Si en las primeras secuencias de «El hombre tranquilo» John Ford retrató a Irlanda como el país en el que los trenes jamás llegan en hora, tampoco a Brian Lenihan le han servido de mucho sus denodados esfuerzos por actuar a tiempo. En una claudicación dolorosa, el ministro de Finanzas del Gobierno de Brian Cowen ha visto cómo de nada servía su propuesta de un recorte presupuestario de 15.000 millones de euros en cuatro años y ha admitido que la UE salga al rescate de una economía en la que la bonanza fue una burla de duendes: a falta de cifras definitivas, algunos estiman el agujero irlandés en 100.000 millones de euros. En consecuencia, la Comisión Europea, implacable, ya ha enviado a Dublín a una comisión que ponga en claro las cuentas, un equipo de «hombres de negro» casi vistos por los irlandeses como esbirros de Cromwell decididos a minar la soberanía de su nación. Y Lenihan comparte ese genoma numantino, alérgico a cualquier tipo de «invasor». «Si alguien lo está pasando mal estos días, ese es él», dicen sus allegados, mientras el ministro esgrime el único discurso posible (el de que la culpa de la quiebra irlandesa la han tenido solo los bancos) para recomponer la maltrecha imagen de su Gobierno y del partido que lo sustenta, el Fianna Fail fundado por Eamon de Valera y depositario de las esencias de la Irlanda emancipada. Porque la opinión pública hierve: «Habiendo obtenido la independencia de los británicos ahora hemos rendido nuestra soberanía a la Comisión Europea, al Banco Central Europeo y al Fondo Monetario Internacional», ha bramado en un editorial el «Irish Times».
Esquivando el naufragio
Sin embargo, en mitad de la tormenta, Lenihan queda parcialmente a salvo del naufragio, mantiene altas cotas de popularidad y todavía se le considera como un personaje llamado a más altos empeños. Y los irlandeses valoran aún más su energía después de que en las pasadas Navidades se filtrara que se le había diagnosticado un cáncer de páncreas en estadio inicial. Serio bache de salud que él mismo hubo de confirmar en enero, con la información añadida de que, tras debatir la situación junto al resto del gabinete gubernamental, había decidido no renunciar a su pesada cartera. Algo consecuente con su fibra política y con su estirpe: su abuelo Patrick ya fue parlamentario y su padre, también llamado Brian, fue ministro de distintos departamentos a lo largo de tres décadas y en 1990 aspiró sin éxito a la presidencia de Irlanda. Una circunstancia que seguramente trata de resarcir su tenaz vástago, a quien describen en su entorno como «un líder con una incombustible confianza en sí mismo», hasta el extremo de que cuando Cowen le encomendó el negociado económico en mayo de 2008 él, profano en la materia, se lo tomó con tanto aplomo que concedió la primera entrevista antes incluso de pisar por primera vez su nuevo despacho. Pero las cosas cambiaron en pocos meses, cuando comprobó que tendría que intervenir el sector bancario. Según atestiguó su tía, la parlamentaria Mary O'Rourke, «se tiró tres días sin dormir y estaba pálido como la nieve». Sin demoras, afrontó la nacionalización del Anglo Irish Bank y los primeros tijeretazos.
Discreta vida privada
Casado con la jueza Patricia Ryan y padre de dos adolescentes, un chico y una chica, Lenihan, abogado, se formó en los centros-vivero de las clases dirigentes irlandesas (Bellvedere y Trinity College) y rubricó después un brillante expediente académico en Cambridge. Pero su carrera política sólo despegó tras la muerte de su padre en 1995. Entre 2002 y 2007 ocupó una secretaría para la Infancia y después pasó ya a formar parte del núcleo duro del Gobierno, primero como ministro de Justicia y, desde 2008, como titular de Finanzas. También su hermano Conor es miembro del gabinete de Brian Cowen, como ministro de Estado. Pero Lenihan siempre trata de evitar que se le considere condicionado por su dinastía, y tampoco le gusta que se airee su vida privada. Ni su mujer ni sus hijos asistieron a su toma de posesión como ministro de Finanzas y, ajeno a cotilleos como el de que tiene la costumbre de masticar ajo crudo, sobrevuela con buena nota los excesos de la prensa amarillista.
Nadie adivinaría, por lo que de él opinan todavía muchos de sus compatriotas, que es el ministro de Economía de un país declarado en bancarrota. Para los irlandeses, es más víctima que culpable de una profanación de la soberanía a cargo de los euroburócratas. Y su esfuerzo está siendo «homérico», subrayan los defensores del hombre intranquilo.







