«Excelentísimo señor director, señoras y señores académicos: En el invisible catálogo de la desordenada sucesión de cosas de diferente naturaleza, magnitud, profundidad y alcance que llamamos vida, hay una serie de circunstancias que difícilmente se pueden prever, porque el azar distribuye los regalos a su modo. Unirme a las tareas que realiza la Real Academia Española supone para mí un honor inigualable e imprevisto. En una ocasión como ésta, quisiera ser capaz de transmitir a las señoras y señores académicos mi más profundo y emocionado agradecimiento
He de confesarles que la relación que tengo con la lengua, a la que consagro buena parte de mi vida, no me permite, ni mucho menos, considerarme experta en la materia. Ni en eso ni en nada. Como novelista, soy una permanente aprendiz de la expresión escrita, y eso es lo que, con toda humildad y entrega, pongo desde ahora a su servicio, la relación de cercanía, de trato natural con la lengua que se ha ido forjando a lo largo de mi vida de escritora y que me da el necesario atrevimiento, cercano a la osadía, para dirigirme ahora a ustedes.
La lengua ha sido desde siempre mi aliada esencial. Su capacidad de ser moldeada, de adaptarse a los más variados y extraordinarios hechos, sueños y fantasías, ha supuesto para mí uno de los grandes regalos de la vida. Y, sin duda, el que de forma más continuada y personal me ha permitido explorar, y tratar de entender, mi relación con el mundo. Muy en particular, quiero agradecer a doña Carmen Iglesias, don Luis Mateo Díez y don José Antonio Pascual las especialísimas deferencia y consideración de que me han hecho objeto al proponer mi candidatura a la Academia. Mi admiración por la obra y la persona de cada uno de ellos cobra desde ahora el dulce matiz del agradecimiento. El sosegado y profundo análisis que Carmen Iglesias hace de determinados momentos y personajes históricos, la mirada incisiva de José Antonio Pascual sobre el funcionamiento y la gramática de la lengua, y el tono de eternidad, de incesante discurrir, que caracteriza la prosa de Luis Mateo Díez iluminan mis hipotéticos méritos, porque los suyos están en la base de mi presencia aquí. Y eso es algo que, en momentos tan solemnes, me produce un indecible alivio. Muchas, muchísimas gracias a los tres.
*Me ha tocado en suerte el sillón «g». Cada letra del abecedario tiene su personalidad y su poder de evocación, cada letra arrastra tras de sí las palabras que le toca iniciar. No II somos nosotros, en ocasiones como ésta, quienes escogemos las letras, sino que las letras caen sobre nosotros, como el destino, pero resulta tentador —al menos, para los novelistas— entrar en el juego de los símbolos y las interpretaciones
El científi co don Antonio Colino ocupó el sillón «g» hasta su fallecimiento, en 2008. Ocupar el sillón que ha pertenecido a un científi co me viene a recordar el peso que la ciencia tiene en la vida. Con su método paciente y tenaz de hipótesis y pruebas, la ciencia nos muestra una forma de aproximación a la realidad que resulta un complemento perfecto y necesario de la imaginación y de los sueños
Don Antonio Colino leyó su discurso de ingreso en la Real Academia en enero de 1972 y, como científico, hizo en él un brillante resumen de las cuestiones candentes en la época en materia de ciencia y tecnología y sobre la expresión que los avances técnicos y científicos encuentran en el lenguaje. He de confesarles que yo misma, tiempo atrás, me aventuré un poco por alguno de los caminos por los que don Antonio Colino transitó con tanto acierto y éxito. Mi aventura fue muy breve, pero dejó en mí la tentación de elucubrar en cuanto se suscitan este tipo de asuntos, en especial los que se refi eren a la génesis, aprendizaje y teoría del lenguaje y sus relaciones con la psicología. La claridad con la que don Antonio Colino resumió la evolución que habían experimentado estas materias ha hecho que volviera a plantearme con cierta nostalgia una serie de cuestiones que me hubiesen pedido intensa y exclusiva dedicación y que, siguiendo oportunos consejos, abandoné para seguir los dictados, algo más arbitrarios, de mi vocación literaria
No deja de ser una casualidad que me haya encontrado ahora ante aquellos problemas que siempre me parecieron I2 apasionantes, aunque me quedara en el umbral de todas las puertas. De forma que esto es lo que, entre otras cosas, representa el sillón «g» para mí: el vasto mundo de los misterios científicos. El vasto mundo, en fi n, de todos los misterios.
Y me parece muy adecuado, porque a esto me dedico, aunque de forma nada científi ca y sin atenerme a sistemas o métodos, porque las verdades que persigo se revelan en el campo de la creación, y no son hitos de un camino hacia un lugar preciso, sino luces aisladas que se encienden aquí y allá, en horizontes y rincones insospechados, y que no trazan ni aspiran a dibujar un itinerario descifrable.
Quizá fuera eso lo que me hizo retroceder de todos esos umbrales de la ciencia, una disposición instintiva a no buscar verdades ni certezas, a no apoyarme en ellas. La indagación literaria parte de la incertidumbre y el riesgo, y no persigue conclusiones ni resoluciones. El sillón «g», más allá de las palabras que la letra traiga a la cabeza, se convierte para mí en recordatorio del gran misterio del mundo. Con la conciencia de ese enigma, la humanidad ha luchado, ha hecho números, ha escrito para dar testimonio de los hechos, ha creado fábulas, poemas, imágenes, músicas... El amplio e inabarcable universo es el escenario de todo lo que hacemos, de lo que somos.
Pero la estela que don Antonio Colino ha dejado en la Academia está marcada por el aprecio personal. En los comentarios que, en diversas circunstancias, se han hecho de él, siempre se ha señalado su profunda humanidad, su modestia, su honradez, su sentido del deber y la responsabilidad y, desde luego, su entera dedicación a las tareas de las dos Academias de las que fue miembro numerario, la de las Ciencias y la de la Lengua. Antonio Colino caminó por la senda de la colaboración estrecha entre la ciencia y el lenguaje y dejó en la Academia la convicción de que esta labor resulta indispensable si se quiere vivir de acuerdo con los tiempos.
Quienes le conocieron, quienes tuvieron la suerte y el honor de coincidir con él en esta casa, lo recuerdan con emocionado afecto y evocan su entrega continua y entusiasmada, la sencillez de su trato y la autoridad moral que irradiaba.
Su gran amigo don Julián Marías destacó las virtudes que siempre lo acompañaron: pasión científi ca, avidez, entusiasmo, afán de saber, curiosidad, complacencia, ingenuidad. Y se detenía en esta cualidad, la ingenuidad. Subrayaba: «Ingenuo quiere decir ser libre, porque sin cierta ingenuidad no hay libertad en el hombre»(1).
De manera que, por encima de todo, este sillón «g» que don Antonio Colino ocupó y que me ha tocado en suerte representa los valores humanos que lo caracterizaron y que se encuentran en la base de toda actividad entregada y leal.
