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Humanista universal

Cuando a los largo de los años se siente veneración por un genio como Luis García Berlanga, se pierde la noción del tiempo transcurrido al mezclarse obra y personaje

Día 13/11/2010 - 15.03h
Cuando a los largo de los años se siente veneración por un genio como Luis García Berlanga, se pierde la noción del tiempo transcurrido al mezclarse obra y personaje. Guardo múltiples sensaciones de un cineasta humano y señorial, cuya presencia brillaba con luz propia en cualquier acto público.
Pepe Isbert en "Bienvenido Mr. Marshall"
El tiempo ha engullido su vida como la de cualquiera, pero se salva la obra que le ha hecho trascender y además, como personaje de interés popular, se conservará en la memoria colectiva por su inteligencia, constante positivismo y lo socarronamente erotómano que fue toda su vida. Tanto Berlanga como Rafael Azcona y Bardem no escondieron nunca en el plano corto la complicidad de un sentido del humor compartido, hoy patrimonio de los que le rodearon y en ocasiones frecuentamos. En cierta ocasión, estando los tres presentes, mientras yo entrevistaba a Azcona, con quien hablaba de la empanada mental que existía a nivel mundial, Berlanga, posicionándose, se sinceró: «No hay que cabrear al cerebro con muchas cosas a la vez, es más saludable resolverlas de una en una. Así se arreglarían muchos problemas». Azcona, muy serio, añadió: «Pues un día se me ocurrió pensar en el Universo y me caí redondo». Las risas con sabor a guión resuenan todavía en mi cabeza.
En los años que trabajé en la revista Blanco y Negro, cuando estrenaba juventud y se decantaba mi futuro a 24 imágenes por segundo, la revolución de su cine ya había hecho historia. Fueron bastantes las noticias y entrevista que le hice, pues además contaba con la complicidad de su hijo Jorge. Me gustaba que en aquellas charlas me pusiera las cosas fáciles, notaba enseguida cuándo me daba un titular. Berlanga era consciente de que la diferencia de edad y de talento era tan evidente entre nosotros, que su personalidad me venía no holgadilla, sino más bien cinco tallas más grande. Sin embargo, se obraba el milagro: salía pletórico de su casa. No sólo contestaba largamente, había sustancia y crítica en lo que declaraba, infrecuente en otros profesionales del ramo, que con la desagradable técnica de vender sus películas como un producto, muestran hasta hoy en día y la falta de reconocimiento hacia el periodista que les escucha como repiten el mismo discurso.
En mayor o menor medida, todos conocemos las películas de Luis García Berlanga. No desglosaré su filmografía. A cambio ceñiré el comentario a una anécdota que me definió su poder para remover conciencias. Fue la mirada nauseabunda que me echó una pareja que pasaba por mi lado cuando sacaba una entrada para ver «Tamaño natural» en madrileño y desaparecido el cine Rex de Madrid. Se lo conté enfurruñado: «tranquilo —me espetó contundente—, las carencias Pepe son muy malas». Erotismo, fetichismo y mala leche de un humanista universal, Luis García Berlanga, nada más y nada menos.
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