No fue el mal tiempo —como muchos viajeros temían al principio— lo que ayer cerró el cielo de Barajas. «Estamos hablando de un sabotaje, de lo que decida hacer esta gente», explica un trabajador de Iberia a los pasajeros que, agolpados en la T4 de Barajas, preguntan cuándo sale su vuelo. Se refiere a los controladores aéreos. «¿Quiénes son?», pregunta inocentemente una niña. El empleado responde: «Los que controlan los aterrizajes y despegues».
Y por eso ayer, desde de las cinco de la tarde, ningún avión ni aterrizó ni despegó en las pistas madrileñas. «Mi opinión sobre ellos se ha reforzado, y estoy convencida de que hay forma legal de echarlos a todos a la calle», espeta Elsa Rodríguez, una joven que pretendía viajar con su pareja a Amsterdam y que se enteró bien pronto de lo que estaba sucediendo porque una azafata, extraoficialmente, le comentó que «algo raro» pasaba en la torre de control.
«Un chantaje», así lo resumía, indignado, Agustín Sánchez, miembro del Coro de Cámara Mansil Nahar de Manzanares (Ciudad Real). El grupo musical, cuenta, ahorró durante tres años el dinero suficiente para viajar a Londres y dar un concierto. Seguramente se quedará en tierra. «La mayoría de los españoles hemos ahorrado un poco para poder disfrutar de estos tres días de asueto y ahora nos encontramos con esto», se queja el músico.
Resignación. Es la sensación mayoritaria entre los cientos de personas que buscan información en los pasillos de la T4. No hay bronca: solo caras largas. Y alguna que otra lágrima. «Malestar, indignación», describe una madre que, junto a sus tres hijos, iniciaba un viaje a Berlín para visitar a «papá», que trabaja en Alemania.
«Es una huelga salvaje sin aviso previo. Si al menos hubiésemos tenido noticias de esto, nos hubiésemos planteado ir en tren o de otra forma», explica Carmen Sánchez, que esperaba volar a Tenerife. «A traición y con premeditación», señala otro viajero. La mayoría de los preguntados consultaron el estado de sus vuelos a primera hora de la mañana de ayer, por temor a que la nieve les dejase en casa. Barajas operaba sin problema. «Esta mañana escuché al portavoz de los controladores en la radio y dijo que no pasaba nada», recuerda Carlos, que viaja con su mujer y su hijo.
«No va a volar nadie»
«Por el abandono masivo de sus puestos de trabajo por parte de los controladores, nos hemos visto obligados a cerrar el espacio aéreo», informó AENA, cuando ya en la terminal se conocía el desaguisado. Algunos lo habían escuchado por su transistor y el runrún había llegado a todos. Y Aeropuertos Españoles, de nuevo por los altavoces, recomendaba a los viajeros ponerse en contacto con sus aerolíneas. «Para que les faciliten información», decía una voz.
AENA y las compañías no se ponían de acuerdo. Mandaban a los pasajeros de un mostrador a otro, de una larga fila a otra inmensa. Solo hacia las siete y media de la tarde, varios trabajadores empezaban a recomendar a los que preguntaban: «Si son de Madrid, váyanse a sus casas. Hoy no va a volar nadie más». «¿Pero mañana por la mañana saldrán vuelos?», preguntaban casi todos medio confusos. Y ningún empleado se mojaba en la respuesta.
Algunas compañías aéreas facilitaban a sus clientes un número de teléfono para cambiar sus vuelos. A los que querían reclamar las noches de hotel o paquetes turísticos perdidos los remitían al mostrador de reclamaciones de AENA. Para los viajeros con destino Oviedo y Alicante, facilitaron un autobús. A los que hacían escala les pagaron la noche de hotel. Otros pasajeros buscaban una alternativa para llegar en el día a su destino. Paola Romero, una joven estudiante gaditana que regresaba a casa, llamaba a Renfe para reservar plaza en el tren de la noche. «Es que no me han dado otra solución», lamenta.
Todos se marchaban a disfrutar del puente. Ayer no volaron. Pero por la megafonía, con sorna casi machacona, seguía sonando: «Estén atentos a los mostradores. Por la megafonía de este aeropuerto no se realizan llamadas de embarque».