Soy muy consciente del enorme vacío que don Antonio Colino ha dejado en la Academia. Al entrar yo en la casa, se me ofrece la posibilidad de sumarme al disfrute de su legado.
Como, sin duda, algo de su espíritu y de su excepcional humanidad se ha quedado para siempre aquí, entre nosotros, le agradezco al azar este privilegio.
*Quisiera pedirles a todos los presentes que consideren con benevolencia las palabras que en ocasión tan solemne debo pronunciar. Soy escritora de fi cción, y lo propio de mi ofi cio no es hilvanar discursos donde queden expresadas con acierto y en el adecuado tono ideas y consideraciones relativas vas a la lengua, sino urdir historias con ella, echando mano de todo cuanto esté a mi alcance, e incluso fuera de mi alcance, dejando que la historia me lleve, me conduzca adonde quiera llevarme.
Mis palabras están necesariamente impregnadas de dudas e inseguridades, porque no provienen de un conocimiento detallado ni contrastado, como ocurre en el caso de los especialistas de la lengua y la literatura, sino de la intuición solitaria del creador. Por eso he querido buscar cobijo en el Quijote, la gran novela de la lengua castellana. Al aventurarme por el amplio territorio creado por Cervantes, no sin osadía, nacida, quiero pensar, de esa «cierta ingenuidad» que Julián Marías, en referencia al científi co Antonio Colino, declaraba necesaria para el ejercicio de la libertad, tengo la esperanza de que su luz difumine los contornos de mis carencias.
El Quijote es una lección constante, un estímulo continuo para los escritores. Es tan variada la gama de los tonos, ritmos y registros de la lengua que asombra la naturalidad con la que pasa de unos a otros. Jamás había alcanzado el castellano esa naturalidad y fl exibilidad, esa capacidad de acomodarse a situaciones y personajes tan diversos.
En cada una de sus líneas, en cada uno de sus episodios, en los primeros planos, en los planos de fondo, en el centro de la acción, en todos los rincones de la obra encontramos la expresión idónea, genial. La forma en que la lengua se adapta a las variadísimas circunstancias que concurren en la novelanos empuja a los escritores a acometer empresas que parecen imposibles. El pulso narrativo de Cervantes late siempre con asombrosa naturalidad y da continuamente fe de la aventura de la lengua. Esa fe que le es tan necesaria a quien hace de la literatura el centro de su vida.
La pluma de Cervantes se atreve con todo. Su ambición es inmensa, como inmenso es su orgullo. En el Quijote se suceden los cuentos y no son pocas las veces que se opina sobre lo que se cuenta y cómo se cuenta. En el gusto de escuchar está incluido el gusto de opinar. Cervantes sabe dotar a sus personajes de la humildad y modestia requeridas para dar oportunos consejos sobre el arte de narrar, y los escritores se lo agradecemos de forma especial<p>De entre los muchos consejos que da Cervantes, me he atenido, sobre todo, al que pone en boca de maese Pedro cuando advierte a su ayudante, que se ha dejado llevar por un desmesurado impulso oratorio: «Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala» (II, XXVI, 924)(2).
El creador es consciente de que su mirada está cargada de subjetividad y sabe que precisamente en la subjetividad estará el posible mérito de su aportación. No alberga voluntad alguna de demostración. El creador no parte de una idea previa, aspira a mostrar, busca ver. Y, fi nalmente, cree que ve.
A esta subjetividad y esta fe me atengo, sin dejar de pedirles, de nuevo, benevolencia y generosidad.
*Escogí como tema central de mi discurso los personajes secundarios del Quijote, y lo hice de forma instintiva, nada premeditada. Tengo debilidad por los secundarios, por aquellos a quienes, en los diferentes órdenes de la vida y del arte, les toca ocupar posiciones marginales y a quienes de pronto descubre la mirada de un espectador, un lector, un amigo o un desconocido.
El secundario es poco visible, no se encuentra en el centro de la acción o del discurso, sino en la periferia, en los fl ecos, en los rincones. Tenemos que hacer un pequeño movimiento, un gesto, mover un poco la cabeza, para verlo.
Estas personas y estos personajes, en la vida y en el arte, han dado mucho que hacer a mi imaginación, que se ha entretenido rescatando historias laterales, apartando la mirada de los personajes y episodios centrales.
Ha sido así en la vida y ha sido así en mi relación con la literatura. De los cuentos que me leyeron en la infancia y los que luego leí y fui escogiendo por mi cuenta, me fijaba sobre todo en aquellos personajes que se quedaban un poco atrás, un sapo desorientado, un elefante patoso, una gallina de plumaje deslucido. Más tarde, cuando entraron en mi vida relatos que trataban de gente parecida a mí, de niñas inquietas y soñadoras que no entendían el mundo de los adultos y que preferían refugiarse en sus fantasías, comprendí que en la vida había muchas pistas que parecían asuntos secundarios y que daban pie a historias verdaderamente principale.
Era yo, al escogerlas, al ir descubriéndolas e inventándolas, quien las convertía en principales. Finalmente, eso es lo que hago cuando escribo fi cciones, convertir en protagonistas a personajes que, antes de ser escogidos, podían pertenecer al universo de lo secundario.
Lo cierto es que los novelistas, cuando empezamos a escribir un relato, avanzamos entre tinieblas, y es solo al fi nal cuando caemos en la cuenta del camino recorrido y tenemos cierta perspectiva para ver a nuestros personajes, hablar de ellos e incluso hablar con ellos.
Los personajes secundarios del Quijote llamaron mi atención desde que, en la Universidad de California, seguí un curso sobre la obra de Cervantes, dirigido por Arturo Serrano-Plaja. Lejos de España, años después de haber dejado el colegio, cuando el recuerdo de las lecturas obligatorias y fragmentadas que allí se hacían casi se había desvanecido, y se había diluido el poso de angustia que mis esporádicos encuentros con don Quijote me había legado, porque aquel héroe tantas veces humillado y derrotado me encogía el ánimo, vi en la novela de Cervantes lo que nunca había podido ver. Vi la aventura del individuo y la aventura de la lengua, inseparablemente unidas, felizmente el uno al servicio de la otra, y viceversa.
Al agradecimiento que debo a Arturo Serrano-Plaja quiero sumar el que corresponde a Martín de Riquer, a ese Quijote de la editorial Juventud, encuadernado en tela azul y profusamente subrayado y anotado, que me sirvió de iniciación a la obra de Cervantes y que guardo como un talismán.
Mi vocación de escritora, que está unida al universo de los cuentos que me leyeron en la infancia al pie de la cama y los que luego leí yo en innumerables mañanas de domingo, largas siestas de verano y convalecencias de enfermedades, reconoce en ese momento un revelador punto de apoyo.
Los cuentos de la infancia y las aventuras del héroe de Cervantes, disfrutadas en plena juventud, me mostraron mundos muy distintos, pero unos y otras hicieron que mi afi ción fuera cobrando fuerza. En esa vía que la imaginación, en estrecha alianza con la lengua, me mostró, yo podía transitar a mis anchas, allí era posible perderse sin miedo, y conmoverse, sufrir, reír, pensar, soñar. Decidí que ése era mi lugar.
