Cataluña

sol921

Cataluña / punto de fuga

Cabeza de ratón

Día 12/12/2010 - 21.24h
Pregonaba Marx, y pregonaba bien, que «la ideología dominante es la ideología de la clase dominante». Al respecto, la de los que controlan casi todos los recovecos de nuestro sistema educativo responde por «renovación pedagógica». En puridad, la tal renovación consiste en que la escuela no devenga una institución al servicio de las necesidades de la sociedad sino, por el contrario, en que sea la sociedad quien se pliegue de grado a satisfacer los deseos y fantasías más o menos quiméricas de la escuela. Como esa vieja querencia tan suya, la de redistribuir el talento del mismo modo que se redistribuye la pobreza en los regímenes colectivistas. Conseguir la efectiva igualación intelectual de todos los individuos, he ahí la utopía inconfesada de los cráneos privilegiados que inspiraron la LOGSE. Ésos que ya deben estar celebrando la nueva de que apenas un mísero cinco por ciento de los estudiantes catalanes acredite un grado excelente.
Así las cosas, y porque el hombre es criatura de costumbres, hay un clásico de la desidia que se repite sin falta llegadas estas fechas, esto es, coincidiendo con el correspondiente avance de los resultados del Informe PISA. Invariable, trátase de una muy añeja liturgia siempre igual a sí misma. Al punto de que aparecer reflejada en ese espejo la pobre medianía de nuestra red de instrucción pública y dar comienzo el psicodrama, todo es uno. Y es que llegado ese instante procesal, derecha e izquierda echan mano del Diccionario de lugares comunes de Flaubert.
De tal guisa, el correspondiente Bouvard progresista anuncia entonces que ellos, compungidos por «gap» tecnológico que padecen nuestros centros docentes, proyectan un «enorme esfuerzo» a fin de multiplicar los «recursos pedagógicos», prestando prioritaria atención a dotar de todo tipo de juguetes informáticos y chuches electrónicos de última generación a los escolares. Cantinela a la que el anodino Pécuchet conservador replicará con otra soflama no menos previsible, abundando en la perentoria urgencia de introducir más disciplina en las aulas. Y hasta el siguiente informe, cuando, desganados, habrán de volver a escenificar idéntica función.
Al tiempo, en fin, pedagogos, tertulianos y demás arbitristas de ocasión darán en buscar, al igual que cada año, la piedra filosofal que se esconde los pupitres orientales. Eso sí, sin jamás reparar en que un adolescente coreano carga con cinco veces más tareas escolares por semana que uno de los nuestros, dispone de sesenta días más de clase por curso y ha de superar exámenes —de los de verdad— casi desde el jardín de infancia. Al cabo, todo el misterio de los resultados reside ahí, no en la porción del PIB que absorbe el sistema educativo o en el número de ordenadores con acceso a Internet con que está dotada cada aula. Mas nadie se altere: a no tardar, como mucho en un par de semanas, ya todos se habrán olvidado del asunto. Y otra vez vuelta a empezar.
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