El cielo cae sobre nuestras cabezas, aunque más que sobre las nuestras, sobre las de ellas, las de las mujeres, que son las que siempre pagan el pato de todo: de la crisis, del desempleo, de los malos tratos, de la falta de dinero... Es duro ser mujer en estos tiempos (y en los otros). En realidad, el debut de Juana Macías en la dirección va encaminado hacia ese desierto de vida al que vamos empujando, inexorablemente, a las pobres mujeres. Cuatro historias entrelazadas entre sí, muy al estilo de «Crash», leyendas urbanas (aunque de leyendas tengan poco) en el que se entremezclan caminos, todos crudos, fango sobre fango, empedrado de campo minado, y en el que las vidas cotidianas se van desmenuzando como azucarillos.
El relato es crudo porque cruda es la España de hoy. Es la fotografía del día a día, y en este caso del hora a hora, pues todo discurre en un día. Son historias sencillas en el que se cruzan mucho drama y pocas alegrías. Macías se vale de un cuadro de actores sobrio y capaz, con mención especial para la joven Aura Garrido, de mirada profunda en la que caben la soledad, la desazón, la amargura, la cólera, el drama y hasta un atisbo de esperanza, aunque sea nimio. No en vano ganó, bien ganado, el premio a la mejor actriz secundaria en el Festival de Málaga.
Es probable que la fórmula empleada por la novel directora no sea original, ni la trama nada especial, pero la vida cotidiana, contada con la carne desnuda y el sentimiento aflorando, resulta siempre entrañable porque a cada uno le toca lo que le toca, que es algún alfiler de mayor o menor calado, pero que hace sangre, y duele, duele mucho.
Mala cosa esta de vivir al borde de la vida, aunque esta venga y se vaya. Entre tanta amargura y callejones sin salida, la solución que da Macías es tirar por la calle central y vivir con lo que viene. Se va un tipo de vida y llega otro. Botella medio llena en vez de medio vacía. Dinero que se va, amor que viene, familias que se rompen, otras que empiezan a nacer; en suma, el ciclo de la vida tratado con naturalidad y encanto, sin mayores estridencias que la que te da la mierda de vida que llevamos y que no mejora, solo empeora. Ante todo ello, una solución: sonreír...