Mi interés por los personajes secundarios sin duda arranca de aquellas lecturas infantiles. Los protagonistas de aquellos relatos encontraban siempre, a lo largo de sus complicadas y peligrosas empresas, extraños aliados, apoyos inesperados y mágicos. Partían de circunstancias muy difíciles y se topaban con obstáculos que parecían insalvables, pero la intervención de estos personajes cambiaba el curso de las cosas de forma radical y se alcanzaba el fi nal feliz.
Años después, atrapada en la aventura del héroe de Cervantes, yo buscaba en el libro esos elementos inesperados y mágicos, esos aliados que facilitaran su empresa. Por eso he dado el título de «Aliados» a mi discurso. Con él pretendo rendir un pequeño tributo a los personajes en quienes don Quijote, en su lucha por imponer sus ideales, encontró aliento, estímulo, comprensión, amistad, compañía o una clase de complicidad, fugaz o permanente, inmediata o simbólica.
*Los numerosos senderos que llevan a don Quijote de su casa y su aldea a sus aventuras, sus salidas, sus regresos, los ratos de descanso a un lado del camino, sus estancias en ventas y castillos, propician toda clase de encuentros, unos casuales y tranquilos —los menos—, otros provocados por el mismo caballero y que suelen acabar en aparatosas batallas e indiscriminada lluvia de golpes. Conocemos a personajes que no dudan en califi car de loco a don Quijote y que se enfrentan radicalmente con él, a personajes que, aunque convencidos de la locura del caballero, le siguen la corriente porque se proponen devolverle a casa mediante engaños y ardides, a personajes que se burlan de él o pretenden pasar un rato divertido a su costa. Pero hay también quienes le siguen la corriente de buena fe y quienes no saben qué pensar de la salud mental del caballero y le tienen por un extraño loco entreverado, en ocasiones perfectamente cuerdo y capaz de hablar con extraordinario juicio sobre asuntos de importancia y en otras, las que se refi eren a la caballería andante, loco de remate.
El narrador, que está por debajo y por encima de todo lo que se cuenta, y que tantas veces se hace presente, como un personaje más, para dejar caer sus opiniones —muchas de ellas, como se ha dicho, sobre el arte de narrar— tiene el hábito de presentarnos a los personajes antes de que aparezcan en el relato, como si quisiera que el lector se fuera formando una idea de ellos. A fi n de cuentas, el Quijote es una novela de ideas. El procedimiento se lleva al extremo en la segunda parte, donde, salvo excepciones, los personajes, antes de conocer a don Quijote, han oído hablar de sus hazañas o incluso han leído el libro que las contiene, este libro del que ahora estamos hablando.
Este complicado juego de espejos, que parece concebido para desconcertar a los magos encantadores enemigos del caballero, muy numerosos y malintencionados, asombrosamente, no le resta amenidad al relato. Los obstáculos no se encuentran en el texto, sino en el itinerario de don Quijote, en su propósito de vivir su vida como si fuera el héroe de una novela de caballerías.
Los enemigos del caballero no aceptan su juego, sin sospechar que para don Quijote se trata de un juego muy serio. El caballero quiere imponer sus reglas y reacciona ante los obstáculos y las hostilidades con inesperada contundencia. No se queda corto ni en el ataque ni en el insulto. Él es el primer intolerante. Con semejante ac titud, ¿podrá conseguir algún apoyo?, nos preguntamos, ¿habrá personas que le muestren un mínimo de simpatía, de complicidad, una pequeña posibilidad de entendimiento?Pero Cervantes se las arregla para proporcionar a don Quijote esos puntos de apoyo sin los cuales su lucha sería mucho más difícil, solitaria e indescifrable. Porque los aliados que de diversas formas sostienen al héroe en su desmedida empresa nos dan pistas para comprender a don Quijote. Nos acercan al enigma del personaje.
*No son pocos los personajes femeninos que desfi lan por las páginas del Quijote. Cervantes pertenece a la estirpe de escritores que conciben la literatura como indagación y aunque expresa en su obra opiniones sobre muy diversos asuntos, nunca resultan inoportunas o fuera de lugar. Pero es en la narración donde toman cuerpo y fuerza las cuestiones sobre las que se opina. A través del narrador, de don Quijote o de otro personaje, Cervantes expresa sus ideas sobre el papel que tienen las mujeres en la sociedad, pero lo que llama la atención, más allá de estos juicios esporádicos, es la diversidad de tipos femeninos que encontramos en la obra.
La relación de don Quijote con las mujeres viene marcada por la fi gura de Dulcinea, la dama que todo caballero andante ha de tener, la justifi cación última de sus hazañas(3). Don Quijote intenta zanjar el delicado asunto de su relación con las mujeres ateniéndose a un principio caballeresco: el corazón del caballero pertenece a su dama. Pero Cervantes no quiere dejar las cosas así y le brinda al caballero más de una ocasión de demostrar que no es ni mucho menos insensible a los encantos femeninos. Marcela, la hija del ventero, Dorotea, la duquesa, Altisidora ..., son mujeres que producen en don Quijote honda impresión. Cuando le piden ayuda, el caballero no es capaz de negarles nada. Otras veces, desea ponerse al servicio de las damas. O lanza miradas de complicidad, ofrece su mano a una de ellas, sujeta con fuerza a otra, da pie a bromas y engaños y se engaña él mismo para prolongar el juego. A don Quijote le gusta el juego del amor.
Marcela irrumpe en el universo caballeresco de la primera parte y deja una huella imborrable. Lo que sorprende a quienes la escuchan, don Quijote incluido, y a los lectores de todos los tiempos, es su fi rme declaración de libertad. Marcela, a quien precede la fama de cruel e ingrata, inicia su discurso con un razonamiento impecable: «Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis decís y aún queréis que esté obligada a amaros [...] mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama» (I, XIIII, 167).
Hacia la mitad del discurso, hace la declaración fundamental:«Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos» (I, XIIII, 168).
Marcela está íntimamente emparentada con don Quijote. No tiene nada que ver con sus semejantes. Su naturaleza no encaja en la organización social. Si quiere preservar su libertad, no tiene otra opción que la soledad. La idea de la que parte Marcela, la libertad como cualidad innata del ser humano, tiene mucho que ver con la decisión de don Quijote de vivir según las reglas de la andante caballería. Lo tajante de su declaración —«nací libre»— y la extraordinaria coherencia que existe entre su ideas y su forma de vida convierten a Marcela en una aliada implícita del caballero. Tanto ella como don Quijote se proponen vivir de acuerdo con sus propios códigos.
La defensa que Marcela hace de sí misma no admite réplica:«Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito» (I, XIIII, 169).
No ocupa mucho espacio en la novela, pero, cuando aparece, Marcela se convierte en el centro de toda atención. Cervantes le da la palabra y deja que regrese luego a su soledad. Esta es su voluntad y el narrador, al hacerla desaparecer ante los mismos ojos de don Quijote, la respeta, la respalda.
