EL miércoles viví una situación casi surrealista que me dejó con un buen sabor de boca. No soy nada deportista y controlo poco ese ámbito informativo; por esta razón, muy pocas veces puedo participar de las tertulias que se forman en mi gimnasio.
Pero el miércoles fue diferente. Estaba sudando en solitario cuando entró en la sauna un conocido del Liceu, y como ese mismo día se estrenaba la «Lulu» en una producción que se anunciaba con controversia —con el sexo como telón de fondo—, comenzamos a hablar de ópera, de las puestas en escenas y de ese tabú que sigue enquistado en nuestra sociedad, todo en torno a la ópera que ambos veríamos en unas horas más en el Liceu. Al rato entró un tercer gimnasta que, al enterarse de nuestro tema, anunció para nuestra sorpresa que ¡él también iba esa noche al estreno! La sorpresa aumentó cuando entró un cuarto individuo ¡que también era operófilo y que se unió a la conversación! En su caso, «Lulu» no le entraba en el abono, pero tenía un buen recuerdo de la «Carmen» de Calixto Bieito y, debido a nuestra discusión, esa misma tarde iría a comprarse una entrada. Y así fue como en el gimnasio cuatro personas hablábamos de ópera: incluso comentamos lo extraordinario, por rara, de la situación.
La reflexión que vino después fue la que me dejó con ese sabor de boca agradable antes comentado: desde que estoy apuntado a este gimnasio, hace cinco años, nunca había departido con otros usuarios —excepto con los ya conocidos— y, lo más increíble, nos unió un tema de conversación que se puede calificar como mínimo de inusual en ese entorno de fútbol, waterpolo y F-1. El promedio de edad de los contertulianos era de unos 35 años —yo subía la media— y el entusiasmo que demostraron tuvo chispazos de auténtica pasión.
En ese momento me vino a la cabeza un comentario que me hizo un altísimo cargo del Ministerio de Cultura en relación con la ópera: «tarde o temprano tendrá que cambiar, y a la baja, el apoyo que el Gobierno le brinda a ese espectáculo burgués», me dijo, consciente de los recortes que su Ministerio viene sufriendo. Para este alto responsable socialista —no lo nombro porque sus declaraciones eran «off the record»— la ópera no es de todos, sino de unos cuantos (y esto lo decía alguien que pertenece al mismo grupo de gente que contrató a Gerard Mortier para dirigir el Real). ¡Cuánto se equivoca! La ópera es para quien quiere, para quien le interesa, no para ricos ni para iluminados. Incluso lo saben hasta en la sauna de mi humilde gimnasio.