FEDERICO MARÍN BELLÓN
Al igual que insignes alpinistas han bautizado con sus nombres algunas formas de escalar el Everest, los Estévez, con el abuelo gallego ya fallecido en la memoria, han encontrado la forma de llevar el Camino de Santiago al mundo. Esta película de carretera y chubasquero tropieza más de una y más de dos veces en la piedra de la ingenuidad, pero prosigue su avance con terquedad hacia su noble destino.
Como pieza publicitaria, «The way» tiene su punto (aunque quizá le sobren minutos). Queda el análisis de la cinta como drama cinematográfico que se disfruta, como el propio camino, mejor en unos tramos que en otros. Tiene su lógica que las escenas supuestamente cumbres transcurran cuesta arriba: la melopea liberadora del protagonista, la incursión en el barrio gitano, los pasajes protagonizados por el escritor pedante (buen actor, James Nesbitt, pese a todo)... Algo les falta o algo les sobra, pero están barnizadas de un tono sospechoso, parduzco (o pardusco, que la RAE aquí no es tan quisquillosa)
Mención especial merece Deborah Kara Unger, viejo mito, que presenta todas las trazas de haber sido maltratada por la vida o por algún cirujano, que tiene además un papel esforzadamente antipático y que, sin embargo, conserva su halo de magia y de verdad.
Contaba Emilio Estévez que se había planteado su filme como una versión de «El mago de Oz» y, en efecto, la estructura y los personajes mantienen vivo el paralelismo. Y si alguno es de hojalata, solo es una muestra más de coherencia.