Y es que Marcela va algo más lejos que el caballero. Su apuesta es completamente solitaria. A Cervantes le atraen los seres marginales, las personas que no acaban de encajar en los moldes sociales. Para mayor singularidad, Marcela no desea poner fi n a su marginación, sino que la defi ende, la reivindica.
La condición femenina del personaje añade un matiz especial a la reivindicación. Si Marcela accede a las demandas de sus enamorados, incluso si acepta el servicio incondicional quedon Quijote le brinda, abdicaría de sí misma. La esencia deMarcela está en su soledad, en la autosufi ciencia. Los enamoradosy el caballero tienen más necesidades. En defi nitiva, padecendel mismo mal, de la misma carencia: la mujer amada.
Cervantes, con extraordinaria sutileza, sitúa a Marcela,una mujer, en un nivel que está por encima de los idealescaballerescos. Ella alcanza la plenitud a solas, no en funcióndel otro. No, sobre todo, en función del amor.
En acusado contraste con los ideales que inspiran a Marcela,la hija del ventero nos ofrece una buena dosis de realidad.
La línea que separa los sueños del caballero de la vidapicaresca que impera en caminos y ventas no es demasiadoclara. La hija del ventero, que está muy de acuerdo con suentorno, se encuentra en medio de esa frontera invisible. Supresencia en la novela —intermitente y anónima, pero claramentediscernible— viene a dar fe de la ambivalencia: notodo el mundo encaja a la perfección en la categoría de pícaro,malhechor o cobarde, ni mucho menos en la del soñador.
La realidad es sumamente compleja, un personaje puede serinocente en determinado momento y malintencionado enotro. Como sucede en la vida, hay personas que no se sientenempujadas a una defi nición constante ni a portarse con enteracoherencia.
La hija del ventero no surge ante nuestros ojos con elhalo que rodeaba a Marcela. La venta no es el espacio naturaly supuestamente ilimitado en el que Marcela se movía. Lajoven habita en estancias cerradas, que imaginamos oscurasy no demasiado limpias ni aireadas. El narrador la sitúa unpoco al lado de la acción, un poco al margen, y casi siempre,callada. Prefi ere observar que actuar. Cervantes nos invita afi jarnos en ella cuando algo vagamente, como al desgaire,informa que es de «muy buen parecer» (I, XVI, 182) y, a lolargo de los episodios de la venta, está sumamente atento24a las miradas y sonrisas que la joven intercambia con donQuijote quien, por su parte, habiendo transformado la ventaen castillo, no se dirige a ella como hija de los venteros, sinoque le da tratamiento de señora.
Los ratos de silencio y complicidad que tienen lugar entredon Quijote y la hija del ventero quedan registrados enpárrafos enigmáticos. A la puerta de la venta-castillo y trasagitadas aventuras nocturnas, se encuentran los venteros, loshuéspedes, los criados y Sancho, mirando todos al caballero<p>Nos dice el narrador: «Mirábale también la hija del ventero,y él también no quitaba los ojos della, y de vez en cuandoarrojaba un sospiro que parecía que le arrancaba de lo profundode sus entrañas, y todos pensaban que debía de ser deldolor que sentía en las costillas» (I, XVI, 198).
El tiempo se ha detenido para que podamos captar el brillode la mirada de la hija del ventero, escuchar los suspirosdel caballero y tomar buena nota de lo que nos dice el narrador,ese «todos pensaban» tan elocuente, al que sólo le faltaañadir: Y se equivocaban, porque los suspiros del caballerono eran de dolor, sino de amor.
En el transcurso de una noche aún más agitada que laanterior —la que corresponde a la aventura de los cueros devino—, cuando una lluvia de protestas y reproches cae sobreel caballero, nos encontramos con otra frase enigmática: «Lahija callaba y de vez en cuando se sonreía» (I, XXXV, 458). Eintuimos cierto entendimiento íntimo entre los dos, como sila joven supiera algo que los demás ignoran.
Al fi nal, la hija del ventero se decanta por el llamadomundo real y participa en la desagradable broma que Maritornesgasta a don Quijote. En este punto, la posible alianzase desvanece. Don Quijote acusa el golpe. Cuando la hija del25ventero acude a él en busca de socorro para su padre, que esatacado por unos huéspedes morosos, el caballero alega queha dado a la princesa Micomicona la palabra de no emprendernuevas aventuras hasta no concluir la suya<p>Pero en el momento de la despedida, don Quijote vuelveal tratamiento inicial. En perfecto lenguaje caballeresco, sedirige a las tres mujeres de la venta : «No lloréis, mis buenasseñoras, que todas estas desdichas son anexas a los queprofesan lo que yo profeso [...]». «Perdonadme, fermosasdamas, si algún desaguisado por descuido mío os he fecho[...]» . «No se me caerá de la memoria las mercedes que eneste castillo me habéis fecho» (I, XLVII, 592-593).
Estos son los recursos del héroe. Ha conseguido darle lavuelta a la cadena de burlas y encantamientos que se ha idoextendiendo durante su azarosa estancia en la venta y hacerencajar las piezas en los estrechos límites de su código de honor.
Aunque las apariencias no le acompañen —ha sido enjauladoen un carro de bueyes—, don Quijote aún tiene en susmanos el control de su vida. No ha renunciado a sus sueños.
Desde el mismo momento de su aparición, la hija delventero se presenta como un personaje a medio camino entrelos sueños de los caballeros andantes y la realidad de lospícaros. Su «buen parecer» y su carácter soñador la alejande Maritornes, cuya descripción entra de lleno en el planode lo grotesco, pero la burla se impone sobre el respeto ola simpatía iniciales, y es que la convivencia entre pícaros ysoñadores es prácticamente imposible.
No parece casual que Cervantes no de nombre a la joveny que incluso algunas veces la mencione como hija delventero y otras, más escasas, como hija de la ventera. La hasituado en un espacio intermedio. No es lo sufi cientemente26soñadora ni lo bastante pícara, se escapa a la defi nición,el autor no conoce, no recuerda o no quiere recordar sunombre.
Durante la animada estancia en la venta, don Quijote ySancho han mantenido un revelador diálogo sobre el aspectode Dulcinea que ha puesto en evidencia la imposible conciliaciónente el mundo caballeresco y el de los pícaros. Fueprecisamente cuando hicieron referencia a la dama cuandolas dos interpretaciones entraron en colisión. La descripciónde don Quijote responde a los cánones caballerescos, mientrasque la de Sancho es de una vulgaridad grotesca. Perolo cierto es que Dulcinea no existe, y cada uno se la puedeinventar a su modo. El confl icto no llega a la realidad.
En cambio, la hija del ventero, aunque carezca de nombre,sí existe, y el desenlace queda en manos de don Quijote,que decide devolver a la hija al universo de los ideales. Lasdamas de los caballeros andantes son personajes muy fácilesde manejar, todo es posible dentro del mundo de la fantasía,pero las mujeres de carne y hueso se resisten a ser interpretadasmediante esquemas previos.
