—¿No le resultan sorprendentes las conclusiones de los ex reporteros del «New Yorker» Lawrence Weschler y Mark Danner, una revista que hace del «fact checking» un acto de fe, sobre las licencias poéticas de Kapuscinski?
—Creo que les importan más la cualidades artísticas e intelectuales de su obra que la estantería en la que ponerle. Estos dos maestros del reportaje y el ensayo son conscientes de que las fronteras entre los géneros no son tan nítidas. A veces están envueltas en la ambigüedad. Incluso si estableces reglas estrictas a la hora de hacer un escrutinio de las obras de Kapuscinski, ¿qué significa eso? ¿Que «El Emperador» o «El Sha» no son grandes obras porque no pasarían el filtro de un «fact checking» (verificación de datos)? Siguen siendo obras magníficas, aunque no necesariamente periodísticas, y eso a pesar de que gran parte del material lo obtuvo como periodista. Del mismo modo que el propio Kapuscinski tal vez nosotros hemos creado una leyenda.