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El Bernabéu adora a Mou

El técnico se sentó en la grada tras el descanso y dirigió junto al banquillo

Día 21/11/2010
Jose Mourinho vio el partido desde la grada
Llegó con la etiqueta de entrenador polémico y defensivo, y en menos de tres meses se ha ganado el amor incondicional del Bernabéu. Mourinho es el rey en Chamartín. Genio y figura, y un fútbol incisivo, rápido, vertical, letal, como hacía mucho no se veía en la casa blanca, le han convertido en el mariscal del coliseo madridista.
El encuentro de ayer fue un homenaje de Mourinho y el equipo a la afición, y ésta se rindió definitivamente ante el portugués en la «víspera» del partido del siglo, ese del lunes 29 que es un casi ser o no ser en Barcelona. El luso salió con ese partido, el del público, ganado. La semana había sido tensa y caliente, después de que el Comité Antiviolencia pidiera a la Federación que ajustara cuentas con Mou y Preciado tras su rifirrafe previo al partido de Gijón. La grada mostró su apoyo a su técnico. Pancartas como «Ni canalla ni violento. El Bernabeú, con Mourinho», o «Mourinho, eres uno de los nuestros», dejaban claro que el socio está de parte de la «víctima», como le definió Jorge Valdano en una defensa tan lógica como indispensable.
Esta semana se supone que se sabrá el veredicto de la Federación, pero, en cualquier caso, Mourinho va a salir reforzado y con el apoyo incondicional de la mayoría del madridismo. Y el partido del equipo anoche no hace más que apuntalar aún más la figura de un entrenador que sabe perfectamente lo que se trae entre manos y dónde está. Y, sobre todo, qué se espera de él: espectáculo en todas las facetas, y resultados.
Ayer, por supuesto, no renunció al primero. Parecía que iba a evitar el populismo de sentarse en la grada, rodeado de aficionados, y, en la primera parte, se marchó a un palco privado. Junto a Julio Cendal, el jefe de seguridad del club blanco, apurando sus últimas horas como técnico sancionado. Y con Maradona, que está de visita en la entidad madridista. Vía teléfono, y sin separarse un segundo de su famosa libreta, mantuvo el contacto permanentemente con Karanka, que volvió a hacer las veces de falso entrenador. Y en la segunda parte, se mezcló con el público, ocupó el asiento reservado tras el banquillo.
Entre la afición o desde detrás de un cristal, salió a por todas y mandó poner a toda la artillería en el terreno de juego, sin escatimar un gramo de pólvora, porque, aparte de recibir a un enemigo peligroso como demostró ser el Athletic, tenía claro que el Barcelona tiene que saber que el Real Madrid no tiene dudas, no presenta fisuras y no tiene nada que ver con lo que se vió en los dos últimos años en el Camp Nou.
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