Eso es lo que Cervantes le muestra al lector, que es testigode los hechos y no tiene otro remedio que aceptar laambigüedad. Nos encontramos en un territorio donde losideales caballerescos se han mezclado con el mundo de lospícaros. Es el territorio de la novela.
Dorotea es otro de los personajes de la primera parte enquien merece la pena detenerse un poco. Como sucede conla hija del ventero, Dorotea se sitúa en un punto intermedio,aunque, en su caso, en el extremo del mundo caballeresco, 27no se encuentra, el mundo de los pícaros, sino el de los pragmáticos.
En Dorotea se da la conciliación. Es amable y desenvuelta,lectora de libros de caballerías y una excelente narradoraoral, está dotada de extraordinarias belleza e inteligencia, luchapor reparar su honra y conseguir la correspondencia desu amado, sabe jugar cuando es preciso y se muestra siempredispuesta a echar una mano a quien necesite ayuda. Estajoven tan bien dotada tuvo la debilidad de enamorarse deun hombre de linaje social superior al suyo y, lo que es másgrave aún, sucumbió(4). Pero consigue el fi nal feliz por suspropios medios, sin la ayuda de nadie.
Saber expresarse es un asunto fundamental en la escala devalores cervantina. El que Dorotea sea dueña de este preciadodon parece una señal inequívoca de la simpatía que el autorsiente por ella. Todo lo que dice Dorotea lo dice muy bien, surelato, como ocurre con todo lo que alcanza la expresión másajustada y convincente, suena a verdad. El «Venciste, hermosaDorotea, venciste, porque no es posible tener ánimo paranegar tantas verdades juntas» (I, XXXVI, 470) con que don Fernandoreconoce su derrota recoge el aplauso general.
En la base de la desgracia de Dorotea está su condiciónfemenina, como sucedía con Marcela. Pero el caso de Dorotearesulta más conmovedor, porque siempre conmueve másquien sucumbe que quien rechaza.
Don Quijote, a pesar de la desconfi anza de Sancho, seconvierte en defensor de la dama y se pone a su servicio. Ellector sabe que Dorotea ya ha resuelto su agravio, ¿cuál seráentonces la función del caballero? Aquí entra la capacidadde la dama para el juego. Convertida en princesa Micomicona,Dorotea le proporciona a don Quijote la posibilidad28de comprometer su palabra y ayudarla a recuperar su reino.
La joven maneja perfectamente las reglas de la caballería andantey ayuda a salvaguardar la dignidad de don Quijote enunas circunstancias particularmente adversas. Pocos personajesdel Quijote reúnen tantas cualidades como ella y, comodama agraviada, Dorotea está bastante lejos de representar elpapel de mujer desvalida.
De manera que los tres personajes femeninos de más pesode la primera parte viven sus historias al margen de las del caballero.
Pero Cervantes las sitúa a su lado y don Quijote fi jalos ojos en cada una de ellas. Se pone o intenta ponerse a suservicio, se comporta como admirador y aun como enamorado,pero son ellas quienes, cada cual a su modo, proporcionanal caballero complicidad y apoyo, aunque, como en elcaso de la hija del ventero, se trate de un apoyo temporal.
La duquesa es el personaje femenino más relevante de lasegunda parte del Quijote. Como la mayoría de los personajesque desfi lan por sus páginas, la duquesa ha leído el librode las aventuras de don Quijote y Sancho y, al conocerlos enpersona, se entusiasma ante la posibilidad de participar en eljuego y maquina engaños y representaciones teatrales con elúnico fi n de pasárselo bien. La joven y guapa Altisidora, discípulaaventajada de la duquesa, impresiona a don Quijote,pero es una dama frívola, sin atisbos de sentimientos tiernos.
Toda la corte de los duques, dueñas y criados, se constituyeen consumada cuadrilla de actores y disfruta burlándose desus pintorescos huéspedes.
Solo hay un personaje que no participa en las bromas delos duques, doña Rodríguez. El único juego que ella entien29de es el del caballero. Doña Rodríguez acude a don Quijotecon un asunto de honor típico de la andante caballería (II,XLVIII, 1114). La credulidad de la dueña no deja de ser conmovedoray, en cierto modo, supone una pequeña tregua,una porción de fe, entre tanto engaño(5).
Ya fuera del castillo de los duques, tenemos ocasión de conocera dos mujeres, Claudia Jerónima y Ana Félix que nosrecuerdan un poco a Dorotea. Son, las dos, mujeres decididas yenamoradas, que luchan por conseguir sus propósitos al margende convenciones y prejuicios sociales. No entablan una relaciónpersonal con don Quijote, pero pertenecen a la categoría depersonas que suscitan el interés de Cervantes y que en el fondotienen con don Quijote una relación de parentesco. Su presenciaen la novela supone una clase de compañía, de alianza, parael héroe, y nos vuelve a decir que para Cervantes los principalesméritos de una persona residen en la independencia, las conviccionesy los principios personales, en unas reglas internas queno siempre casan con las categorías sociales establecidas<p>Y éste es también uno de los legados de Cervantes en losque busco cobijo.
Don Quijote cuenta con otra clase muy valiosa de apoyo,el que brinda la amistad. La senda de la amistad suele ser másancha que la del amor y sus manifestaciones resultan menosdramáticas. Próxima a la amistad, la simpatía puede asimismoproporcionar al héroe ayudas esporádicas.
Tal es el caso de la oportuna intervención, al término dela primera salida de don Quijote, de Pedro Alonso, quien,al ver al hidalgo tan maltrecho —ha sido apaleado por losmercaderes toledanos—, se compadece de su mal estado y30resuelve llevarle de vuelta a la aldea, pero decide esperar a lanoche, con el objeto de que «no viesen al molido hidalgo tanmal caballero» (I, V, 80). A pesar de la brevedad del episodio,la intervención de Pedro Alonso resulta fundamental. Graciasa él, el honor del caballero queda a salvo. Pedro Alonsosabe seguirle el juego a don Quijote —el compasivo vecinoes lector de libros de caballerías y conoce bien el lenguajecaballeresco— y el hidalgo regresa a su casa en compañía ysin humillación.
Los cabreros y caminantes a quienes don Quijote y Sanchose unen justo antes de la aparición de Marcela acogenmuy bien al caballero. Tanto es así que, cuando donQuijote se despide de ellos, los caminantes «le rogaron seviniese con ellos a Sevilla, por ser lugar tan acomodado ahallar aventuras» (I, XIIII, 171)(6). Don Quijote se sientea sus anchas en el entorno pastoril y es aquí cuando pronunciael famoso discurso de la edad dorada, que tantasclaves encierra sobre los ideales de don Quijote y las ideasde Cervantes(8).
