Los pasajeros hacinados en los aeropuertos españoles desde la tarde del viernes rompieron a aplaudir ayer hacia las tres de la tarde. Las escenas de júbilo se repitieron de El Prat a Barajas y de Lavacolla a Son San Joan. Las megafonías acababan de anunciar que AENA procedía a reabrir el espacio aéreo, cerca de 24 horas cerrado a cal y canto. Casi un día de «chantaje» total por parte de los controladores. Ni los amagos de estos de volver a operar en las torres de control ni la presencia militar evitaron que la mañana de ayer fuese de caos en todas las terminales del país, en contra de las esperanzas de los pasajeros.
El balance del desaguisado dado el viernes por Moncloa produjo escalofríos: 1.200 vuelos cancelados y más de 330.000 viajeros en tierra. Pero la intervención del Gobierno dejaba entreabierta la puerta a la tregua. Hacia la medianoche, los militares empezaban a llegar a las torres de control para asumir el mando de la navegación aérea y, paralelamente, las ilusiones de volar de los turistas iban en aumento. Incluso Iberia, aunque con suma cautela, anunciaba que el espacio aéreo podría volver a la normalidad entre las ocho y las once de la mañana de ayer.
Nada de eso ocurrió. Los viajeros que llegaban a esas horas a los aeropuertos se encontraban con la misma situación que el día anterior: los mostradores de facturación cerrados, los aviones parados y los puntos de información y reclamación desbordados. Y si el mensaje del viernes era «váyanse a sus casas», el de ayer era «no acudan a los aeropuertos». Las compañías aéreas ya habían cancelados todos sus vuelos hasta, al menos, hoy por la mañana. La inoperancia de los controladores en sus torres daba al traste con el estoico optimismo de los pasajeros.
Así, las escenas en los aeródromos eran las mismas que en la jornada anterior. Resignados, los turistas se armaban de paciencia para intentar cambiar sus billetes para otro vuelo, llamaban a estaciones de ferrocarril en busca de una alternativa —Renfe amplió ayer su número de trenes en circulación ofreciendo 9.460 plazas adicionales— o, derrotados, regresaban a sus hogares. Armados de paciencia, los trabajadores del aeropuerto y de las aerolíneas atendían, en la medida de lo posible, las necesidades de los miles de pasajeros «secuestrados» en las terminales. Fuera de las instalaciones aeroportuarias, los taxistas, que iban y venían, hacían su agosto.
Llegaron los controladores
Pero el foco de atención seguían siendo los controladores, de los que poco o nada se sabía. Que la situación volviese a la normalidad solo dependía de ellos. Durante la madrugada del viernes al sábado, algunos empezaron a regresar a sus puestos de trabajo en ademán de volver a la normalidad. Se vio algo de movimiento en las torres de Canarias, Palma de Mallorca, Barcelona y otros aeropuertos. Fue solo eso: una intentona. O ni siquiera. Según se acercaba la mañana, de nuevo, abandonaban. O se negaban a realizar su trabajo, a pesar de estar bajo observación de los militares. Dijeron que por «presiones» de sus compañeros, del colectivo.
El desplante tuvo una respuesta inmediata: el Ejecutivo socialista decretó, hacia las 13.30 horas de ayer, y por primera vez en la democracia, el estado de alarma. El vicepresidente primero y ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, lanzó, al mismo tiempo que anunciaba esa excepcional medida, una clara advertencia: aquellos controladores que no ocupen sus puestos y no ejerzan sus funciones incurren en un delito de desobediencia tipificado en el Código Penal Militar. En otras palabras: podéis acabar entre rejas, les dijo. Y los controladores, poco a poco, fueron ocupando sus sillas.
«Le han visto las orejas al lobo», se comentaba en cada rincón. Como fuere, hacia las 15.20 horas, los relevos del turno de tarde en todos los centros de control se producía ya con absoluta normalidad. Según Fomento, 283 empleados, 13 menos de los esperados, habían vuelto ya, a las siete para regular el tráfico aéreo (ver gráfico).
AENA procedió entonces a reabrir el cielo. Los aeropuertos comenzaban la ardua labor de reprogramar los miles de vuelos cancelados en las horas previas. Y las aerolíneas empezaban a dar salida, con cuentagotas, a sus aviones y a sus pasajeros, parados todos desde la tarde del viernes. El ministro del ramo, José Blanco, dijo entonces confiar en que la situación se podría normalizar en uno o dos días. El daño ya estaba hecho: al menos 2.435 vuelos cancelados durante toda la «huelga salvaje». Lo peor de todo: 600.000 personas sin vacaciones por el «plantón» de los controladores.







