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Viaje a la espalda del cine

«Uncle Bookmee recuerda sus vidas pasadas», ganadora de la última Palma de Oro en el Festival de Cannes

Día 26/11/2010 - 10.05h
Esta película ganó la Palma de Oro en el último Festival de Cannes, lo cual la pone en el punto de mira del espectador aunque ello no la convierta en más fácil de ver. Su director, el tailandés Apichatpong Weerasethakul, es un cineasta de gran personalidad y con una idea firme e inapelable de su medio de expresión y del tipo de película que quiere hacer, que busca al gran público con el mismo interés que una gacela a un tigre hambriento. Sí, lo dice y lo cumple: el público no es su objetivo, aunque también es cierto que esta última película suya, “Tío Boonmee, que puede recordar sus vidas pasadas”, se deja acariciar con algo más de docilidad por los ojos del espectador que las anteriores, como “Tropical malady” o “syndromes and a century”, a las que algunos consideran obras maestras y otros, cuencos vacíos aburridos y pretenciosos.
“Tío Boonmee...” es lo que se podría llamar una película exigente con aquel que paga por verla; no se abre con facilidad y hay que tener paciencia, ganas y buen ojo para entrar en ese particular universo de Weerasethakul. Ese universo es la selva y los raigones de su cultura, con unos personajes levísimos, ingenuos, que tejen hilillos de conversaciones entre sí a propósito de la enfermedad, del viaje hacia la muerte, de sus familiares muertos, los cuales pueden aparecerse en las formas más peregrinas o insólitas, desde un hombre mono de ojos luminosos, a cualquier animal o vegetal de la selva, pues tienen una idea circular de la vida y la muerte.
No tiene prisas el director tailandés en narrar ni en contar historias y usa el espacio y el tiempo para crear sentimientos en el espectador que podrían situarse en un lugar entre el corazón y la cabeza; es decir, sentimientos que no se sienten ni se piensan realmente, sino una mezcla de ambas cosas. Es relativamente fácil conectar con el personaje de Tío Boonmee porque es y está delicado, va a morir y ello le preocupa tanto como la física nuclear, y es fácil conectar también con su apacible mundo de hamaca, selva y recuerdos... La película se esponja a los ojos (perplejos) del espectador mediante tres escenas: la de la aparición de los fantasmas de su mujer e hijo, tratadas con la misma asiduidad que la hora del té en Buckingham Palace; la del viaje hacia la muerte, tan poético y preciso que es imposible no sentirlo como viaje hacia la vida (la cueva como el útero materno), y la del cuento de la princesa y el pez, un pellizco casi daliniano o dadaísta en un entorno imposible.
En fin, película indefinible con algo de hipnótica y evocadora, en la que el verbo comprender se pliega ante el mucho más interesante de buscar. Ella busca a su espectador y su espectador ha de buscarla a ella.
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