Poco después, el caballero encuentra en Cardenio a unsemejante. Cuando don Quijote lo ve por vez primera, despuésde haber tenido noticias de su historia, se le queda mirandofi jamente y le da luego un fortísimo abrazo (I, XXIII,285).
La confusión que Cardenio siente respecto a su estadomental lo emparenta de forma inequívoca con nuestro caballero.
«Yo he sentido en mí después —declara— que no todaslas veces lo tengo cabal —el juicio—, sino tan desmedrado yfl aco, que hago mil locuras, rasgándome los vestidos, dandovoces por estas soledades, maldiciendo mi ventura y repitiendoen vano el nombre amado de mi enemiga» (I, XXVII, 344).
3ILas palabras de Cardenio podrían servir para describir losdías de penitencia de don Quijote en Sierra Morena.
Y es que la locura o un comportamiento extravagante noson rasgos privativos de don Quijote. Al igual que Marcela,Cardenio proporciona compañía y apoyo moral al héroe.
El canónigo de Toledo, ya al fi nal de la primera parte,se interesa por la triste situación en que va el caballero, caminode su aldea, y entabla con él una tranquila y amistosaconversación que, desde luego, contrasta con la lamentablecircunstancia —el enjaulamiento en el carro de bueyes— queel cura y el barbero han ideado para conseguir su regreso.
Don Quijote tiene, al menos y por un rato, antes de regresara su aldea, la oportunidad de hablar con alguien que le tratacon consideración<p>Es en la segunda parte cuando don Quijote hace amigosde verdad. Naturalmente, siempre tiene a Sancho a su lado,pero Sancho se sitúa, desde el principio, en el núcleo mismode la acción y las relaciones entre caballero y escudero registranlos confl ictos esenciales del héroe. Sancho no es, desdeluego, un secundario.
El Caballero del Verde Gabán, modelo de hidalgo castellano,es un excelente interlocutor para nuestro héroe. Susvirtudes son tantas que Sancho, creyéndole santo, se echa asus pies (II, XVI, 823). Este varón prudente y discreto vivealejado de los ruidos del mundo, se ha construido un paraísoterrenal donde reinan el sosiego y la mesura. Desdeeste lugar casi idílico —sin intrigas palaciegas, sin espíritude superioridad ni ánimo de burla—, don Diego admira elbuen juicio que tiene don Quijote cuando trata de asuntos32de importancia y nada sencillos, como es el caso de la educaciónde los hijos.
El poeta don Lorenzo, hijo de don Diego, aún resultamejor interlocutor que el padre. Al ser poeta, don Lorenzopertenece a la estirpe de los marginados, si bien, como donQuijote ilustra con detalle, ya que el asunto le interesa, haypoetas que triunfan y medran socialmente, y, con manifi estaironía, aconseja a don Lorenzo que, si desea el éxito, siga elfácil camino de la retórica. Caballero y poeta pasan tan buenosratos de charla que a don Quijote le cuesta despedirsede él. «Sabe Dios si quisiera llevar conmigo al señor donLorenzo» (II, XIX, 852), declara.
Quien está indiscutiblemente al margen del orden sociales Roque Guinart, el bandolero de buen corazón, con quienel caballero hace muy buenas migas. Pasa unos días en su campamentoy mantiene con él largas conversaciones. En la despedida,don Quijote intenta convencerle de que abandone suvida de bandolero y abrace la causa de la caballería andante.
No parece una casualidad que en esta segunda parte,cuando tantos personajes toman la batuta para erigirse endirectores del juego y transformarlo en burla, a don Quijotese le pase por la cabeza la idea de que el poeta don Lorenzo,primero, y el bandolero Roque Guinart, algo después, conquienes ha pasado buenos ratos de amistad, le acompañenen sus aventuras.
Otro episodio de la segunda parte, las bodas de Camacho,le brinda a don Quijote la ocasión de defender con éxitolos principios de la andante caballería y, en consecuencia,hace amigos y consigue aliados. Esta vez el triunfo le pertenece enteramente a don Quijote. El arranque y la fuerza delcaballero al proclamar los derechos del amor es imparable ysu apoyo a Basilio resulta determinante.
La de Basilio es otra de esas historias que, como la dedoña Rodríguez, está hecha a la medida de don Quijote.
Basilio es un hombre enamorado y lleno de virtudes, peropobre. La treta que urde para conseguir la mano de la hermosaQuiteria —representar un falso suicidio, resucitar ypedir con voz doliente y desmayada la mano de su amada,como condición para que sus días fi nalicen en el ámbito dela religión— escandaliza a la concurrencia, pero responde alos valores caballerescos.
La intervención de don Quijote es clave: «En altas vocesdijo que Basilio pedía una cosa muy justa y puesta en razón»(II, XXI, 877). Una vez concluida la fugaz ceremonia, el moribundose pone en pie, completamente curado de su herida<p>Los asistentes creen que ha sido un milagro, pero Basilioconfi esa que todo ha sido una treta, lo que provoca una oleadade indignación. El cura y el novio ofi cial, Camacho, se tienenpor «burlados y escarnecidos». Muchas son las espadasque arremeten contra el burlador, pero don Quijote vuelvea intervenir de forma decisiva: «Teneos, señores, teneos, queno es razón toméis venganza de los agravios que el amoros hace, y advertid que el amor y la guerra son una mismacosa». Asume luego el papel de juez. «Quiteria era de Basilio,y Basilio de Quiteria, por justa y favorable disposición delos cielos». Y, para concluir, reta: «A los dos que Dios juntano podrá separar el hombre, y el que lo intentare, primero hade pasar por la punta desta lanza» (II, XXII, 880-881).
El caballero ha actuado a favor del amor en sí, que estápor encima de las personas que aman. Ha defendido, como34es propio de él, una idea. La cuadrilla de Basilio, en conclusión,le tiene «por hombre de valor y pelo en pecho» (II,XXII, 882).
Don Quijote ha jugado un papel fundamental sin dejarde ser él. Ha dirimido un asunto de la realidad, y se ha puestode parte de quien ha forzado la realidad, de quien ha hechouna representación, un fi ngimiento. Porque el objetivo,el amor, lo justifi ca todo<p>En la aventura de la cueva de Montesinos —una de lasocasiones en las que más se pone a prueba la relación entredon Quijote y Sancho(9)—, el caballero cuenta con un interlocutoratento. El guía que le conduce a la cueva se dedicaa componer libros y está muy interesado en la experienciade caballero con el fi n de ponerla luego en ellos: «Suplicoa vuestra merced, señor don Quijote —le pide—, que mirebien y especule con cien ojos lo que hay allá dentro: quizáhaya cosas que yo ponga en el libro de mis Transformaciones» (XI, XXII, 889). Y, cuando don Quijote hace la crónicade sus visiones en el fondo de la cueva, comenta: «Le escuchocon el mayor gusto del mundo» (II, XXIII, 895).
