Si no se ha visto bailar a El Carpeta, no merece la pena seguir respirando. El Carpeta tiene diez años, mide medio metro y baila como si fuese su abuelo, Farruco, reencarnado. ¿Creen que se muestra tímido a la hora de taconear o de ajustarse la chaquetilla con gracia sin igual, o que le echa más jeta que espalda? Sin duda, lo último. Efectivamente, El Carpeta es arte mamado en cultura gitana a través de generaciones y reencarnaciones varias, y no se corta ni un pelo. En ese espejo, en el de El Carpeta y en el de otros como él, se ha mirado Saura para «Flamenco, Flamenco».
Esto no es sólo un homenaje al estilo universal, sino un baño de colores y brillo sin igual. El retrato es simple: canción tras canción, baile tras baile, aderezado con la fotografía de Vittorio Storaro, que no es un asunto menor, sino más bien el rey de reyes en este asunto. El resultado es espectacular. En el trabajo de Saura se aprecia la evolución que ha dado el género en estos años: de ser cultura cerrada, hermética y sin una sola concesión a los payos, se ha ido abriendo en un abanico que abarca todas las gamas y todas las estaciones. Del optimismo del día a la gravedad de la noche, Saura imprime cada estado de ánimo, cada género y cada quejío puro con exactitud y preciosismo. Se queja Saura de que aquí no se aprecia su obra. Se engaña. Debe ver mucho y leer poco.






