fuese el partido del año.
Luego nada, al igual que en otros partidos el Madrid no cedió. Siguió con la misma intensidad y el Racing fue un pobre pelele en los pies de los blancos, que fueron inmesericordes.
Cristiano, más hambriento que nunca, hizo cuatro goles mientras que todos se animaban a retorcer un poco más el cuello a los de Portugal, que no sabía el hombre donde meterse ante el huracán que les arrasaba por todas las zonas del campo.
El final quedó para los homenajes, las sonrisas, los abrazos, y para ver a Canales, que ya era hora mientras que Ozil, otro de los héroes, se retiraba en medio de la locura de la grada, que le ha adoptado como hijo predilecto. Y Cristiano, como un poseso, en busca de más goles, como todo su equipo, que fue una máquina.







