
El domingo 7 de noviembre de 1982, día lluvioso por demás, en el curso de su visita a España, S. S. el Papa llegó a Cataluña a bordo de un helicóptero procedente de Zaragoza. Ante la imposibilidad de aterrizar en la explanada de Montserrat se dirigió a Monistrol, a Igualada y a Sabadell, donde, igualmente debido a la tromba de agua, el helicóptero no pudo tomar tierra.
En vista de ello se dirigió al aeropuerto del Prat en Barcelona donde finalmente pudo aterrizar. En todos los lugares citados había quien le esperaba para conducirlo a Montserrat, lugar propuesto para la llegada del Pontífice y, concretamente en el Prat, aguardaba al Pontífice el canónigo don Francisco Muñoz Alarcón pensando en la remota posibilidad de que no hubiese podido aterrizar el helicóptero en Montserrat o en los tres lugares antes citados. Tan remota le parecía la posibilidad que se había desplazado con su modesto Seat 127, vehículo que le pareció del todo impropio para transportar al Papa . Se enteró que en la sala de VIPS aguardaba un diplomático suramericano cuyo automóvil de gama alta estaba en el aeropuerto. Se dirigió al diplomático y le preguntó si le prestaba el coche. Muy sorprendido preguntó para que lo quería y, cuando el Dr. Muñoz le dijo que para conducir el Papa a Montserrat, accedió encantado y muy honrado.
Con el vehículo diplomático emprendieron la marcha hacia Montserrat. Además de la visita al monasterio benedictino el Papa visitó en Barcelona el templo de la Sagrada Família y el campo de del F.C. Barcelona, donde, por la tarde, ofició una misa bajo un intenso diluvio. Pero hizo otra importante visita a la Catedral de Barcelona. Accedió al edificio por la puerta principal donde le aguardaba el cardenal Narciso Jubany y el Capítulo Catedralicio, besó el Lignum Crucis y atravesó la nave central por mitad del coro.
En lo alto de la escalera de la cripta le aguardaban el escultor Federico Marès, autor del Cristo de bronce del altar mayor, que el Papa bendijo, y el arquitecto de la catedral, responsable de la restauración reciente del interior del edificio y autor de estas líneas. Debidamente aleccionado por el canónigo archivero Dr. Ángel Fàbrega, después de besar el anillo papal le expliqué el significado de la cripta, diciendo en voz baja que estaba dedicada a Santa Eulalia, y en tono más alto, a la Virgen María.
Se tenía dudas sobre el descenso del Papa a la cripta, hay 25 escalones y Su Santidad aún convalecía del atentado en la plaza de San Pedro el año anterior. Cuando Juan Pablo II oyó el nombre de la Virgen María, bajó decididamente la escalera y se arrodilló en un reclinatorio frente al altar en el que, excepcionalmente, se exponía el Santísimo Sacramento. De los ocho minutos que estuvo el Papa en la Catedral, cuatro discurrieron en oración en la cripta, el resto en el presbiterio desde donde impartió la bendición a los numerosos fieles congregados en las aves de la seo y el resto en el claustro, donde le expliqué el significado de «l'ou com balla» del templete de la fuente, también en funcionamiento en homenaje al Papa, y la capilla de los mártires, donde se exponía la mitra del obispo Irurita y los obsequios del Cabildo a Su Santidad. Seguidamente por la puerta de Santa Eulalia salió de la catedral y se dirigió al palacio arzobispal situado enfrente. Allí almorzó, descansó, pasó al campo del Barça y regresó a Zaragoza.
Quedan en la cripta dos lápidas en latín y catalán colocadas al cabo de un año de la importante visita, única de un Papa a la catedral de Barcelona. Con todo hay dos precedentes históricos pues el 19 de septiembre 1409 el antripapa Benedicto XIII, el cardenal Pedro de Luna, bajó a la cripta y luego bendijo a las fieles en el presbiterio. Benedicto XIII llegó a la catedral desde el palacio de Bellesguard donde actuó de oficiante en la boda del rey Martí el Humano con Margarita de Prades. La segunda visita papal fue el 6 de agosto de 1522 cuando el obispo de Tortosa y preceptor del rey Carlos I, Adriano de Utrecht, tuvo que recalar en Barcelona con su flota de once galeras a causa de una fuerte tempestad. Entró en la catedral por la puerta mayor bajó a la cripta a venerar la tumba de Santa Eulalia y bendijo a los fieles desde el presbiterio, retirándose luego al palacio del arzobispo de Tarragona donde esperó que la mar se calmase y se embarcó de nuevo tres horas después. Tanta prisa era causada por el temor de Adriano VI que en Barcelona se hubiese declarado la peste. El caso es que estas dos circunstancias no se pueden contar como visitas papales puesto que Benedicto XIII no está en la lista Pontífices como papa en sede de Aviñón y se le considera antipapa. Por lo que se refiere a Adriano VI, cuando estuvo en Barcelona en 1522 había sido elegido Papa en el Cónclave correspondiente, pero no fue coronado hasta su llegada a Roma, por lo que no era aún Papa en plenitud de facultades.
POR JUAN BASSEGODA NONELL