De poco ha servido el clamor internacional en contra de la artillería monetaria anunciada por Estados Unidos para aliviar su adormecida economía. Apenas unas horas antes del pistoletazo de salida del G-20, la Reserva Federal ha mandado un comunicado en el que informa de que la primera inyección se hará efectiva en menos de un mes. El banco central estadounidense destinará 105.000 millones de dólares (76.200 millones de euros) a la compra de bonos a largo plazo, de los que la mayor parte —75.000 millones de dólares (54. 400 millones de euros)— corresponde al polémico plan de recompra de bonos aprobado en la última reunión de la Fed. Los 30.000 millones de dólares (21. 800 millones de euros) restantes obedecen al compromiso de reinvertir los intereses de los bonos ya adquiridos por la entidad central y que espera recibir entre mediados de noviembre y mediados de diciembre.
El comunicado, aunque previsto, viene a cargar aún más una reunión ya de por sí nutrida de tensión. Y es que el optimismo budista que emana el lema de la cita —crecimiento compartido más allá de la crisis» parece más bien un chiste de humor amarillo a tenor de las turbias perspectivas del encuentro. Los países industrializados y las potencias emergentes acuden a la capital de Corea del Sur más divididos que nunca sobre cómo combatir los nubarrones que se ciernen sobre la recuperación económica.
La «guerra de divisas» —exacerbada con la inyección reafirmada de la Fed— ha puesto al presidente Obama en el ojo del huracán Sin embargo, haciendo oídos sordos a las críticas, el inquilino de la Casa Blanca respondió ayer con una desafiante carta al G-20: «la mayor contribución que EE.UU. puede hacer a la recuperación global es un crecimiento fuerte que genere empleos, ingresos y gastos», dijo. Además de prometer que Washington hará su parte «para restaurar el crecimiento, reducir los desequilibrios comerciales y calmar a los mercados», Obama insistió en que «cuando cumplan con su cometido todas las naciones, las emergentes no menos que las avanzadas y los superávit no menos que los déficit, todos saldremos ganando».
El desacuerdo también parece irreconciliable en la lucha contra los desequilibrios comerciales, donde ya ha sido rechazada la propuesta de EE.UU. de limitar los superávit y déficit a un 4% del PIB de cada país. Además de distintas, las posturas son tan distantes que los responsables de la negociación se han enzarzado a grito pelado en extenuantes reuniones de hasta 14 horas para cerrar el comunicado final de la cumbre. «Tuvimos que abrir la puerta porque había 40 o 50 personas y el debate era tan acalorado que la sala se estaba calentando», confesó el portavoz del G-20, Kim Yoon-Kyung.
Así las cosas, uno de los negociadores reconoció a Reuters que la declaración conjunta no fijará objetivos concretos para sellar la paz en la «guerra de las divisas» ni para poner freno a los desequilibrios comerciales. «No hay grandes cifras en el borrador ni las habrá en el comunicado», que se limitará a recomendar a los países que cuenten con «tipos de cambios flexibles» pero sin citar expresamente a China, aclaró.
China, más superávit
Precisamente, el superávit del gigante asiático volvió a dispararse en octubre, cuando ascendió a 27.100 millones de dólares (19.731 millones de euros) al subir las exportaciones un 22,9% con respecto al mismo mes del año anterior. Una cifra muy superior a los 16.900 millones de dólares (12.303 millones de euros) de septiembre y sólo por detrás de los 28.700 millones de dólares (20.892 millones de euros) registrados en julio.
Así lo anunció ayer el Gobierno chino, calentando aún más la cumbre del G-20 y aumentando la presión sobre el yuan, que según EE.UU. está devaluado artificialmente para favorecer así las importaciones. ¿Error de cálculo o provocación chulesca? Teniendo en cuenta el férreo control del régimen de Pekín, que deja poco margen al azar, todo indica que lo segundo.
Activado tras el estallido de la crisis a finales de 2008, el G-20 llega así su quinta reunión económica sin la coordinación demostrada en las primeras citas. La lenta recuperación de los países avanzados para salir de la crisis y las diferencias cada vez mayores entre exportadores e importadores han llevado a cada Gobierno a hacer la guerra por su cuenta, desempolvando los viejos fantasmas del pasado.
«El proteccionismo se ha extendido en los dos últimos años por la crisis, pero nos gustaría verlo a los niveles de 2008 porque no es bueno para el comercio, que es la savia de la economía global», advirtió Victor K. Fung, presidente honorario de la Cámara Internacional de Comercio y del Grupo Li & Fung. Reforzadas por un centenar de magnates empresariales que participan en un foro de negocios paralelo a la cumbre, sus palabras suenan a ultimátum para acabar con las divisiones del G-20.
En Corea, donde hace 60 años se libró la primera guerra entre el capitalismo y el comunismo, comienza la batalla final del liberalismo contra la crisis. Cosas del dinero, una lucha donde los socios son, a la vez, enemigos.