La incredulidad de Sancho hace aún más importante lapresencia del guía. «¿Habría de mentir el señor don Quijoteque, aunque quisiera, no ha tenido lugar para componer eimaginar tanto millón de mentiras?» (XI, XXIII, 901), le preguntaa Sancho. Y, cuando se despide de don Quijote, declara:«Yo, señor don Quijote, doy por bien empleadísima lajornada que con vuestra merced he hecho» (XI, XXIV, 905).
Luego enumera los bienes recibidos. El primero: «Haber conocidoa vuestra merced, que lo tengo a gran felicidad».
35Así desaparece de nuestra vista y deja intacto el recuerdode su oportuno testimonio.
La aventura pacífi ca de las imágenes de los Santos Caballeros,la primera aventura que tiene lugar una vez fuera delclaustrofóbico castillo de los duques (no parece casual quehaya sido precisamente entonces cuando el caballero hayapronunciado su famosa loa a la libertad), representa una treguaen la tensa relación de don Quijote con la realidad. Elrato que todos pasan en agradable conversación resulta tanapacible que hace exclamar a Sancho: «Si esto que nos hasucedido hoy se puede llamar aventura, ella ha sido de lasmás suaves y dulces que en todo el discurso de nuestra peregrinaciónnos ha sucedido» (XI, IVII, 1199).
La tregua se prolonga un poco en el episodio de la Arcadiafi ngida, cuando los jóvenes disfrazados de zagalas ypastores invitan a caballero y escudero a pasar un rato conellos.
*De manera que don Quijote, a pesar de las adversidades,hace amigos y da y consigue apoyos. No todo son obstáculos.
Como en aquellos cuentos que me leyeron y leídurante mi infancia, el héroe encuentra aliados y prosiguesu camino. Tropieza y se levanta, reconstruye su sueño unay otra vez, no desespera. A pesar de su famosa declaracióntras la desdichada aventura del barco encantado, «Yo nopuedo más» (XI, XXIX, 954), don Quijote siempre puededar unos pasos más.
Al fi nal, cuando la sombra del Quijote apócrifo le resultacada vez más molesta a Cervantes, el caballero entabla con36versaciones destinadas a convencer a sus interlocutores deque los personajes a cuyas aventuras estamos asistiendo sonlos verdaderos don Quijote y Sancho y no ésos que andanpor las páginas de otro libro cuyo autor ni siquiera mereceser mencionado(10).
Después de la muerte de don Quijote, aparece de formamomentánea un secundario que debe destacarse: el escribanoque, a petición del cura, da testimonio de la muerte delhéroe. Es Cervantes quien pone en boca del cura la petición.
Que quede claro para todos que la historia ha terminado.
Don Quijote muere y nadie va a resucitarlo. No va a habermás salidas, ni verdaderas ni falsas.
Y es que la fábula, el cuento, ha terminado. Así es comoterminan los cuentos, con un fi nal concluyente. No todos loscuentos alcanzan un fi nal feliz, aunque esos eran mis preferidosy a mí, en mis primeros encuentros con la obra de Cervantes,me habría gustado poder transformar en victorias lasderrotas del desdichado héroe, acudir en su ayuda cuandoera derribado de su precaria cabalgadura o caía sobre él unalluvia de golpes, e incluso sacarle de su error cuando llamabagigantes a molinos, segura del desastre que se avecinaba.
Pero no se trataba de eso. Cervantes deja que el héroeacepte su derrota, se retire y muera. Acepta ese fi nal, e inmediatamentedespués, reivindica su obra, la inmortalidad delpersonaje<p>Es el propio don Quijote quien deja caer el telón al declarar:«Yo fui loco y ahora soy cuerdo» (XI, IXXIIII, 1333).
Se acabó la función. Ya no pide complicidad ni exige que susfantasías sean aceptadas como verdades indiscutibles. Está37en otro lugar. Desde allí se despide de su vida anterior, y sedespide de la vida entera.
El narrador toma la palabra para poner el punto fi nal ala historia. «Entre compasiones y lágrimas de los que allí sehallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió» (XI,IXXIIII, 1335). Y Cide Hamete dice a su pluma: «Aquí quedaráscolgada [...] Para mí sola nació don Quijote, y yo para él,él supo obrar y yo escribir, solos los dos somos para en uno,a despecho y pesar del escritor fi ngido y tordesillesco que seatrevió o se ha de atrever a escribir con pluma de avestruzgrosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero,porque no es carga de sus hombros, ni asunto de su resfriadoingenio; a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, quedeje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesosde don Quijote [...]» (XI, IXXIIII, 1337).
Y fin.
Cervantes ha mantenido con el héroe un constante diálogoíntimo, conoce sus sueños y deseos más profundos ysabe muy bien lo que le puede pedir. Ha estado atento a lasvariaciones de su ánimo y, en los momentos más críticos, haacudido en su ayuda. Como en los cuentos. El contador decuentos suele dirigirse al lector para ofrecerle una conclusión,y eso es lo que hace Cervantes. Al fi nal, pide, exige,reconocimiento y respeto.
Era que algo que ha estado presente en cada una de laspáginas del libro y que, en el curso de la segunda parte seha hecho más patente. «En esta segunda parte —nos diceel autor— no quiso injerir novelas sueltas y pegadizas, sinoalgunos episodios que lo pareciesen, nacidos de los mesmos sucesos que la verdad ofrece, y aun estos limitadamente ycon solas las palabras que basten para declararlos; y pues secontiene y cierra en los estrechos límites de la narración, teniendohabilidad, sufi ciencia y entendimiento para tratar deluniverso todo, pide que no se desprecie su trabajo, y se leden alabanzas, no por lo que escribe, sino por lo que ha dejadode escribir» (XI, XLIIII, 1070).
¡Cuántas veces se han citado desde entonces estas palabrasde Cervantes! Dan inicio a una mentalidad nueva,unida al concepto de autoría. Y en esto sí es el Quijote radicalmentedistinto de los cuentos tradicionales, donde la vozdel narrador era más impersonal que personal. Era una vozcolectiva.
El Quijote nos muestra el mundo del yo, de la voluntadpersonal, de los sueños personales. No es un cuento. Es elcuento, la novela de Cervantes. Nos ponemos a hablar dedon Quijote, de Sancho, de Dulcinea, de Marcela, de Dorotea,del Caballero del Verde Gabán, del bandolero RoqueGuinart, y acabamos hablando de Cervantes y de su empeñopor conseguir la inmortalidad.
Un tratado sobre la literatura que es, al mismo tiempo,un tratado sobre la vida. Esta es la obra de Cervantes. La literaturacomo metáfora de la vida. La locura como metáforade la literatura.
Y ya termino.
Una vez más, tengo la impresión de que todo lo que noha sido dicho es lo importante de verdad. Por eso probablementeCervantes nos ofrece un tratado de literatura comonovela, porque, al fi n, los asuntos profundos de la vida no pueden nombrarse y todos nos entendemos mejor si hablamosde otra cosa. Sí, de literatura. Algo destinado a entretenero a poner en «el aborrecimiento de los hombres lasfi ngidas y disparatadas historias de los libros de caballerías»(XI, IXXIIII, 1337), pero por encima de todo, algo que se vivecon la pasión de una oportunidad única y que se convierteen un asunto de vida o muerte.
Los humanos hablamos y hablamos y escribimos y escribimos,como si nos creyéramos capaces de dominar las lágrimas,los desgarros y las decepciones, y de distanciarnos delos salvajes accesos de alegría y regocijo. En el fondo de tantapalabra, de tanta narración, de tanto contar y tanto escuchar,late siempre la esperanza de que en algún momento sobrevengael milagro del mutuo entendimiento y se vislumbre laluz de una verdad<p>Quiero agradecerles la atención que me han prestado y,de forma muy especial, a las señoras y señores académicos. Elhonor que me han hecho difícilmente encuentra su expresiónen las palabras. Les ofrezco, para lo que les pueda servir, loúnico que puedo ofrecerles: mi pasión por la literatura y porel maravilloso instrumento que la hace posible, la lengua.
Muchas gracias.
INOTAS1. Discurso de contestación de Julián Marías al discursode ingreso de Antonio Colino. RAE, 1972.
2. La edición del Quijote que se ha utilizado ha sido ladel Instituto Cervantes (Círculo de Lectores, 2004, dirigidapor Francisco Rico), y a ella corresponde la numeración.
3. La no existencia de Dulcinea está en la base del libroy representa el confl icto esencial entre don Quijote y la realidad.
La dama es clave para el caballero, como lo declarasiempre que tiene ocasión. Para no tener que reconocer suno existencia, o su invención, don Quijote recurre a los encantamientos.
A partir de aquí, todos le imitan y el encantamientode Dulcinea se constituye en uno de los ejes dellibro.
Para el caballero, el mayor oprobio del Quijote apócrifo,ya en la Segunda Parte, es precisamente la ausencia de ladama. En conversación con la duquesa, declara: «Quitarlea un caballero andante su dama es quitarle los ojos con quemira, y el sol con que se alumbra, y el sustento que lo mantiene.
Otras muchas veces lo he dicho y ahora lo vuelvo adecir: que el caballero andante sin dama es como el árbolsin hojas, el edifi cio sin cimiento, y la sombra sin cuerpoque lo cause» (XI, XXXII, 978). Cuando la duquesa le replica—porque ha leído con atención el libro— que Dulcinea es«dama fantástica, que vuestra merced la engendró y parióen su entendimiento, y la pintó con todas aquellas gracias yperfecciones que quiso», don Quijote pone el dedo en la llaga:«En esto hay mucho que decir. Dios sabe si hay Dulcinea42o no en el mundo, o si es fantástica o no fantástica, y éstasno son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta elcabo» (XI, XXXII, 980).
Ciertamente, Cervantes nunca sitúa a Dulcinea antenuestros ojos. A través de Sancho, sabemos que ni él ni suseñor la han visto en su vida: «No sabía la casa de Dulcinea,ni en su vida la había visto, como no la había visto su señor»(XI, VIII, 757). La opción de Sancho es inventársela, pero nocomo dama, sino como labradora, y recurre al encantamientopara dar una explicación a don Quijote. Las tres labradorasque, al inicio de la Segunda Parte, juegan, sin saberlo, el papelde Dulcinea y sus amigas (XI, X, 767), están suplantandoal personaje creado por don Quijote. En la visión de la cuevade Montesinos, vuelve a aparecer esta Dulcinea encantada,convertida en labradora, cuyo desencantamiento será materiade muchas discusiones entre don Quijote y Sancho. DonQuijote, al fi n, consigue imponer su idea. Dulcinea existe,aunque esté encantada.
4. El relato de Dorotea sobre la pérdida de su honra esuna de las piezas literarias del arte de la elipsis. « ... Y conesto, y con volverse a salir del aposento mi doncella, yo dejéde serlo ...» (I, XXVIII, 358).
5. La demanda de doña Rodríguez da pie a una de lasescenas de mayor comicidad del Quijote y nos demuestraque el caballero no es en absoluto inmune a las llamadas deEros. En la oscuridad de la alcoba, don Quijote se dirige así ala misteriosa visitante nocturna: «¿Por ventura viene vuestramerced a hacer alguna tercería? Porque le hago saber queno soy de provecho para nadie» (11, XLVIII, 1109), y defi en43de acérrimamente su honestidad de posibles amenazas: «Niyo soy de mármol, ni vos de bronce, ni ahora son las diezdel día, sino media noche, y aun un poco más» (XI, XLVIII,1111).
6. Con Vivaldo, en concreto, habla don Quijote congran placer sobre los libros de caballerías y, aunque Vivaldotiene sus puntos de ironía, siempre trata a don Quijote comoa caballero.
7. Es en ese ambiente de camaradería cuando el cabreroPedro relata la historia de Grisóstomo y Marcela con tanbuen tino que obtiene la aprobación del caballero: «El cuentoes muy bueno y vos, buen Pedro, le contáis con muchagracia» (I, XII, 144), e incluso declara al fi nal: «Agradézcoosel gusto que me habéis dado con la narración de tan sabrosocuento» (I, XII, 147).
8. El empeño de Cervantes por dejar clara la cuestiónde su autoría se manifi esta en innumerables detalles. SansónCarrasco es quien establece el vínculo entre la primera y lasegunda parte. La atenta lectura que el bachiller ha hechode la novela le viene muy bien a Cervantes y, a través de donQuijote y de Sancho, aclara o explica algunos episodios confusosde la primera parte.
La aparición de Ginés de Pasamonte, convertido enMaese Pedro, es también una prueba de la autenticidad delos personajes. Ginés, al reconocer a don Quijote y Sancho,garantiza que esta segunda parte que estamos leyendo escontinuación de la primera. Aunque Ginés no es especialmenteamistoso con el caballero tampoco es abiertamente44hostil—, sí constituye un importante apoyo para los interesesde Cervantes.
Pero ni Sansón Carrasco ni Ginés de Pasamonte consideranal caballero de igual a igual, cosa que sí parecen hacerotros personajes: don Juan, don Jerónimo y don AlvaroTarfe.
La presencia de don Juan y don Jerónimo —lectoresdel otro Quijote— (XI, LIX, 1214) y del personaje literariodon Alvaro Tarfe (II, IXXII, 1317), que pertenece al librode Avellanada, le brindan a don Quijote la oportunidad dedemostrar, de forma razonada y pacífi ca, su verdad. Son episodioscaracterizados por la mesura, la cordura, la corrección.
Abundan en la capacidad de raciocinio y de diálogo delcaballero.
Pero la función de estos personajes va más allá. No estanto don Quijote quien los necesita —si bien le producegran satisfacción dejarlos convencidos de su verdad— comoel mismo Cervantes, que quiere dejar muy clara su autoría.
Esta es ahora su obsesión. Así que a la satisfacción que losratos de charla con don Jerónimo, don Juan y don AlvaroTarfe procuran a don Quijote hay que sumarle la satisfacciónprobablemente, mayor— que proporcionan a Cervantes